Saramago en su balsa

El viajero sube a la atalaya de la Torre del Homenaje del Castillo de Monterrei de Verín (Ourense), mira hacia el sur y contempla un valle más profundo que ancho, flanqueado por unos montes de mediana altura, poblados de pinos, que descienden hacia una llanura de viñedos y pastos. Entre los árboles podrá distinguir el curso del río Támega que se pierde en el horizonte hacia los confines del valle.

Si no es conocedor del lugar, el paisaje le parecerá un todo armónico sin saber dónde termina España y dónde comienza Portugal. Los que hemos vivido en la zona sabemos que, el agua en que nos bañábamos, sigue su curso y que más adelante se convertía en portuguesa y llegaba a juntarse con el río Douro, en Amarante.

Para mí era una parte de mi vida que nunca estuvo escindida en dos países. Allí pasé retazos de mi niñez y juventud, moviéndome en un entorno que nunca me puso barreras para sentirme en terreno propio. José Saramago nació y vivió su infancia y adolescencia en Azinhaga, cerca de Lisboa, en una zona pantanosa que la obra del hombre rescató de las aguas para convertirlas en tierras fértiles y productivas.

Su encuentro con España creo que se debió más al amor que depositó en Pilar que por afinidades ideológicas con sus correligionarios de aquí o por intercambio cultural. Pero a partir de ese momento, las vivencias compartidas borran por completo cualquier signo diferencial o identitario. El compromiso con los derechos humanos, con el cambio climático o de los derechos de los pueblos indígenas estaban siempre presentes en sus convicciones. Recuerdo con que emoción contó al auditorio la victoria, en el Tribunal Supremo de Brasil, de una comunidad de indígenas del Amazonas frente a los propósitos depredadores de varias empresas que amenazaban el entorno natural. Fue en Lanzarote, el año pasado, y allí tuve la oportunidad de hablar con él por ultima vez.

Como hombre apegado a la tierra no entendía la separación de lo que estaba unido geográficamente. Pero siempre alentó un sueño que algunos otros compartimos. La unidad cultural, política, económica y de expansión hacia el mundo latino que podían realizar, desde la Unión Europea, España y Portugal.

Uno de los personajes de su obra, La balsa de piedra, en un momento de su viaje hacia el norte, hacia Galicia, exclama, tierra y país, todo es lo mismo y su interlocutor le contesta que quizá podamos no conocer nuestro país pero conocemos nuestra tierra. La tierra, los sentimientos, la lengua semejante y, quizá mucho más de lo que pensamos. También nuestro pasado histórico, con una breve y desafortunada unidad, manejada por un rey y unos cortesanos empeñados en la soberbia de someter, más que en el afán de integrar y compartir.

Cuando los sentimientos son intensos y los deseos tienen el poder necesario, la fuerza mental que generan adquiere tal potencia que basta con un leve gesto para transformar la realidad. Como dijo Alejo Carpentier, "todo futuro es fabuloso". Lo mismo debía pensar Joana Carda, personaje de la obra de Saramago, cuando cogió una vara de negrillo para hendir la tierra y dar rienda suelta a los sueños. De repente, de forma inesperada y milagrosa, los Pirineos perdieron su asentamiento en la tierra y dejaron deslizarse hacia el sur al resto de la península Ibérica como una balsa de piedra que nunca estuvo a la deriva. Su destino era el otro lado del Atlántico. Allí encontró su asiento y floreció el portugués y el español. Visto desde el satélite los expertos no podían creer lo que estaba pasando. Un canal de agua se abría entre Fuenterrabía y Cerbere y algunos barcos manejados por osados timoneles no dudaron en aprovechar el atajo que les ofrecía el fenómeno de la naturaleza. Todo por una vara de negrillo manejada por un ser que concentró todo su esfuerzo mental en conseguir lo que parecía imposible.

El fenómeno no terminó con la escisión pirenaica. Nos quedaba el residuo de Gibraltar. Teníamos dos opciones, llevárnoslo con toda la masa escindida o volver a utilizar la vara de negrillo para convertirlo en una pequeña isla que buscaba desesperadamente navegar contracorriente y deslizarse hacia el norte para unirse definitivamente a la metrópoli británica. Su destino, como isla, estaba decidido, las corrientes harían el resto si es que le facilitaban el camino hacia la gran Isla.

José ha dejado sus cenizas en la Península, mezclada con la tierra de nuestros dos países que él unió amorosamente en vida, de forma natural y sencilla. Se me ocurre una inscripción para la lápida: "Serán ceniza, mas tendrá sentido, polvo serán, mas polvo enamorado" (Quevedo). Te imagino en una balsa partiendo hacia el infinito como en la escena final de la película de los Caballeros del rey Arturo. Lancelot (Lanzarote), el Caballero del Lago lanzó la flecha hacia la balsa para prender la hoguera de su último viaje. No será necesario que nadie ilumine tu trayecto. Tú eras la luz en medio de tanta ceguera. Muchas gracias por tu obra, por tu ejemplo y por tu vida. Así será más fácil soportar las miserias, los vacíos y las complicidades del presente.

José Antonio Martín Pallín, magistrado del Tribunal Supremo y comisionado de la Comisión Internacional de Juristas.