Scholz hizo algo inteligente

He criticado a Olaf Scholz en diversas ocasiones en estas páginas, pero tengo que reconocerle su mérito. La semana pasada hizo algo muy inteligente. Friedrich Merz, el líder de la oposición, atacó a Robert Habeck, el ministro de Economía de los Verdes, con una furia que hacía tiempo que no se veía en el Bundestag. La cuestión era la decisión de Habeck de cerrar las tres centrales nucleares que quedan en el país. Merz pretendía crear divisiones entre el SPD y los Verdes, pero no lo consiguió. La división está ahora entre el SPD y los Verdes, por un lado, y la CDU, por otro. La idea de una coalición Jamaica, que debe su nombre a los colores del partido de la CDU/CSU, los Verdes y el FDP, está más muerta que nunca.

La política alemana de la semana pasada me recordó los tiempos de enfrentamiento en la década de 1970, una década en la que la izquierda y la derecha andaban a gritos la mayor parte del tiempo. Habeck se metió en un lío la semana pasada tras anunciar el cierre de facto de una central nuclear a finales de diciembre, y una prórroga opcional de tres meses para las otras dos. Dado que Alemania ya no puede contar con ningún suministro de gas ruso en adelante, esta decisión fue una sorpresa. Los medios se pusieron en pie de guerra. Habeck también cometió un par de errores no forzados. La forma en que explicó la prórroga tenía poco sentido. El director de la empresa que gestiona la central nuclear entendió la decisión —al igual que yo— como un plan para encender o apagar una central nuclear en función de si la red eléctrica la necesita. Esto no es posible, o al menos no se ha probado. Un día después, en una tertulia televisiva, Habeck se enredó de nuevo en lo que pasaría con las empresas si no tienen energía para producir. El gran comunicador de la política alemana se quedó de repente sin palabras.

Al día siguiente, Merz pensó que era un buen momento para entrar a matar. En uno de sus discursos más agresivos, pidió a Scholz que desautorizara a su ministro de Economía, “para acabar con la locura”, citando sus palabras. Lo que hizo Scholz fue extraordinario. Dijo que no, y devolvió el golpe a Merz con una furia que no se había visto en el Bundestag desde la década de 1970. Le recordó a Merz que su coalición había heredado el mayor desastre de la política energética. Los depósitos de gas estaban medio vacíos el pasado invierno porque el predecesor de Habeck, Peter Altmaier, de la CDU, gestionó mal su cartera.

El ataque de Merz y la respuesta de Scholz son sintomáticos del fin de la era de las grandes coaliciones. Esa construcción se basaba en dos creencias que desde entonces han quedado desmentidas: que solo se pueden ganar elecciones desde el centro, y que estamos dispuestos a pagar el precio que sea para mantener nuestra competitividad industrial. Esta última es una obsesión típicamente alemana, y ha llevado a todo tipo de contorsiones en la política exterior. Esa creencia fue la razón profunda para la alianza estratégica entre Rusia y Alemania.

Al final resultó que el centro no aguantó. Se derrumbó al igual que en otros países. Se derrumbó porque no resolvió los problemas y creó muchos nuevos. Alemania se quedó atrás en la transición en todas las cosas que importaban en el siglo XXI: los objetivos climáticos, la economía digital y la capacidad de reacción ante las pandemias y las crisis geopolíticas. No creo que el Gobierno actual se centre en estas cosas tanto como me gustaría, pero al menos son conscientes de ellas y han empezado a abordar algunas.

En concreto, sí tienen una estrategia energética, basada en las renovables, con el gas como sustituto para solucionar el problema de la intermitencia. Hay un debate legítimo sobre el suministro de electricidad este invierno. Cerrar las tres centrales nucleares en diciembre habría sido un error. El cierre de una central en el norte de Alemania, donde hay mucho viento, probablemente esté bien. Sin embargo, las dos del sur de Alemania puede que sean necesarias. Preveo que permanecerán abiertas hasta mediados de abril. Este es el compromiso que han acordado Scholz y Habeck. Pido a los lectores de fuera de Alemania que no subestimen la determinación alemana de acabar con su dependencia de la energía nuclear. No existen mayorías políticas que estén dispuestas a dar marcha atrás a la salida de la energía nuclear.

Yo mismo no comparto el celo antinuclear alemán. Pero es lo que hay. Más allá de este invierno, irá habiendo más alternativas disponibles. Habrá más terminales de gas natural licuado. Estados Unidos suministrará más gas. Los alemanes ahorrarán energía. Se instalarán bombas de calor en muchos edificios. Mucha gente ya está cambiando el coche por el transporte público, que este Gobierno subvenciona con billetes baratos. Y sí, probablemente cerrarán algunas empresas industriales marginales zombis, lo cual es bueno. Alemania no debería producir productos químicos a granel que consumen mucha energía. Es mejor que estas industrias se trasladen a países con menos cuellos de botella energéticos.

Políticamente, lo ocurrido la semana pasada es que el SPD y los Verdes lograron un gran acercamiento. Con su retórica populista, que da prioridad a las empresas, Merz se ganó el aplauso de los animadores conservadores de los medios y de una parte de la comunidad empresarial. Pero esto es cortoplacista. La CDU/CSU ha sido un partido corto de miras desde que se fue Helmut Kohl. El cortoplacismo de Merz acabó reduciendo sus propias opciones de poder. Si eleva a los Verdes al rango de principal adversario político, solo le queda una opción de coalición: otra gran coalición con el SPD. Al escuchar el debate de la semana pasada, llegué a la conclusión de que el SPD preferiría seguir con los Verdes, aunque sea como socios menores, que juntarse con el odioso Merz. Menos mal que el número de confusas combinaciones de colores políticos, como la coalición Jamaica, se ha reducido.

Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com. Traducción de News Clips.

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