
Uno de los embajadores extranjeros con más experiencia en Madrid nos hizo el lunes una suerte de traducción simultánea de la entrevista que su colega chino Yao Jing había concedido ese mismo día a Carlos Segovia en EL MUNDO. Durante varias etapas en China, había aprendido a descifrar los dobles sentidos más o menos sutiles de la jerga diplomática del Imperio del Medio. "Cuando dice que ‘Xi tiene química con Pedro Sánchez’, lo que está queriendo decir es que el presidente español ‘está en el buen camino para hacer lo que nos conviene’", se sonreía.
"Pero lo más evidente es cuando habla de que Zapatero es un ‘viejo amigo de China’. Lao peng you, viejo amigo, es una expresión que utilizan constantemente. Quiere decir que es ‘alguien que está en deuda con nosotros’", concluía. En la página anterior, una crónica de Lucas de la Cal arrancaba con las palabras de presentación que le dedicaron funcionarios del Partido Comunista antes de una conferencia: "José Luis Rodríguez Zapatero es un viejo amigo del pueblo chino".
El ex presidente ejerce sin disimulo de auténtico ministro de Exteriores in pectore y su influencia se percibe sobre todo en esa impronta de vasallaje que el viaje de Sánchez proyecta de la posición del Estado, inconfundible marca de la casa. Zapatero hizo de la obsesión antiamericana una guía de su política exterior y del relativismo moral envuelto en una retórica obscenamente beatífica un proyecto estético, casi siempre al servicio de los enemigos de los derechos humanos, al que ahora da continuidad a través de su rentabilísima actividad de lobista.
En 2005, este Ángel Mediador fue el primero en defender el levantamiento del "anacrónico" embargo de armas impuesto a China tras la matanza de Tiananmen y el gigante le correspondió en la Gran Crisis con la compra masiva de deuda soberana. José Antonio Zarzalejos destacaba hace unos días en un artículo en El Confidencial varios fragmentos de su reciente libro La solución pacífica, un ditirambo "contra la resistencia de EEUU a asumir la pérdida de su hegemonía económica, política y cultural, a la que se suman, casi por inercia, sus aliados históricos, en particular la UE" y dedicado a elogiar a China por "haber conseguido llevar a cabo en 30 o 40 años un mayor nivel de desarrollo que ningún otro país en la Historia, poniendo en cuestión el pensamiento liberal occidental".
China cree que puede beneficiarse de la destrucción de la credibilidad global de Estados Unidos. La capitulación de Donald Trump ante los mercados no servirá para recuperar la confianza de sus aliados: su palabra ya no vale nada. El trumpismo está entrando en una inquietante fase de devaluación acelerada de su autoridad y sus estridentes contradicciones internas son un síntoma de incipiente deterioro. Aunque arrastra problemas estructurales, el modelo de poder de Xi Jinping contrasta radicalmente con ese caos político y económico: frente a la volatilidad y la falta de fiabilidad de Washington, Pekín proyecta una imagen de estabilidad, planificación y control férreo.
La cultura política del "pensamiento liberal occidental", basada en la autonomía individual y en el respeto a la dignidad humana, va cediendo efectivamente su hegemonía, como dice Zapatero, a una alternativa influyente que antepone el deber a la libertad, con la jerarquía, la armonía y la disciplina social como fines prioritarios. Mientras EEUU siempre está a tiempo de que la resiliencia de la sociedad civil y los contrapesos democráticos se activen, dos acontecimientos nos recordaron esta semana lo que representa la cruel dictadura del Gran Timonel: el informe de Amnistía que sitúa a China a la cabeza mundial de las ejecuciones por pena de muerte, por delante de satrapías infames como Irán o Arabia Saudí, y la captura de 155 mercenarios chinos en Ucrania, carne de cañón que simboliza la estrecha relación entre Xi y Vladimir Putin y su agenda geopolítica compartida.
En este contexto, difícilmente la UE podrá haber visto el viaje de Sánchez como oportuno y compatible con la inteligente trayectoria de firmeza y cautela desde que estalló la guerra arancelaria de Bruselas, a quien corresponde la competencia exclusiva sobre la política comercial. ¿Qué hace Sánchez precisamente ahí y precisamente ahora? La advertencia del secretario del Tesoro -"es como cortarse el cuello"- es la prueba de que EEUU lo ha interpretado como una toma de posición: porque lo es.
La tercera visita en dos años del presidente español, antagónica de la que protagonizará Giorgia Meloni a la Casa Blanca, es un probable tributo por las gigantescas inversiones chinas anunciadas en nuestro país. Lo que obtiene Xi a cambio es sembrar la semilla de la discordia en Europa: lo hace cuando Sánchez, viejo amigo, subraya repetidamente su condición de "socio imprescindible" y al mismo tiempo elude teatral y ostentosamente referirse a Pekín como "rival sistémico". La UE, desprotegida por Washington, tendrá que buscar un entendimiento más estrecho con China, pero no puede olvidar el aprovechamiento desleal que hace de las normas del comercio global ni que, en este momento crítico de apagón norteamericano, a los europeos nos corresponde la garantía orgullosa de los valores morales de la razón y de la sociedad abierta.
Joaquín Manso, director de El Mundo.