Sánchez en el pantano de Bildu

Dice Feijóo que "el campo no quiere que se le riegue con ayudas, quiere regar sus tierras para producir". Ingenuos agricultores, ingenuo líder de la oposición.

En España riega el que manda y manda el que riega. Gregorio Marañón siempre recuerda lo que el conde de Romanones le decía a su abuelo: "Si soy alcalde, riego; y si no soy alcalde, no riego".

Tal vez por eso el conde pragmático, maniobrero y pillín que presidió tres veces el Gobierno, además del Congreso y el Senado, escribió al final de su vida que "al llegar a estos cargos nunca he tenido satisfacción semejante como la que me produjo la alcaldía". Y es que desde ningún otro sitio se ven florecer tus logros como desde el sillón municipal. Pregúntenle a Paco de la Torre.

Cuando dejó el cargo, un periódico recogió la noticia con ironía amable: "El alcalde de Madrid, conde de Romanones, ha presentado su dimisión. Mañana, un tren especial a Guadalajara llevará de regreso a los empleados municipales que él ha nombrado".

Si el día que salga Sánchez de la Moncloa hubiera que devolver a sus orígenes, redistribuyendo en el espacio y el tiempo a todos los que su maquinaria política ha empleado o promocionado, los AVE trabajarían a destajo durante semanas.

Sánchez en el pantano de Bildu
Javier Muñoz

Pero en la España actual, en la mayoría de los casos, el regadío político ni siquiera precisa el desplazamiento de los beneficiados. ¿Qué es de hecho una campaña electoral sino la visita itinerante de los grandes regantes a cada municipio ávido del líquido elemento en forma de inversiones e infraestructuras?

Pero hay regantes y regantes. Pocas veces se plasma de manera tan nítida la ventaja inmensa del poder sobre la oposición, en el sentido que decía Romanones, en el sentido en que yo vengo subrayando el mérito contracorriente de Feijóo, como en la campaña de unas autonómicas y municipales.

O sea, en ese momento especial en el que cada ciudadano se pregunta, mirándose al ombligo, qué pueden hacer los Estados Unidos por él y ni siquiera se le pasa por la cabeza plantearse qué puede hacer él por los Estados Unidos.

En esta hora del "qué hay de lo mío", Feijóo recorre España creando tanta expectación como la caravana de Bienvenido, Mister Marshall. Pero, aunque no pase de largo por casi ningún sitio, al final de la jornada sólo queda una estela de promesas, condicionadas por el requisito de llegar a la Moncloa en diciembre. Es un riego por aspersión tan disperso que apenas cala, una lluvia que de puro fina no deja de ser un preludio de un mero presentimiento.

Sánchez tiene, por el contrario, una gran manguera que es el BOE, conectada al único río navegable que este año no se está viendo afectado por la sequía: los Presupuestos Generales del Estado reforzados por el generoso afluente de los Fondos Europeos. Y por si fallara su plan A, cuenta con otra manguera tampoco desdeñable, llamada CIS, destinada a la manipulación de la opinión pública.

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Es obvio que el presidente afronta estas elecciones como una especie de plebiscito sobre su forma de gobernar, su integridad política y (atención) sus amistades peligrosas. También como una primera vuelta de las generales en la que pretende dejar tocado al PP de Feijóo. La propia Cuca Gamarra ha reconocido que si Sánchez "coge oxígeno" el 28-M, será "más difícil" que no pueda tomar las uvas en Moncloa.

Y para coger ese "oxígeno" el presidente está compareciendo, manguera principal en ristre, de mitin en mitin, de ciudad en ciudad, como si él fuera a dirigir cada comunidad autónoma y cada municipio. Con el único intervalo de su visita a Washington, Sánchez parece decidido a ignorar los reparos de sus barones y a monopolizar el protagonismo de la campaña.

Su objetivo es que los medios tengamos que anunciar dentro de dos domingos que "el PSOE de Sánchez conserva sus principales feudos". Que eso desinfle las expectativas de cambio, alfombre de rojo el semestre europeo y desemboque en una reelección triunfal en las generales.

Como el calendario estaba claro desde el inicio de la legislatura (sobre todo a medida que pudimos comprobar que Podemos tragaría lo que fuera con tal de seguir en el Gobierno), Sánchez ha preparado concienzudamente el ciclo electoral, aplicándose a ese regadío intensivo que tanto envidian los agricultores.

Con las reglas de control del déficit suspendidas por la UE, ha podido revalorizar todas las pensiones con el IPC pese al récord de inflación, ha disparado el Salario Mínimo, ha contratado más funcionarios que nunca y ha repartido subvenciones por doquier.

Para esta campaña quedaba la gran piñata de las viviendas sociales y no tan sociales, las ayudas al alquiler y la hipoteca, el interrail para los menores de 35 y las ayudas al empleo de los mayores de 45, las medidas para favorecer a agricultores y ganaderos… Suma y sigue, mientras aguante la chequera.

Pedro "el de las mercedes" se presenta el 28-M a la alcaldía de todos los pueblos y ciudades y a la presidencia de las doce autonomías en liza, amen de a las de Ceuta y Melilla. Es él quien pretende ganar, aunque sea por personas interpuestas.

Y sobre todo quiere hacerlo en los cuatro grandes feudos de sus barones contestatarios. Ordenándolos del más al menos díscolo, Sánchez pretende que Page, Lambán, Vara y Puig puedan cantar victoria, pero tengan que debérsela a él. A su omnipresencia —¡Oh, Sánchez!—, manga de riego en ristre.

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Expedientar en estas circunstancias a la ministra portavoz por los comedidos pellizcos de monja laica con los que responde desde la Moncloa a las tarascadas del PP o a las propias preguntas de la prensa es una pamema de la Junta Electoral.

La propia limitación de las inauguraciones o de la publicidad institucional no deja de obedecer a un propósito banal de cubrir las apariencias.

Si de lo que se trata es de garantizar la deseable neutralidad del poder ejecutivo en campaña electoral, impídase al Gobierno movilizar fondos públicos durante este periodo, excepto para atender a gastos corrientes o imprevistos sobrevenidos.

Siempre quedarían las restantes semanas del año para planificar, debatir y aprobar inversiones en vivienda, infraestructuras o políticas agrarias con muchas más garantías de estar atendiendo el interés general, en vez de buscar contrarreloj nichos de votantes susceptibles de comportarse como estómagos agradecidos.

Es verdad que siempre habrá una élite de ciudadanos más inquietos y mejor informados que se preguntarán por qué, si eran tan justas y necesarias, todas esas políticas sociales no se adoptaron antes. Pero el misoneísmo o resistencia al cambio propio de las sociedades asilvestradas por el dinero público tendrá muchas más posibilidades de prevalecer entre la masa si la última paga, beca, peonada, bono, subvención o ayuda ha coincidido con el último mitin en cada localidad.

Lo único que falta para que los indecisos se decanten del lado del poder es convencerles de que apuestan a caballo ganador y de acuerdo con el viento de la Historia. Ese es el bochornoso papel que sin un adarme de pudor democrático viene desempeñando el CIS con el fanático dirigente del PSOE José Félix Tezanos al frente: ejercer de manguera B de Sánchez.

Si nuestra democracia tiene que avergonzarse de que el PP no haya facilitado la renovación del Consejo del Poder Judicial en toda la legislatura, diez veces más tendría que hacerlo por tolerar que un instrumento tan trascendente para moldear la opinión pública como el CIS esté siendo empleado de un modo tan descaradamente partidista.

Lo de menos es la falta de rigor con que se presentan sus predicciones o el bajo índice de acierto que acumulan. Lo insoportable es la intención de crear una profecía autocumplida a través del efecto bandwagon que, proceso electoral tras proceso electoral, rezuman. Como bien alega Vicente Ferrer, el CIS de comienzo de campaña es la verdadera pegada de carteles del PSOE.

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Con desafiante desparpajo, Tezanos se aferra siempre a dos argumentos: la legalidad de todo lo que hace y el contrasentido que supondría convertir la militancia en un partido en un hándicap para desempeñar un cargo público, cuando tanto se ha luchado por el derecho a la participación política.

Matiz arriba o abajo, son también las dos justificaciones de la prensa gubernamental para que Bildu incluya a 44 condenados por terrorismo en las listas: todos ellos han cumplido sus penas, inhabilitaciones incluidas, y siempre dijimos que había que intentar que el mundo de ETA apostara por las urnas en lugar de por las pistolas.

Pero la sangre de la afrenta no deja de manar por eso por la herida del oprobio. Cuando Brais Cedeira descubrió el miércoles en EL ESPAÑOL que los autores de dos asesinatos eran candidatos en las mismas localidades (Irún y Ciérvana) en las que habían cometido sus crímenes, se abrió un paréntesis de espeso silencio que el propio presidente tuvo que romper en la Casa Blanca al distinguir entre lo legal y lo "decente". Lo mismo, por cierto, que cabría decir en el caso del CIS.

El problema de Sánchez es que no puede limitarse a tildar desde la distancia de "indecencia" la sádica decisión de Bildu de ensalzar como ejemplares ante sus vecinos a terroristas que jamás han pedido perdón.

Como le ha recordado Aznar, a través de FAES, él no ha sido un mero espectador del "espacio institucional" que por mor de la voluntad popular ocupaba Bildu, sino un negociador y beneficiario activo del "poder político" que ha otorgado a los legatarios de ETA su condición de socios de la mayoría gubernamental. Por eso alega Feijóo que la "indecencia" es la suya por haber cultivado durante cuatro años esa asociación.

En una sociedad abierta el cartero siempre llama dos veces y a menudo trae la factura más inadecuada en el momento más inoportuno. Veremos si Sánchez logra convencer a los españoles de que él, que todo lo puede a la hora de intervenir en tantos aspectos de sus vidas, no es capaz de hacer nada para impedir esta "indecente" revictimización de quienes como Rosa Gil Mendoza —"Tengo ganas de llorar"— se encuentran en un cartel electoral el rostro del asesino de su hermano. O al menos para que los perpetradores de esta canallada paguen el coste del ostracismo político.

De momento, a dos semanas de acudir a las urnas, todos los caudales vertidos por el gran regante están quedando empantanados entre los muros de cemento de la infamia.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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