Sánchez & Otegui, expertos en confinamientos

A los que ya peinamos canas, y como dice piadosamente el ministro astronauta Duque «estamos en tiempo de descuento», nos suelen preguntar los que por la comparación se interesan si recordamos en nuestras vidas algo parecido al impacto del Covid-19. Descartando otros supuestos, que en efecto poca similitud tienen, he solido ofrecer como posible referencia el secuestro que a mano de Arnaldo Otegui y otros terroristas sufrí en mis carnes durante un mes en 1979. No quiero con ello dictaminar que todo sea igual: con Otegui y sus cuates nunca supe el día, la hora o el lugar, ni nada de lo que fuera del zulo ocurría, ni si la pistola que sistemáticamente blandían ante mis ojos acabaría con mi vida en el minuto siguiente. Se trataba de un acción criminal perpetrada por asesinos. Y el confinamiento bajo los estados de alarma, a pesar de las dudas jurídicas y políticas que su práctica continuada ha hecho surgir entre variados estratos de la ciudadanía, ha contado con respaldo legal, al menos hasta ahora, y seguimiento social como para situarla en otro y diferente ámbito. Y desde luego nadie nos ha impedido que durante el confinamiento debido a la pandemia hayamos podido averiguar lo que en el mundo ocurría, comunicarnos telefónicamente con familia y amigos e incluso revisitar las películas de Hitchcock que tantos excelentes ratos nos hicieron pasar cuando éramos un poco más jóvenes.

Pero secuestro y confinamiento, el primero como método y el segundo como consecuencia, tienen algo profundamente parecido en sus aproximaciones: la incertidumbre sobre el futuro y el miedo resultante. El secuestrado y el confinado ignoran cuál será el final, si alguno, a su tragedia y sin ser demasiado conscientes de ello, desarrollan un profundo pánico por lo que afecta a la gestión de sus vidas y entornos una vez sí, alguna, la tragedia tiene fin. Somos pocos los que, habiendo sobrevivido a la experiencia del secuestro, podemos establecer estas lúgubres comparaciones. Los mismos pocos que por ello contemplamos con horror añadido la sociedad de intereses mutuos que parecen haber establecido el secuestrador Otegui y el confinador Sánchez. Que el presidente del Gobierno de España afirme sin ruborizarse que su supervivencia parlamentaria depende de un terrorista secuestrador convicto y confeso dice mucho, prácticamente todo, sobre la aberración política e institucional que estamos contemplando. Nunca el repetido dicho de la política y los «extraños compañeros de cama» habría podido llegar a tan espantosos extremos.

Algunos ya lo vaticinamos cuando vimos que la dirigente vasca del PSOE, Idoia Mendía, compartía las juergas navideñas con el terrorista Otegui. Hoy se horroriza, y nosotros con ella, dicho sea de paso, al contemplar cómo los seguidores de su compadre navideño tiñen de rojo y de amenazas la puerta de su casa. ¿Aprenderán alguna vez? Porque como bien recuerda el adagio, y que bien debieran interiorizar Sánchez, Mendía y los que en el degradado socialismo sanchista/zapateril les siguen, «los que se acuestan con Otegui manchados de sangre amanecen».

Javier Rupérez es embajador de España.

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