Santuarios terroristas

Las recientes declaraciones proferidas por dos etarras en la Audiencia Nacional, reconociendo que habían recibido entrenamiento en Venezuela, devuelven actualidad a la cuestión de los llamados santuarios para terroristas: un problema que lleva largo tiempo afectando a España, así como a la seguridad, la estabilidad y la paz de otros muchos países, sino del mundo entero.

No deja de resultar curioso que una expresión como la que figura en el título haya ganado carta de naturaleza, tanto fuera como dentro de nuestro país, teniendo en cuenta su significado primario y original. La palabra «santuario» fue acuñada para designar cualquier templo o sitio al que pudieran peregrinar los fieles de alguna religión, normalmente para dar una prueba de fe. Durante la Edad Media las iglesias y los monasterios cristianos se convirtieron en lugares a los que, merced a la ley de asilo, los perseguidos por la justicia podían hallar resguardo de sus perseguidores, debiendo abstenerse estos de violar tal refugio. De modo que, andando el tiempo, la citada práctica de «acogerse a sagrado» permitió agregar un nuevo significado a la voz santuario, comenzando a usarse también para designar todo espacio que otorgase seguridad a sus moradores y visitantes, incluyendo también a toda suerte de maleantes. En conformidad con ello, la noción de «santuario terrorista» se ha terminado empleando para describir aquellos enclaves que ofrecen protección a elementos terroristas, ya se trate de unos pocos individuos o de toda una organización. Expresado con otros términos, esos santuarios se corresponden con las «bases seguras» que, de acuerdo con T. H. Lawrence (el legendario Lawrence de Arabia), constituyen una de las condiciones indispensables para el éxito en cualquier guerra de guerrillas: un lugar donde poder quedar a salvo de un enemigo superior en fuerzas, a quien solo cabe derrotar evitando todo enfrentamiento directo, pero sometiéndolo a cambio a hostigamientos reiterados (o, en el caso del terrorismo, a ataques dirigidos contra población civil o no combatiente). La experiencia acumulada durante un largo siglo XX traspasado por un mínimo de cuatro oleadas de terrorismo insurgente, cuyos efectos se hicieron sentir en una multiplicidad de países y en varios continentes, ha demostrado la enorme importancia que el acceso a algún espacio de impunidad (santuario) entraña para la supervivencia y efectividad operativa de cualquier organización terrorista. Ello se explica, sobre todo, por las múltiples exigencias que requiere la propia actividad terrorista y las facilidades que los santuarios ofrecen para su cumplimiento, incluyendo evitar vigilancias y detenciones, adiestrar a los propios militantes, acceder a fuentes de financiación, armas y otros recursos, diseñar estrategias y planificar y preparar atentados, cubrir requerimientos logísticos, desarrollar acciones de comunicación y propaganda, establecer contactos con otros grupos terroristas o criminales, reclutar nuevos miembros, y otras.

Los enclaves constituidos en santuarios terroristas pueden adoptar una amplia variedad de formas y ubicaciones, siendo esa misma variedad lo que determina cuáles y cuántas de las anteriores funciones pueden ser satisfechas mediante su uso, además de la más básica de resguardo y ocultación. Algunos santuarios se emplazan en los propios países donde los terroristas cometen sus atentados, en regiones, localidades o barrios donde gozan de un apoyo social considerable, como ocurriera con los sectores católicos de varias ciudades norirlandesas en que las operaba el IRA. O en campos de refugiados como los que permitían a extremistas palestinos ocultarse tras mujeres y niños. No obstante, los santuarios que resultan más útiles a las organizaciones terroristas (y más difíciles de erradicar) se sitúan en países donde sus militantes no son activamente perseguidos por el Estado, lo cual puede suceder por varios motivos: por ausencia de control estatal sobre la parte del propio territorio donde se cobijan y operan los terroristas (caso de los Estados frágiles o fallidos); por indiferencia del propio Estado cuyo país les sirve de santuario (recuérdese la indolente actitud mantenida durante años por Francia y Argelia respecto a ETA, hoy afortunadamente superada); por afinidad ideológica (como la profesada hacia Osama bin Laden por los gobiernos islámicos y extremistas que le acogieron sucesivamente en Sudán y Afganistán durante la década de 1990); o por voluntad expresa de apoyar un extremismo violento cuyos efectos pudiera favorecer la propia agenda internacional, siguiendo el ejemplo de numerosos estados que han patrocinado a organizaciones terroristas foráneas de diverso signo (como hicieron la antigua URSS y la República Democrática Alemana, Libia, Irán o Siria, entre otros estados).

¿Qué puede hacerse para eliminar las condiciones que producen santuarios terroristas? Centrándonos en los santuarios internacionales, resulta evidente que la invasión militar, por sus enormes costos humanos y económicos, debe ser una opción únicamente aplicable bajo situaciones de emergencia como la generada por el asentamiento de Al Qaida en tierras afganas con consentimiento del régimen talibán. Ante todo, es prioritario impulsar y sostener todas las acciones diplomáticas y medidas de presión que sean necesarias para comprometer a los estados que integran la comunidad internacional a prohibir el acceso y tránsito de terroristas foráneos dentro de sus fronteras y, en caso de no poder evitarlo, detenerlos y entregarlos a la Justicia de sus países de origen. Y, por supuesto, hay que ayudar política y económicamente a resolver los problemas de escasez de recursos y gobernabilidad que convierten a ciertos países y regiones en lugares hospitalarios para criminales internacionales de toda condición. Todo esto se viene haciendo en cierta medida, pero también con limitaciones importantes. Y, por desgracia, aún existen estados que toleran y apoyan al terrorismo.

Con su participación en la misión ISAF, España colabora con otros muchos países para evitar que Afganistán vuelva a ser un inmenso refugio y campo de entrenamiento para terroristas. Pero ese país centroasiático no es ni mucho menos el único santuario extranjero que debe preocuparnos. En su informe final, publicado en julio de 2004, la comisión encargada de investigar los atentados del 11-S identificó varias regiones del mundo que estaban funcionando o podían funcionar como santuarios para Al Qaida u otros grupos armados ideológicamente próximos, siendo las principales algunos países o regiones del sudeste asiático, Asia Central (Pakistán occidental y su frontera con Afganistán, la Península Arábiga, el Cuerno de África y África occidental —desierto del Sahel, Magreb, Nigeria). Seis años después de haberse confeccionado, esa lista no admite rectificación. Así, teniendo en cuenta que España se halla bajo amenaza del movimiento yihadista global, la existencia de cada uno de esos santuarios afecta directamente a nuestra seguridad.

Por último, la alusión inicial a Venezuela nos recuerda que, prolongando una vieja costumbre practicada por varios países iberoamericanos (México, Cuba, Colombia, Uruguay, Nicaragua) todavía hoy ETA contaría con santuarios fuera de nuestras fronteras, en los cuales no solo encuentra refugio, sino que también emplea para garantizar su capacidad de matar. Esto ocurre en un país al que nuestra diplomacia considera amigo (pese a estar sometido a un gobierno indudablemente atroz), pero cuyas autoridades no tienen reparo en difamar a nuestras Fuerzas de Seguridad y nuestro sistema de justicia. Y solo resta preguntar: ¿se está haciendo todo lo que se puede y debe para acabar con esta situación? En verdad, no lo parece.

Luis de la Corte Ibáñez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.