Sánchez & Iglesias: un Gobierno, dos sistemas

Cuando en la primavera de 1979 le preguntaron a Deng Xiao Ping qué ocurriría con los seis millones de habitantes de Hong Kong el día en el que el último gobernador británico abandonara la colonia (como acaeció el 30 de junio de 1997) y pasara a China, dadas las diferencias entre ambos regímenes, el jerarca del peine en la mano acuñó una expresión que hizo fortuna: un país, dos sistemas. O lo que es lo mismo: una sola China con un gobierno comunista que coexistiría con zonas que gozarían de autonomía política y economía de libre mercado, base de la prosperidad de Hong Kong, principal puerto de mercancías del mundo con Singapur. Al cabo del tiempo, la autonomía de la antigua posesión británica se ha diluido hasta ser subsumida por el régimen comunista, tras una fase transitoria que sirvió para edulcorar la entrega. Sin que le haya importado un comino a la Corona Británica la suerte que corrieran sus otrora súbditos, estos han sido aherrojados a un sistema no democrático ni escrupuloso con los derechos humanos. Como se aprecia en la resistencia numantina de quienes luchan por la salvaguarda del statu quo prometido en su anexión.

Sánchez & Iglesias: un Gobierno, dos sistemasA juzgar por la configuración del nuevo Gobierno de cohabitación, que no de coalición, entre socialistas y neocomunistas, asistido parlamentariamente en su cojera de votos por soberanistas vascos y catalanes, junto al brazo político de la banda terrorista ETA, también parece que España va a disponer de un gobierno con dos sistemas divergentes conviviendo en su seno. Ateniéndose a lo dicho por Deng Xiao Ping sobre Hong Kong (un partido, dos sistemas), dos gabinetes marcharán en paralelo y en abierta competencia por ganar la batalla de la propaganda y, en consecuencia, de la opinión pública. Pero buscando la confluencia en un mismo régimen por parte de un podemizado PSOE y un Podemos que anhela recrear un imaginario Partido Socialista Unificado como el que frustró la Guerra Civil, tras integrarse las juventudes socialistas y comunistas con Carrillo de muñidor.

Es lo que se ha vivido a las pocas horas de ser investido Sánchez con el favor de todos aquellos que posibilitaron hace año y medio la moción de censura Frankenstein contra Rajoy. Al momento, sin esperar siquiera a que prometiera su cargo el reelegido presidente, Iglesias anticipó, por su cuenta y riesgo, los nombres de los ministros de Podemos y sus ámbitos de actuación. Pillado a contrapié, Sánchez le ha devuelto el golpe ampliando sin aviso el número de vicepresidencias para bajarle los humos a su enemigo íntimo, así como multiplicando los ministerios para aminorar el porcentaje de carteras neocomunistas. Juegos infantiles que lleva a preguntarse, como hacen en Estados Unidos con Trump, si no hay ningún adulto en el despacho principal de La Moncloa.

De esta guisa, da la sensación de que Noverdá Sánchez, más que un Consejo de Ministros, ha conformado un politburó soviético, si es que no se trata del camarote de los Hermanos Marx. Así, en medio de sus debates, mientras algún colega hace sonar la bocina como Harpo Marx, Iglesias podrá interpelar a Sánchez al modo de Chico: «¡…Y dos huevos duros!». Cuando Sánchez asumió la primera vez la secretaría general del PSOE ya conformó una Ejecutiva que desbordó la cuarentena de integrantes tras admitir que su primigenia idea había sido confeccionar un equipo más abreviado y operativo.

Con tamaño número de carteras, con competencias en algunas de ellas que antes siempre desempeñó un director general, quizá Sánchez persiga hacer un Consejo de Ministros de ornato bajo su caudillaje. Como el Consejo Nacional del Movimiento del franquismo, especie de Senado de aquella democracia orgánica, y del que Pemán dijo cierta vez, con luminosa claridad gaditana, que era un ente extraño que se reunía para que los teóricos asesores del Jefe del Estado escucharan en silencio y vitorear a quien debían asesorar. Es verdad que el centro neurálgico del poder no estará en la Sala del Consejo de Ministros, sino en el comité de enlace entre ambas formaciones, al igual que los apoyos parlamentarios quedaron supeditados a los acuerdos suscritos fuera de la Cámara (y de la Constitución misma).

Este Gobierno de oposición, que pretende sorber y soplar a la vez, persigue, del lado del PSOE, bajo una fachada de respetabilidad de cara a la Unión Europea y los mercados financieros por medio Nadia Calviño (Economía), José Luis Escrivá (Seguridad Social) y Arancha González Laya (Exteriores), el diseño de un proyecto de ingeniería social con el marbete de progreso que desvíe de su cesiones a los independentistas. A este fin, sitúa como ministro de Justicia a un juez-diputado para todo y dispuesto a todo, como es Juan Carlos Campo, como bien jalona su trayectoria en el Consejo General del Poder Judicial y en las Cortes. Al tiempo, Podemos le dará réplica con un populismo que enardezca a las masas al grito, evocador de Evita Perón: «¡Ustedes tienen el deber de pedir!», mientras cavaba la ruina argentina y ponía su fortuna al buen recaudo suizo, sin merma de la confianza de un pueblo enfebrecido con sus mentiras alzadas en «verdad oficial».

En esa tesitura, Sánchez e Iglesias se abocan a una bicefalia que el tiempo dirá si redunda, como es de presumir, en dolorosas cefaleas y engorrosos quebraderos de cabeza hasta producirle ese insomnio que llevó al líder socialista a rechazar un Gobierno de las características del que este lunes toma posesión ante un Monarca que se entera de su composición por los periódicos en un claro ninguneo de su papel institucional. Creyendo Sánchez que todo «ha sido rápido, simple y sin dolor», Felipe VI hizo bien en prevenirle en su toma de posesión de que el dolor viene ahora y, si no, que se lo digan al propio Soberano.

Es obvio que, por más que Sánchez intente ahogar su verbo entre un coro de ministros que ronda en número al de un orfeón, Iglesias no va a renunciar a tener voz propia cuando acostumbra a emitir juicios –con la frecuencia de un boletín horario– sobre todo lo humano y lo divino. Con la vitola, además, de poderlo hacer como vicepresidente del Gobierno. Como para no llorar de emoción del modo que lo hizo al resolverse favorablemente para sus intereses la investidura, tras verse en la cuneta y especularse con su reemplazo en clara analogía con la defenestración y resurrección del doctor Sánchez, ¿supongo?

A nadie le quepa duda de que su cometido en la Agenda 2030 –en su caso, será más una aspiración de sostenerse en el poder hasta ese año que cumplir la meta de desarrollo sostenible que establece la ONU– posibilitará a Iglesias ser gobierno y oposición. Un antisistema gozando de las canonjías del poder como los recalcitrantes falangistas que apelaban a la «revolución pendiente» sin renunciar a las bicocas franquistas. Será un número ver detrás de la pancarta a quien traza el destino ciudadano desde la moqueta ministerial. Como indica el historiador marxista británico Eric Hobsbawm, «la agitación en la calle es para los totalitarios como la misa de pontifical para los católicos».

No va a ser fácil que dos cocodrilos como Sánchez e Iglesias convivan en el mismo meandro, aunque estén condenados a entenderse (o, por lo menos, a aparentarlo). No sólo les gusta mandar, sino que se note, y ello les colocará en el disparadero cuando uno trate de suplantar al otro o que el otro le coma la tostada al uno. Sometidos al dilema del prisionero, Sánchez le debe la Presidencia a Iglesias (y a los intereses que representa de ERC y Bildu) y no puede ejercer el mando sin su venia, si bien dispone de la capacidad de cesarlo cuando le plazca, pero difícilmente puede hacerlo sin forzar comicios anticipados.

Si la ocasión lo exige, Iglesias podrá espetar a Sánchez lo que Juan de Lanuza, Justicia de Aragón, a Felipe II: «Nos, que somos igual que vos y todos juntos más que vos, os hacemos nuestro Rey y Señor, si juráis nuestros fueros y libertades. Y si no, no». De hecho, sometiéndose a las horcas caudinas de neocomunistas y soberanistas, es Sánchez presidente con solo dos escaños de diferencia y menos apoyo popular que quienes se opusieron a su investidura.

En el pecado lleva la penitencia quien, retomando el proyecto de Zapatero, ha renunciado a construir esa figura que Norberto Bobbio, adalid del socialismo democrático, llamó en Derecha e izquierda el «Tercero Incluyente», esto es, aquel que, en vez de hacer de los opuestos dos totalidades excluyentes, propicia que sean dos partes de un todo. Ello fue lo que posibilitó el milagro de la Transición española con el concurso inestimable del PSOE, lo que franqueó cuatro décadas de libertad y bienestar como nunca antes en la turbulenta historia de España. Pero cuyos herederos destrozan ahora tratando de matar freudiana y políticamente a sus padres tachándolos de putativos. Dado que antaño los socialistas eran tan deudores del gran jurista y filósofo italiano, quizá sus actuales dirigentes debieran recordar esta pertinente advertencia de Bobbio: «No hay que dejarse engañar por las apariencias y no verse inducido a creer que cada diez años la historia recomienza de cero».

Siendo tan distintos y postulándose para lo mismo, habrá que ver quién pone en su sitio a quién. Pese a su altura del baloncestista que fue el presidente, es de temer que Iglesias lo reduzca por debajo de su tamaño. No obstante, no conviene hacer lecturas apresuradas. A este respecto, hay un viejo chiste argentino que dice que los peronistas son como los gatos: puede parecer que se pelean entre sí, pero en realidad se están reproduciendo.

Entretanto, ambos necesitan pertrecharse para cuando llegue el momento de la ruptura de hostilidades y enfrentarse electoralmente. Para ello, se reparten como un botín electoral el Estado al que parasitan sin ningún complejo ni recato para, convenientemente artillados, por encima de pulsos internos y diferencias de criterio entre sus dos cabezas de fila, poner las bases de un cambio de régimen.

Se valdrán para ello de la demonización y criminalización del adversario mediante un programa de gobierno sustentado en la ingeniería política y en el resentimiento social que imposibilite una alternativa del centro-derecha. A este fin, establecerán nuevos paradigmas constitucionales que, sin atenerse a los cauces establecidos para su reforma, muten la Carta Magna en un artefacto irreconocible. Pero eficaz para alterar sus fundamentos empezando por el despedazamiento de la soberanía nacional y su integridad territorial. Todo ello en línea con los compromisos suscritos con soberanistas de toda laya y condición por parte de Sánchez.

Al margen de periodos de guerra de guerrillas o de guerra fría entre ambos, PSOE y Podemos no cejarán en su propósito de polarizar la sociedad tratando de amedrentar a la oposición y hacer que esta desista por incomparecencia. Buscarán situar a la oposición fuera de juego con la crudeza en que se hizo durante la II República cuando se colocó extramuros del sistema a los grupos de centro-derecha tildándolos de dinásticos. Si el error de las izquierdas en la II República fue llevar sus alianzas hacia los anarquistas y no admitir pactos con el centro, según anota Alcalá-Zamora en sus Diarios, el del PSOE de Zapatero y el de Sánchez ha sido pactar con neocomunistas y separatistas trazando un cordón sanitario que recluye al centro derecha en un lazareto que le imposibilite llegar al poder por apestado.

Mala composición de lugar se harían PP, Cs y Vox si se quedarán sentados a las puertas de sus sedes a ver el cadáver del adversario, pues PSOE y Podemos antes harán naufragar España que permitir que naufrague un Gobierno que preside alguien al que solo le guía perdurar en el poder a costa de lo que sea y con quién sea, pero que lo vicepreside quien tiene claro el norte que lo guía y que va mucho más allá de la simple permanencia en el poder. Así será, salvo que la oposición se arme de valor y sea capaz de aplicarle a Sánchez los versos de Rimbaud: «Me han devuelto a la tierra. ¡A mí! A mí, que me soñé mago o ángel».

Francisco Rosell, director de El Mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *