Sarkozy y el espíritu del 68

La repercusión en Europa y la influencia sobre ella de los cambios políticos y de las conmociones sociales y culturales que tienen lugar en Francia siempre han resultado de primera importancia: la década revolucionaria de 1789 a 1799, el cesarismo napoleónico, las jornadas de julio de 1830, la revolución de 1848, la Comuna, la formación y consolidación de una República con su centro de gravedad en el Parlamento y asentada en principios laicistas transmitidos por una escuela pública universal, la crisis de la descolonización (Indochina, Argelia), el gaullismo y la política de 'grandeur', la revuelta estudiantil de 1968, los recientes y muy graves disturbios en los barrios interraciales Francia es, pudiera decirse, algo así como el laboratorio europeo de experimentación de nuevas formas políticas, utopías comunitarias y desafíos de la contracultura. La razón de su potente influjo obedece, entre otras causas, a la fuerza de irradiación de su elite intelectual, instrumentada a través de una lengua precisa, bella y no pocas veces esplendorosa. Los intelectuales franceses (literatos, filósofos, periodistas) han representado secularmente el papel de testigos comprometidos de su época. Voltaire, Zola, Benda, Sartre, Revel son sólo algunos de los nombres de quienes desempeñaron una misión especialmente prestigiosa entre los franceses, pero igualmente entre los demás europeos. Orgullosos de la singularidad de su país, a los franceses siempre les ha parecido que, más que una cultura, Francia constituye una civilización.

Sin embargo, cabe observar que el largo mandato del presidente Chirac (doce años) ha traído, en su vaciedad, en su carencia de un verdadero proyecto, un desinflamiento de la autoestima francesa. No es Chirac sólo, ciertamente, el causante del pesimismo que atenaza a una gran parte de Francia, pero, como al final del interminable reinado de Luis XV, los franceses suspiran de alivio y tratan de recobrar el ánimo y de enderezar el rumbo. ¿Hacia dónde?

El nuevo presidente, Nicolas Sarkozy, ha prodigado en su campaña electoral las consabidas apelaciones al patriotismo y a sus símbolos, cosa tanto más conveniente cuanto que él procede de una familia de origen húngaro y sefardita, lo que le hace representativo de una población muy mezclada en el último medio siglo. Ha predicado a sus conciudadanos, tan impregnados de la mentalidad del subsidio, la ética del madrugón, el trabajo duro y el respeto a la jerarquía del mérito. Por supuesto, ha garantizado ley y orden. Ha exigido de los extranjeros que quieran asentarse laboralmente en Francia respeto por los valores republicanos y conocimiento de la lengua francesa. Finalmente, ha prometido liquidar el espíritu de Mayo del 68. Esto último me llamó especialmente la atención por su capacidad simbólica, incitándome a desentrañar su significado.

El pesimismo de los franceses evidencia un síntoma de inadaptación al proceso de globalización económica, étnica y cultural. El fracaso del referéndum sobre la Constitución europea fue un error de la clase política y de los votantes, pero supuso una manifestación de protesta contra la pérdida de identidad y contra la superación del capitalismo paternalista y de fuerte intervencionismo estatal en el que Francia se halla instalada desde hace tanto tiempo. Los franceses no quisieron entonces introducir reajustes a la baja ni en su independencia política ni en la alta calidad de su Estado social, y para ellos la Unión Europea proyectada en el Tratado constitucional implicaba el peligro de tales reajustes. Su 'no' en la consulta europea, resultado de la alianza de todos los miedosos y comodones, dinamitó el ambicioso intento de una Europa más unida y, por tanto, más fuerte. ¿Qué ganó Francia? Un Gobierno desprestigiado y sin norte alguno y la persistencia de males endémicos: descenso del PIB por habitante del 5º al 16º lugar en el mundo, un crecimiento económico anual que es el menor de la UE -exceptuando a Portugal- y una elevada tasa de paro.

Las recetas que ofrece Sarkozy son las del liberalismo puro y duro: rebajas fiscales y ampliación mediante incentivos de la jornada laboral de 35 horas. En suma, quiere transformar el capitalismo francés en capitalismo anglosajón. Se le compara con Blair y, en efecto, Blair no alteró el modelo de Mrs. Thatcher: pleno empleo aunque de menor calidad y, como en América, estrecha connivencia entre el Gobierno y las grandes empresas privadas. ¿Y la referencia al 68?

En mayo de 1968 hubo una revuelta, una 'jacquerie' universitaria, no una revolución. Tuvo limitadas consecuencias políticas, pero dejó un largo rastro de valores y de mitos. Algunos pertenecen al ámbito de la contracultura y, curiosamente, son los más integrables en un sistema que todo lo mercantiliza: libertad sexual, ropa informal, el icono del Che Otros reflejan las aspiraciones de fraternidad humana y de rechazo de todas las formas de dominación. Comprendo que Sarkozy, un conservador próximo a las tesis del darwinismo social, abomine de ellos. Lo que me extraña es que, en la Francia actual, inspiren algún temor. Agitar el espantajo del 68, ¿no habrá sido un mero truco electoral? Pues no: todas las utopías hacen temblar a los hombres escasamente generosos.

Ramón Punset, catedrático de Derecho Constitucional, Universidad de Oviedo.