Sant Jordi, espejo de un país

Si, como suele decirse, la cultura es el alma de los pueblos, la Diada de Sant Jordi es un reflejo significativo de lo que somos. Somos catalanes, una nación dinámica que avanza entre las propias contradicciones.
La Diada de Sant Jordi es una fiesta que celebramos sin dejar de trabajar. Una fiesta que se vive desde la individualidad, desde el terreno personal, con la acción del regalo de la rosa y el libro como momento central de la celebración. Esta muestra de estima íntima es lo que la hace singular, pero, paradójicamente, la fiesta adquiere su significado por su dimensión social, por el hecho de que es vivida por todas y todos en nuestras ciudades, en nuestros pueblos.

Lo que la hace especial son las calles inundadas de rosas; son las paradas de libros con los autores firmando sus ejemplares, convirtiéndose en merecido centro de atención; es el entusiasmo de miles de jóvenes intentando ganar dinero por una causa social o un viaje de fin de curso, o el de personas emprendedoras que intentan conseguir unos euros más para llegar a fin de mes; son los libros escritos en lengua catalana que serán leídos los próximos días; es la alegría y la sonrisa compartida de millones de personas; son las parejas que, abrazadas, pasean su sentimiento. Es el contagioso entusiasmo de una nación viva.

Y es también la idea de libertad. Decía el president Companys que "Catalunya y la libertad son la misma cosa", y por Sant Jordi se convierte en presente un ideal de Catalunya, ya que el amor y la cultura no conocen otro territorio que la libertad.

Es una fiesta singular que cobra fuerza por su pluralidad, que cada uno vive a su manera y se la apropia hasta convertirla en una fiesta de todos, en la que nadie se siente excluido. Año tras año evoluciona, como evoluciona nuestra sociedad, pero mantiene su esencia, que hace de ella una fiesta de país, que la convierte en motivo de orgullo de los catalanes.

El 23 de abril tiene una significación especial porque es nuestro día de los enamorados, nuestro día del libro, y constituye una parte fundamental de nuestra identidad como personas, como sociedad y como nación.
Asimismo, si existe un espejo que refleje la imagen de una sociedad, es inevitable que se refleje en él también el sistema político. En este sentido, entender el día del libro y de la rosa, su singularidad, su pluralidad y sus contradicciones permite al mismo tiempo comprender las singularidades, la pluralidad y las contradicciones del catalanismo político, más allá de las relaciones entre los partidos políticos que representan a la ciudadanía.

En realidad--y el día de Sant Jordi es un ejemplo claro de ello--, como explicaba Montserrat Guibernau en una entrevista reciente, lo que da identidad a una nación es la cultura, la lengua, los símbolos, los valores, las tradiciones, pero, principalmente, el deseo de seguir formando una comunidad con una serie de características específicas. Y la gran mayoría de los catalanes lo quiere. Lo desea con la misma diversidad de visiones con las que se vive Sant Jordi, y con el mismo resultado: tiene sentido cuando todo el mundo suma.

En nuestro país, las preferencias sobre el modelo de sociedad pueden ser muy diferentes, como sucede en todo el mundo, y se estructuran sobre el eje izquierda-derecha. Sin embargo, la experiencia histórica de Catalunya respecto al Estado español y a su estructura, definen un segundo eje de conflicto político. De modo que mientras unos pensamos que la mejor opción para Catalunya es convertirse en un Estado propio dentro de la Unión Europea, otros defienden la opción de seguir siendo una de las comunidades autónomas del Estado español. Unos y otros lo hacemos con la misma convicción y la misma legitimidad.

Diferimos, pero coincidimos en sentirnos parte de una identidad colectiva diferenciada, y en defensa de los intereses comunes de todos los catalanes. Es sobre esta base mínima de coincidencias sobre lo que se ha estructurado a lo largo de la historia el amplio espacio del catalanismo político.
Y, cuidado, no se trata de ideales abstractos. Más allá de palabras e ideas patrióticas, la articulación del catalanismo político ha funcionado cuando los catalanes nos hemos encontrado frente a la evidencia de que el interés particular pasa por el interés colectivo de toda la nación catalana, y que si perdemos, perdemos todos.

Es precisamente el escenario en el que nos encontramos ahora, que no permite ceder en las negociaciones que Catalunya mantiene con el Estado. El cumplimiento del Estatut (en referencia, por ejemplo, a los traspasos de Cercanías y becas universitarias), la gestión de los aeropuertos y, principalmente, conseguir un sistema de financiación justo son asuntos determinantes para garantizar la calidad de los servicios públicos que se prestan a la ciudadanía y para preparar Catalunya de cara a los cambios que se derivarán de la crisis actual durante los próximos años.

El catalanismo político es consciente de ello. La ciudadanía también debe serlo. Si nos miramos en el espejo, nos veremos todos y, nos gustemos o no, el futuro lo vamos a sufrir o lo vamos a construir juntos, en función de la respuesta del Estado a las cuestiones justas e irrenunciables que hemos puesto sobre la mesa.

Ernest Benach, presidente del Parlament.