Sarkozy: 'Liberté, égalité, frivolité'

Florence Cassez es una ciudadana francesa que fue encontrada culpable, en México, del delito de secuestro, portación de armas de uso exclusivo del Ejército y delincuencia organizada. Su caso fue llevado ante todas las instancias judiciales correspondientes, quienes en su momento valoraron las pruebas existentes y los testimonios de las víctimas, y confirmaron, una a una, la sentencia de 60 años de prisión que le fue dictada.

El último recurso le fue denegado apenas el 10 de febrero pasado. El Tribunal Federal que resolvió sobre el juicio de amparo interpuesto por su defensa consideró que los conceptos de violación al procedimiento eran infundados e inoperantes, y respondió exhaustivamente a sus argumentos.

Hasta aquí, nos encontramos con una historia común y corriente. La historia de una persona detenida en flagrancia, que es reconocida por las víctimas que mantenía ocultas en los zulos de que disponía. Una criminal que en su defensa no aduce su inocencia, sino supuestas violaciones al procedimiento, las mismas que son refutadas en cada instancia a la que se presenta. Sería, repetimos, una historia común, a no ser porque ocurre justo cuando Nicolas Sarkozy sufre uno de los momentos más bajos de aprobación en Francia.

Sarkozy vio la oportunidad y decidió tomarla al vuelo, convirtiendo la defensa de Cassez en un asunto de interés nacional, arrollando todo lo que se ponía a su paso, incluyendo la relación bilateral con México. Así, y pensando siempre en los reflectores franceses, ha dirigido discursos ante legisladores mexicanos y presionado al Poder Ejecutivo de la nación; ha utilizado a su propia cancillería como punta de lanza e, irresponsablemente, ha llevado la relación bilateral hasta un punto de tensión que no se conocía desde el siglo XIX.

Este año, 2011, estaba destinado a ser el Año de México en Francia. Un programa ambicioso de promoción cultural y económica, cuyo objetivo era acercar a los franceses a México, por medio de más de 300 actividades en todo el país. Música, literatura, danza, teatro, cine. Manifestaciones de la cultura mexicana que llevarían a dos pueblos, naturalmente cercanos, a conocerse y apreciarse aún más.

Sarkozy, al conocer que sus esfuerzos por llevar a Cassez de regreso a su país eran inútiles -principalmente porque no existía la garantía de que cumpliera con su pena- decide utilizar las celebraciones culturales como un acto más de presión y anuncia que el Año de México en Francia estará dedicado, por parte del Gobierno francés, a la secuestradora. Un homenaje. Cada uno de los actos sería precedido de unas palabras al respecto, de una dedicatoria especial, de un mensaje derogatorio a la actuación del Gobierno mexicano. Cada acto sería, a la vez, un testimonio del compromiso de Sarkozy con su causa más querida, su propia imagen.

México es un país que ha sufrido en carne propia, y de manera dolorosa, el drama del secuestro. El testimonio de las víctimas es aterrador, y refleja los extremos a los que puede llegar el ser humano cuando a la codicia se une la sensación de impunidad. Niños y mujeres asesinados después de sufrir torturas y mutilaciones. Familias desintegradas, funcionarios corrompidos. Era imposible que México aceptara que su cultura, lo mejor que tiene para ofrecer, se viera manchada por la defensa irresponsable de una secuestradora, de parte de un mandatario de cuya mayor ambición es incrementar su popularidad. Era completamente inaceptable y la participación de México fue cancelada.

Es una pena. Tal vez no lo comprendió, pero Sarkozy, en su infinita frivolidad, cometió el grave error de mezclar, primero, la causa judicial de una particular con un asunto de Estado y, posteriormente, un asunto de Estado con un evento de amistad entre dos pueblos, sin importarle la dignidad y el dolor de un pueblo que, antes que nada, quiere volver a creer en la justicia.

Por Víctor Beltri, politólogo y columnista del diario mexicano Excelsior.

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