Santiago y otros guardianes de Occidente

En torno al 25 de julio, en Europa se celebran innumerables fiestas que rememoran la lucha de muchos santos contra las serpientes. De todas ellas, la más conocida es la de Santo Doménico de Coculo (Italia). En 2008, más de 300.000 personas llegadas de toda Europa asistieron a la celebración. «Los que vienen son un millar de veces más que los que están», se podía leer en algún diario.

Según la tradición, las serpientes se opusieron a la entrada de Santiago a Galicia como se opusieron a la entrada de San Patricio a Irlanda y a la de otros santos evangelizadores a distintos lugares del viejo continente. Esta pelea sin cuartel simboliza la lucha de lo que está contra lo que llega, de lo viejo contra lo nuevo, del cristianismo contra el paganismo. Es la cristianización de la mítica lucha de Apolo contra la Pitón para expulsarla de Delfos.

Con el paso del tiempo, la serpiente se convirtió en dragón. Cerca de Silca, una ciudad de la provincia de Libia, había un lago en cuyas aguas se ocultaba un monstruo grande y fiero. Los habitantes de la rivera, aterrorizados, estaban obligados a arrojar cada día a sus aguas a dos ovejas para que el monstruo, satisfechas sus necesidades, les dejara atender tranquilamente sus quehaceres diarios. Pasado mucho tiempo, cuando ya quedaban muy pocas ovejas porque los apriscos no se recebaban, los ciudadanos acordaron darle cada día sólo una oveja al monstruo y sustituir la otra por una persona, designada por sorteo.

Un día, la suerte recayó en la hija del rey, quien, después de varias moratorias, tuvo que acceder a los designios del azar y dejar partir a su hija. Cuando el monstruo saltó del lago para arrebatar a la princesa, un apuesto joven que pasaba por allí a lomos de un corcel impetuoso, y que había puesto pie en tierra para besar la mano de la señorita, de un brinco montó, cogió y blandió en el aire su espada y con ella inmovilizó la bestia a los pies de su caballo. Entonces, con un extremo del cinturón de la princesa, el joven amarró el monstruo por el pescuezo, mientras tiraba de él por el otro extremo. El monstruo los seguía como si fuera un perrillo faldero. El joven era San Jorge.

Cuando el dragón que habitaba cerca de París salió del bosque para ir a la tumba de una matrona de mala reputación, muerta no hacía mucho tiempo, San Marcel, obispo de la diócesis, se puso a rezar, y la bestia vino a implorar su perdón haciéndole caricias con la cola. El Santo no se dejó embaucar y le golpeó la cabeza tres veces con su cayado, lo dominó, lo prendió con su estola pasándosela alrededor del pescuezo y le dijo: «En adelante quédate en el desierto o escóndete en el agua». El monstruo desapareció y, desde entonces, nunca más se supo nada de él.

Ya en el territorio de Aix, en Francia, Santa Marta se enteró de que en los bordes del Ron, en un bosque situado entre Arlés y Aviñón, vivía un dragón, mitad reptil mitad pez, que estaba a la espera de los navíos que navegaban por el río para hacerlos naufragar. Un día, Marta se encontró con el dragón; inmediatamente, lo roció con agua bendita, le enseñó el signo de la cruz, y, al instante, el dragón se volvió manso como un cordero, Marta lo amarró entonces con su cinturón y lo entregó al pueblo, que lo aplastó a golpes con todo tipo de objetos que las gentes tenían a mano. El dragón se llamaba Tarascón o Tarasca y, desde entonces, aquel lugar, que antes se llamaba Nerlec, pasó a llamarse Tarascón.

San Miguel sólo pudo habitar en el Monte Gargán de Italia, hoy llamado Monte Santangelo, después de luchar a brazo partido y vencer el dragón que lo habitaba y que se alimentaba de los bueyes que robaba a los campesinos. Estas tradiciones son la continuación de un mito clásico transformado y adaptado a las nuevas situaciones. Siendo rey de Creta Minos, los atenienses estaban obligados a entregarle una o dos doncellas cada cierto tiempo; entonces, Teseo, hijo del rey de Atenas, para liberar a sus conciudadanos de la tiranía del rey Minos, expuso su vida entrando en el laberinto para matar el Minotauro.

Los gallegos dicen que la tarasca, a la que ellos llaman coca y que en muchos lugares llevan en la procesión del Corpus, es un monstruo gigantesco que, hace muchos años, vivía en alguna de sus rías y tenía atemorizada a toda la región, pues, de cuando en cuando, salía del agua y raptaba a alguna joven. Un día, los mozos de Redondela (Pontevedra), llenos de pánico y de rabia, se armaron de coraje, salieron a su encuentro y, tras luchar a brazo partido varios días contra él, lo vencieron.

Con el paso del tiempo, otras circunstancias históricas convirtieron al monstruo en un enemigo de carne y hueso, y a los santos en Miles Christi. Santiago debutó como tal en Coimbra en torno al año 1050, con Alfonso VI; rápidamente se convirtió en protector del reino y de los pueblos. Santiago se ganó con justicia el apelativo de Matamoros poniéndose al frente de mil batallas para derrotar a éstos, montando su caballo blanco que, según algunos autores, no es sino el caballo blanco de Cástor y Polux, personajes de la Ilíada. Así, se convirtió en un símbolo eficaz de protección de los cristianos contra los moros ya antes del descubrimiento de su sepulcro. La primera vez que se invoca al Apóstol Santiago como patrón de España fue en torno al año 783 en el Himno O Dei Verbum, compuesto por el abad beato del Monasterio de San Martín de Turieno, en Liébana.

Un día se apareció Santiago a Carlomagno y le pidió que limpiara su camino de enemigos. En el museo de la Catedral de Gerona se conserva una talla de Carlomagno pisoteando dos serpientes, dragones o seres humanos, deformes. Elevado a los altares por la devoción popular, la tradición le considera como un alter ego de Santiago en la lucha contra los moros. La leyenda dice que Rolando no murió en Roncesvalles sino que, tras lograr escapar, llegó a una de las islas gallegas.

Poco después de que San Miguel se hiciera con los dominios del Monte Gárgamo, los napolitanos, paganos a la sazón, declararon la guerra a los cristianos de la región. Éstos, por consejo de su obispo, pidieron a los enemigos una tregua de tres días durante los cuales ayunaron y pidieron ayuda a su santo patrono. Al poco tiempo, el ejército enemigo había perdido mas de 600 soldados, unos fulminados por los rayos, otros masacrados por sus propios compañeros cuando trataban de romper la niebla con la espada y el resto, alcanzado por la espada de los valerosos cristianos al frente de los cuales combatía San Miguel. Los supervivientes de las tropas napolitanas emprendieron la fuga, abandonaron la idolatría y sometieron sus duras cervices al «suave y dulce yugo de la fe cristiana».

En la época de las cruzadas, un joven apuesto y de muy buenos modales se apareció a uno de los capellanes del ejército cristiano que iba hacia Jerusalén para conquistar la Ciudad Santa, en manos de los sarracenos. «Soy San Jorge», le dijo. «Os protegeré y actuaré como jefe de las tropas en las batallas si lleváis con vosotros las reliquias de mi cuerpo». Jorge, vestido de blanco y enarbolando una cruz roja a modo de estandarte, volvió a aparecerse, esta vez a los soldados que ya tenían la ciudad sitiada, pero que no se atrevían a atacarla, y a quienes arengó «con palabras ardientes que iban directamente al corazón». Entonces, los soldados enardecidos lo siguieron, treparon por las murallas hasta las almenas, dieron muerte a los sarracenos y ocuparon la ciudad.

Después de haber expulsado a los moros, en la memoria popular perduró la leyenda de la reina Loba, una mora que mantenía sometidos a los habitantes de la región donde tenía su castillo. Los ciudadanos estaban obligados a entregarle el diezmo de las cosechas y las primicias de sus manadas, con lo que ella y su corte vivían a cuerpo de rey. Las cosas continuaron así hasta que las poblaciones explotadas, con ardides y trampas, mataron a la soberana, pusieron en fuga a los miembros de su corte y destruyeron lo que había sido su residencia de la que hoy sólo quedan ruinas. La leyenda es la adaptación a diferentes situaciones del mito de Teseo y, al mismo tiempo, la explicación de la conflictividad entre grupos inherente a la existencia del ser humano.

El conflicto entre el cristianismo y el paganismo sigue vivo en Atenas. Con la cristianización, se entabló una lucha entre Atenea y San Jorge por el dominio de la ciudad de la que ninguno resultó vencedor. Atenea reina desde el Partenón y San Jorge desde su capilla situada en la colina opuesta. Pero San Jorge, animado por el curso de la evolución de la Historia, ha osado hacer una incursión en los dominios de Atenea instalando una pequeña capilla en las faldas del Partenón.

Con el paso del tiempo, las circunstancias históricas han cambiado, pero los conflictos siguen. Hoy no se da entre los habitantes de la ciudad y las serpientes o los monstruos que habitan en algún lago, ni entre los soldados cristianos y los sarracenos, sino entre los que están y los que llegan, entre los de dentro y los de fuera. Las riadas de gente que corren por el Camino de Santiago, cada día más, no es sólo fruto de la publicidad y del azar, sino también la respuesta cuasi instintiva a una situación percibida como amenazante causada por los otros. ¡Pobre Abel!

Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. Es autor del blog Diario nihilista