Cuando el domingo último, en el cierre del Congreso XL del PSOE, luego de aprobar «por unanimidad absoluta» la gestión sin votarse, como resolvió obsequioso Tximo Puig, porque «aquí se viene a aplaudir, no a discutir», Pedro Sánchez martilleó a tambor batiente –hasta cincuenta veces cincuenta– la palabra «socialdemocracia», todos entendieron que lo que, en realidad, hacía era negarla y clavetear su féretro quien afirma cuando niega y niega cuando afirma. A este respecto, más que vindicar los legados de dos genuinos socialdemócratas como González y Rubalcaba, lo que hizo fue sepultarlos con un abrazo al primero y con una escultura al segundo para seguir por la senda nada socialdemócrata que le aupó como presidente por sorpresa y al que fía su continuidad el próximo sexenio en La Moncloa con sus compañeros de viaje de la «moción de censura Frankenstein» (Rubalcaba dixit). Como en el Martín Fierro, Sánchez hace igual que los teros «para esconder sus niditos:/ en un lao pegan los gritos/ y en otro tienen los güevos».
Sin embargo, ya no debiera engañar a nadie quien hace del «nunca jamás» una rectificación permanente tras repudiar a los socios y aliados para acabar sentado al lado de quienes se hacen presentes para recordarle que depende de su designio. Claro que estos, a su vez, no pueden matar al que, por las alcabalas que les tributa, personifica la gallina de los huevos de oro. Asimismo han de dosificar su rapacidad para que no les acaezca lo que al rico avariento de la fábula de Samaniego.
No obstante, a veces, el corral se alborota cuando el ave ponedora se retrasa o pretenden los huevos a pares. Es lo acontecido con Podemos a propósito de la contrarreforma laboral que Sánchez se comprometió a llevar a cabo en su Congreso XL en sintonía con su ministra podemita de Trabajo, Yolanda Díaz, y de la que parece desdecirse ahora tras viajar a Bruselas, así como por la inhabilitación del diputado pateador de policías, Alberto Rodríguez, en ejecución de la sentencia del Tribunal Supremo que la mayoría parlamentaria Frankenstein quería paralizar, pero a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, no le ha quedado otra que acatar para no delinquir.
Previamente, la confidencia del bilduetarra Otegi a un grupo de conmilitones de que «tenemos 200 presos y tienen que salir de la cárcel. Y si para eso hay que votar los Presupuestos, los votaremos sin ningún problema. Así de alto y claro os lo decimos». Amen de vejar a las víctimas de los más de 800 crímenes terroristas y de los trescientos asesinatos que aún quedan por aclarar, su alarde venía a ilustrar uno de los jalones del proceso constituyente abierto por Sánchez con su alianza Frankenstein.
En efecto, en parangón con los golpistas del procés, Bildu pretende que se amnistíe a los presidiarios de la banda, luego de agraciarles con medidas que alivien su reclusión tras acercarlos Marlaska al País Vasco mediante cartas de contrición de corta y pega «a quien corresponda», así como una consulta de autodeterminación a medio plazo para dar tiempo a que se solidifique una mayoría favorable al término del sexenio que le otorgan y se otorgan con un Sánchez al que, primero, reclaman presupuestos por presos y luego presupuestos por territorios. Si el golpismo catalán ha logrado legitimar primero y legalizar luego su tentativa de 2017 con un autoindulto de provecho mutuo para Sánchez y para ellos que ha dejado en agua de borrajas la condena por sedición del Tribunal Supremo hasta transformar en triunfo su fracaso, Otegi obra en consonancia con la capitulación de ETA de hace diez años, una vez blanqueado y empotrado por el PSOE en la gobernación del Estado que busca desmembrar.
Un propósito mancomunado que puso su primera piedra en el encuentro de enero de 2004 del otrora consejero-jefe de la Generalitat con el socialista Maragall y líder de ERC, Carod-Rovira, con ETA. A resultas de la cita, se estableció una unidad de acción a cambio de que la banda fundara una especie de protectorado catalán mientras hostigaba al resto de España. «Euskal Herria y Catalunya –anotaron los amanuenses etarras– son las cuñas que están haciendo crujir el caduco entramado del marco institucional y político». Traducido a román paladino, un socio del PSOE –promotor del pacto antiterrorista con Aznar– otorgaba a ETA la vitola de garante del camino emprendido por ERC hacia la independencia, al igual que se verificó en Estella entre el PNV y ETA.
Si Bono advirtió a Zapatero: «José Luis, con Carod allí, no podrás ir a un entierro de víctimas de ETA», al cabo de tres lustros, Sánchez fía su suerte a ellos y no romperá amarras con quienes interpretan la política como la continuación de la guerra por otros medios. Sin renunciar a nada, Sánchez corteja al cocodrilo bilduetarra y se conmueve con sus lágrimas al exhibir un aparente dolor por las víctimas de ETA como el que pide disculpas por las molestias causadas mientras trabaja por el bien común. Conviene no olvidar la verdadera naturaleza de un reptil que simula la voz humana antes de devorar al que se pone a su alcance.
Sánchez no parece reparar en que su política, como los coches, tiene ángulos muertos en los cuales es imposible ver nada, lo que le puede causar accidentes irreparables. Aun así, en su temeridad, circula a toda velocidad creyendo que podrá saltar del vehículo antes de precipitarse en el vacío como en el juego de adolescentes de Rebelde sin causa. La diversión concluyó en tragedia al enganchársele a uno de ellos la cazadora con el tirador de la puerta arrastrándolo al acantilado. Sánchez se empecina en marchar hacia el abismo del proceso constituyente que el ex ministro Campo verbalizó en junio de 2020, a preguntas de ERC. Para ello, el control del Tribunal Constitucional es clave para metamorfosear la Ley de Leyes saltándose el sistema reglado para su reforma y para la que la mayoría Frankenstein no suma los dos tercios exigidos.
Para coadyuvar a este fin, al paso que desvía la atención sobre una situación económica que no lleva visos de mejorar en los términos que se preveían y que aleja a España de Europa, Sánchez puede plantear unas elecciones plebiscitarías sobre la base de una consulta que abone el campo de esa «republiqueta plurinacional» de la que habla González y que evoca el cantonalismo del Sexenio Revolucionario de la España que medió entre 1868 y 1874. Esa fórmula tiene forma de «memorándum» desde julio de 2020 como ha revelado Juanma Lamet en EL MUNDO y, con el ardid de su modernización al cabo de cuarenta años, abriría la espita a un referéndum consultivo para que la ciudadanía se pronuncie sobre la modificación de la Carta Magna.
Como ya se ha señalado en esta página, la vía es el artículo 92, esa calamidad de precepto constitucional que trajo tempranamente a colación el portavoz del Grupo de Senadores Vascos, Federico Zavala, a cuenta de la entrada de España en la OTAN. Estando conforme con el ingreso propuesto por Calvo-Sotelo, argüía la conveniencia de una consulta porque, más allá del asunto que les ocupaba esos días, entendía que, «en un futuro, más o menos cercano, puede tener mucha importancia». Y tanto. Si en aquel noviembre de 1981 alguien albergó dudas sobre el sentido de la aseveración del senador peneuvista, esas cábalas cobran aspecto de certeza con respecto a quienes siempre vislumbraron la Constitución, no como punto de llegada, sino de despegue hacia aspiraciones mayores. La semilla esparcida entonces se pretende cosechar al cabo de veinte años invocando ese artículo 92 que asegura que «las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos».
Como hacedor de ese plan, el presidente ha designado vicepresidente de facto al ministro de Presidencia, Félix Bolaños, quien aúna el poder del PSOE y La Moncloa como Guerra con González, si bien para deshacer la Constitución que aquel vicetodo sevillano fraguó en consenso con el Gobierno de UCD. No por casualidad, sino para aviso de navegantes, la nueva secretaría de SúperBolaños se denomina de Reforma Constitucional y Nuevos Derechos. Con el alegato de González en el Congreso XL del PSOE, se puede concluir que el régimen del 78 entonó el canto del cisne ante un Sánchez supeditado a chavistas, golpistas y proetarras. «A mucha honra», presumió el refundador del partido en Suresnes ante un sanchismo que antepone los barcos a la honra.
Por eso, con la renovación de los órganos constitucionales en el que se enfangan el Ejecutivo, con su doble alma sanchista y podemita, y el PP, lo que anda en juego no es el habitual pasteleo o reparto de cromos, aunque también, sino que un cambio de régimen haga imposible la alternancia política en España, como ya se registró durante la II República, y permita al soberanismo, tras sacar a España del País Vasco y de Cataluña, salirse de la misma. Ello supondría el colofón de la voluntad constituyente que anida desde la conformación del Gobierno Sáncheztein, aunque este se crea James Dean para arrojarse del coche en marcha. Desde que llegara a la Presidencia, pese a acusar a la oposición de insumisión democrática por no ceder a sus pretensiones, no se para en barras a la hora de atropellar las leyes, como ha venido sentenciando un TC que pronto dejará de hacerlo para consagrarse a su santa voluntad con la mayoría en sus manos y al servicio de ese proceso constituyente. Es de ciegos no verlo.
En este sentido, no hay que confundir las molestias de los callos que se producen por llevar el zapato derecho en el pie izquierdo y viceversa como consecuencia de sus pactos con la incomodidad de una política que hace porque le conviene y quiere. De hecho, abona a precio de oro los votos de Bildu que no precisa aritméticamente para sacar adelante los presupuestos, pero sí para su propósito constituyente.
Por más que se empeñe Casado en darle un aire de normalidad democrática a la renovación de los órganos constitucionales, no la tiene porque todo a su alrededor conspira en contra. Más teniendo al otro lado de la mesa a quien ha hecho de la deslealtad, primero con los suyos y luego con sus votantes, oficio y beneficio. En política, ser engañado no es excusa, sino agravante cuando ya debiera ser gato escaldado con relación a quien carece de sentido del Estado.
Al revés de la máxima gatopardiana, Sánchez simula que nada cambia para que todo cambie bajo la máscara de un PSOE que va camino de tener de socialdemócrata lo que el partido de ese nombre con el que Lenin emprendió su aventura revolucionaria en la Rusia de los zares. Habrá que ver cómo Casado sale parado de este juego del calamar –tan inocente en apariencia como demoledor en sus secuelas– en el que procura enredarlo Sáncheztein.
Francisco Rosell, director de El Mundo.