Se acabó

Termina la semana de las maravillas. El lunes, nueva era. El sanchismo está grogui, va dando tumbos, balbucea un no sé qué de berberechos y bullicios, con Ábalos y Calvo en los papeles de Abate Rigores y Abadesa Adusta. Vamos a poder administrar, como corresponde a nuestra mejor tradición, las risas y el enderezamiento nacional. El recochineo se lo ha ganado a pulso el sanchismo con tantas Lastras y tantos solecismos, venga Simancas con sus vacuidades malintencionadas, vengan anacolutos en el gobierno de progreso. Mofa y befa que el sanchismo debería agradecer, ya que al cabo aplacará la santa ira de un personal al que le están birlando la cartera mientras convalece. Ello después de haberle robado libertades y, salvo en Madrid, la posibilidad de ganarse la vida.

En una Caracas, los ministros podemitas y conexos se sentirían la mar de cómodos. Han aportado todos los medios a su alcance para meternos en su molde enfermizo, totalitario y sucio. Pero los medios no eran lo que parecían. Un lecho de Procusto chiquitín, una cosa de la señorita Pepys. No iban a poder estirarle los miembros a nadie, aunque esperaban mutilarnos a todos, en fila india. Y en eso llegó Isabel. Quién os lo iba a decir. La ida, ja, ja, la del tuiter del perro, ji, ji. Pues la señora que convertisteis en espantajo es el único político de España al que aplauden por la calle. Hasta en Barcelona, que es la selva vietnamita pero en aburrido.

Y ahora debemos centrarnos en Iglesias, porque se ha ido y porque merece una despedida algo más sutil que la que le están dando.

Tú que viste tu rostro convertido en icono, Che redivivo, impreso en papeletas electorales por tu tirón: quien tuvo no retuvo. Tú que tenías a los periodistas del Congreso subyugados, al punto que combinabas lo imposible: avergonzar a una profesional por su indumentaria y lograr que se sentaran en el suelo de un noble salón decimonónico para escucharte, oh, maestro, en confuso montón.

Tú, líder que fuiste, tú, caído por arrogancia, tú, con tanto futuro a tus espaldas, eres un ingenuo. Creías que el poder existía, una ilusión de la que yo me libré hace cuarenta años. De ahí tu gran decepción cuando llegaste a la vicepresidencia, pasaron los meses y comprendiste lo que había: incómodo oropel, y ya. Una agenda que dejabas a menudo en blanco porque se te antojaba un desperdicio de divinidad el reunirte con plastas. Es que el cargo, al final, es atender a pesados. Y no habías hecho una revolución (digamos) para eso. Tenías la atención de los medios, sí. ¡Y qué, antes también! Encima, no te podías venir arriba subido a una tarima, que es el hábitat para el que naciste: tarimas, escenarios, ascendiente académico o político. Fascinación de militantes o estudiantes gracias a esos módulos discursivos que empleas, unidades de razonamiento o parrafadas en vocativo, memorizadas, con pretensiones performativas. No podías crecerte porque interferías en los planes de Sánchez. Sí, Pablo. No era el gobierno Iglesias, era el gobierno Sánchez, y así no hay manera. Comprendiste demasiado tarde que el traje vacío de La Moncloa te había timado también a ti. Eso sí, con la inestimable ayuda de tu ego descomunal.

Te dijiste: ¿Esto era? Pues vaya mierda. Sí, Pablo. Se te pasó que estábamos en España, Europa, siglo XXI, y no en Sierra Maestra, venas abiertas de América Latina, finales de los cincuenta. Se te pasó todo, tío. Pero todo. Te comía el mono de arenga, así que tu única posesión era una carencia. En el despliegue de brocha gorda que cabía esperar, tus adversarios, más todos aquellos a los que has tocado las narices, que son millones, se centran en tus posesiones materiales y en tu vida privada. A mí eso no me importa. En lo personal os deseo lo mejor. Te imaginé en la jaula de oro, con ese cargo del que tan orgulloso te debiste sentir durante un rato. Pero insisto, Pablo, naciste en el continente y en la década equivocados.

Al comprender la celada de Sánchez y la de la vida ya solo quisiste mitin. Dadme algo, aunque sea un megáfono. Pero el megáfono y los coches flamantes y los escoltas a puñados casan mal. No importaba. Viste una campaña a mano, en el propio Madrid, y levitaste como un lama, te salió un nimbo rojo, descendiste, desempolvaste tus ruedas de plegaria tibetanas, tuneadas para difundir un mensaje que no contiene información sino una cadencia. Música y no letra. Es esa prosodia tuya tan característica. Basta tener un poco de oído para distinguir el origen de toda esa seducción. Te funcionaba como un cohete en los primeros años de vida pública. Tu núcleo o grupo esotérico se puso a imitar tu prosodia, eso es lo principal. Lo secundario ayudó: un léxico similar. Razonamientos, los previsibles, bah.

Luego le llegó el turno al grupo exotérico. Ahí es mucho más difícil el trabajo. Para que se te pegue la música de alguien y, además, desees imitarlo en el fondo de tu alma, tienes que tenerlo delante muchas horas en carne y hueso. No descartemos que algunas personas que son ahora más o menos políticas, más o menos mediáticas de forma sobrevenida, tengan un oído muy desarrollado y se les hayan pegado tus musiquillas con facilidad. Nos sobran dedos en una mano para contarlas. Errejón, que es escuela esotérica pura, de origen, tiene las mismas inflexiones que tú. Traza los mismos dibujos tonales que tú. Ha leído, más o menos, lo mismo que tú. Ha entendido mejor, creo, a vuestro populista argentino de referencia, ya sabes. Y te tiene ganas porque en la extrema izquierda las diferencias de estrategia se vuelven pronto querellas personales. Ay de él si esto fuera Venezuela y tú Maduro.

Juan Carlos Girauta

1 comentario


  1. Si leyeron a Laclau, que yo lo dudo, tiene mucho mérito. Es inaguantable. El descomunal y cansino lío retórico entre categorías marxistas y populistas, sazonado con retazos de todo lo que haya a mano en el palabrerío del marxismo universitario tras décadas de agitar la coctelera, solo es apto para los iniciados muy cafeteros.

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