El presidente del Gobierno, en un acto organizado por 'La Vanguardia', se refirió a un libro que lleva tiempo en las librerías, 'Cómo mueren las democracias'. El presidente leyó el bello episodio con el que los autores, Levitsky y Ziblatt, terminan el libro. En los momentos más dramáticos de la II Guerra Mundial, la junta militar de escritores del Gobierno de Estados Unidos solicitó a E.B. Wite que definiera brevemente en qué consistía la democracia. El presidente Sánchez recogió una sugerente frase del ensayista americano, con la que terminaba su alegato: «La democracia es una solicitud de la junta militar una mañana, en plena guerra, preguntando qué es la democracia». Final de la cita y casi final del libro.
Se plantea una cuestión interesante cuando los que asesoran al presidente solo recurren a lo que les interesa para la ocasión, lo que no deja de ser una forma de aparentar, sorprender a los oyentes con una cita culta o, simplemente, manipular. Por ejemplo, unas líneas más arriba, en la misma cita de White, leemos: «La democracia es la sospecha recurrente de que más de la mitad de la población tiene razón más de la mitad del tiempo», una frase que se opondría radicalmente a las políticas de enfrentamiento que levantan muros y demonizan al adversario. La frase que citó el presidente es efectiva desde un punto de vista sentimental, pero la precedente es una lección de inteligencia política, que define la esencia intelectual de las democracias sanas, en claro contraste con la política española actual.
Siguiendo el libro desde el final hacia el principio, nos encontramos con una afirmación del británico James Bryce: «No era la Constitución de EE.UU. en sí la que garantizaba el funcionamiento del sistema político estadounidense, sino más bien lo que denominaba 'los usos', las reglas no escritas». La capacidad de contención, de renunciar a desplegar todo el poder hasta las últimas consecuencias, es esencial para el desenvolvimiento de las democracias representativas. Cierto es que el poder ejecutivo, en las democracias representativas, está sujetos a los límites que trazan las leyes, como les sucede a todos los ciudadanos. No pueden hacer lo que las leyes prohíben, pero igualmente es imprescindible que dejen de llevar a cabo decisiones que, sin estar impedidas por las leyes, no son aconsejables desde un punto de vista ético, por los usos y costumbres democráticos o sencillamente por el sentido común. Son leyes no escritas que están dictadas por la prudencia y rubricadas por la necesidad de contención a las que el buen político se sujeta voluntariamente. Mientras el líder democrático hace gala de ese saludable autocontrol, el autoritario empieza por no sentirse obligado por los usos democráticos, prosigue adulterando las leyes y termina amordazando la justicia y secuestrando al poder legislativo, aprobando leyes que formalmente pretenden objetivos nobles, pero que realmente limitan los márgenes de libertad y oposición de los ciudadanos.
Los autores también se refieren a la importancia en nuestras democracias del equilibrio entre los tres poderes clásicos. Roosevelt, en su momento de máximo esplendor, decidió enfrentarse al Tribunal Supremo, que había sometido prudentemente a la legalidad algunas leyes recogidas en su política contra la crisis económica, conocida como el New Deal. Su deseo de amoldar el Tribunal Supremo a su política, cambiando algunos de sus miembros, fue derrotado por los legisladores republicanos, pero también por algunos de su mayoría. El presidente americano sufrió un revés evidente, pero el sistema institucional de controles estadounidense se fortaleció.
Por el contrario, pasados unos años, Perón pudo doblegar a la máxima autoridad judicial de Argentina a su antojo. El resultado es que Argentina ha vivido azarosamente, con graves interrupciones de su sistema democrático y gravísimas crisis económicas que podrían explicar en parte el éxito político de Milei en las últimas elecciones argentinas. En contraste con el ejemplo argentino, Trump puede volver a ser elegido presidente de Estados Unidos, pero la confianza en las instituciones americanas debe de ser superior a los razonables miedos que provoca el candidato republicano ( aunque estos últimos años nos enseñen que todo es posible, hasta lo peor).
Hacia el principio del libro , los autores se refieren al peligro que corren las democracias representativa cuando sus dirigentes impulsan o se apoyan en partidos populistas, nacionalistas o antisistema. Hacen referencia al valor demostrado por quienes, en contra de la marea dominante, rechazan los perturbadores pactos con los partidos que no respetan escrupulosamente las reglas del juego democrático. Pero también mencionan a los que más o menos impúdicamente creyeron que podían domar al tigre. Los ejemplos más extremos son Von Hindenburg, influido por un contubernio encabezado por Von Papen, y Hilter , Giolitti y Mussolini, Caldera y Chávez. Apostillo yo ejemplos de líderes políticos que han jugado a aprendices de brujo, líderes como Miterrand o como Le Pen padre, porque esta tentación no es de izquierdas o de derechas.
La mayor sustancia del libro, a mi juicio, la encontramos cuado Levitsky y Ziblatt presentan una clasificación, basada en otra de Juan Linz para examinar a «los partidos no recomendables» que pueden terminar siendo un peligro para las democracias representativas. Son cuatro las referencias fundamentales: la primera hace referencia al grado de rechazo de las reglas de juego democráticas por estos partidos ( por ejemplo, mencionan en primerísimo lugar el grado de aceptación o rechazo de la Constitución); la segunda hace hincapié en el reconocimiento pleno o no de los adversarios políticos; la tercera menciona la tolerancia o el fomento de la violencia, y la cuarta incluye la predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación… ¿Cuántos partidos de la mayoría gubernamental serían gravemente sospechosos y no recomendables según esa clasificación?
'La muerte de las democracias' es un libro recomendable, pero aconsejo el lector que empiece por el principio y lo lea con espíritu amplio. Lo leerán con la atención que reclaman los libros que hablan de nuestra realidad, de lo que conocemos, de lo que nos atemoriza, porque en ocasiones parece que están hablando de la España actual, mal que les pese a los doctores de la mentira y la manipulación.
Nicolás Redondo Terreros fue secretario general del PSE-EE.