Sarkozy-hollande: no va más

La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebrada el pasado 22 de abril vino a confirmar que la segunda ronda enfrentará a François Hollande (28,6%) con el presidente saliente Nicolas Sarkozy (27,1%) y trajo la sorpresa del resultado increíblemente alto de la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen, con el 18% de los votos. El candidato del Frente de Izquierdas, Jean-luc Mélenchon, obtuvo el 11,1% y el centrista François Bayrou, el 9,1%. Los sondeos para la segunda vuelta siguen dando ganador a Hollande (53%-47% o 54%-46%).

Hollande puede considerar que ha superado su gran reto. Ha alcanzado un resultado que ningún candidato de izquierdas había logrado desde François Mitterrand en 1988. Llega a la segunda vuelta por delante del presidente saliente, lo que no había ocurrido nunca en la V República. Hace un año ni siquiera era favorito para ser el candidato socialista. Estaba lejos de poder batir a Dominique Strauss-kahn –a quien se creía muy alejado de las preocupaciones cotidianas de los franceses– en las primarias socialistas. El caso Sofitel hizo imposible ese duelo. Su aspiración era encarnar un candidato “normal”, en oposición al que se presenta como el candidato de los ricos.

Sarkozy está decepcionado por no haber llegado en cabeza a la segunda vuelta. No ha sido capaz de captar los votos de un Frente Nacional que, por el contrario, nunca ha sido tan fuerte, ni siquiera en el 2002, cuando Jean-marie Le Pen alcanzó la segunda vuelta presidencial. Lejos de debilitar su resultado, la campaña de Marine Le Pen, muy marcada hacia la derecha e insistiendo en la inmigración y el islam, ha hecho creíble su discurso. Los electores siempre prefieren el original a la fotocopia. Y Sarkozy ha perdido votos en el electorado moderado.

Y parece haber elegido seguir por esa pendiente durante la segunda vuelta. El problema es que ya no hay reservas de votos. Mientras que el 90% de los votantes de izquierdas están decididos a votar por François Hollande, sólo el 60% de los electores de Marine Le Pen dicen querer votar a Sarkozy. Los de Bayrou se repartirán a partes iguales. Es poco probable que Marine Le Pen llame a votar por Sarkozy. Su interés consiste en ver cómo fracasa para ver una recomposición de la derecha alrededor de su figura. El modelo es Gianfranco Fini, el líder neofascista que se convirtió en el jefe de la derecha italiana.

Marine Le Pen ha abandonado el antisemitismo de su padre. Concentra sus ataques en los musulmanes y los inmigrantes. Madre de familia y divorciada que vive en pareja, defiende una cierta modernidad en el plano de la sociedad. Toca también la fibra social al presentarse como la candidata de los desasistidos, de los parados, de los que viven en precario, de las víctimas de los mercados, de la globalización y de Europa. Navega sobre la ruptura entre una parte de los electos franceses y del pueblo. Espera que la derrota de Sarkozy –que antes pondrá en marcha temáticas cercanas a las suyas– la coloque en el centro de la recomposición política de la derecha.

¿Cómo explicar que Sarkozy, a quien todo le iba de cara en el 2007, esté a un paso de ser el primer presidente en treinta años en ser derrotado tras un primer mandato?

Cuando llegó al Elíseo en el 2007 encarnaba una forma de ruptura, una sociedad abierta y moderna en la que la iniciativa sería recompensada. La celebración de su victoria en Fouquet’s, rodeado de grandes empresarios, las medidas fiscales favorables a las grandes fortunas, le han alejado de las clases populares. Él, que no había salido de las grandes escuelas que suministran a Francia la casi totalidad de sus élites, que parecía querer romper los tabúes de la sociedad francesa, se ha encerrado en sí mismo y ha caído en un exceso de confianza. Un momento clave fue cuando quiso nombrar a su hijo –que acabada de suspender por tercera vez los exámenes de Derecho en segundo de carrera– al frente del organismo público de la Défense que controla el mayor centro de negocios francés. Nadie en su entorno se atrevió a advertirle contra este nombramiento, que desencadenó las iras de la opinión pública y al que tuvo que renunciar. Todos los padres y abuelos que veían a sus hijos con problemas para acceder a un trabajo tras haber superado sus estudios se sintieron heridos por este nepotismo.

Nicolas Sarkozy alude a los efectos de la crisis para explicar que él, que quería reducir el paro, ha visto como un millón de franceses se sumaban a las listas del paro. Parte de su programa comunicativo descansa sobre la idea de que su acción de gobierno ha protegido a los franceses de lo peor de la actual crisis. Se lo jugará todo anteponiendo la falta de experiencia internacional de su rival y probablemente colocando el acento en el miedo al islam y a los inmigrantes.

Si fracasa, Sarkozy habrá sido el propio artífice de su derrota. Y para triunfar, Hollande debe resistir la presión y dar la imagen de alguien que ha centrado la cabeza desde hace tiempo. Pondrá en el eje de su campaña para esta segunda vuelta los problemas del empleo, la protección y la justicia social.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

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