Se acerca el invierno en el Reino Unido

El retiro del Reino Unido de la Unión Europea se está desarrollando rápidamente. El “plan Chequers” en el que la primera ministra británica, Theresa May, ha basado su estrategia de negociación no tiene ninguna posibilidad de éxito. Ha sido rechazado no sólo por la UE y el opositor Partido Laborista, sino también por suficientes miembros conservadores del Parlamento como para garantizar que no pasará una votación parlamentaria.

En consecuencia, la única opción del gobierno de May ha sido demorar el proceso y esperar a que suceda algo (una estrategia también conocida como patear el problema para adelante). Pero si bien el estancamiento actual podría simplemente significar que la estrategia de negociación de May era equivocada, también podría implicar que la lógica subyacente del Brexit es incoherente.

Por su parte, el plan Chequers se basa en una serie de acuerdos difíciles. El Reino Unido mantendría una relación arancelaria con la UE, pero no sería dentro de la unión aduanera de la UE. Por el contrario, los tribunales tanto del Reino Unido como de la UE implementarían un “reglamento” común, y el Reino Unido podría apartarse de las reglas comerciales de la UE al hacer acuerdos con terceros.

Pero inclusive si esta falsa unión aduanera le resultara digerible a ambas partes, todavía seguiría en pie la cuestión de la frontera irlandesa. Específicamente, tendría que haber una frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda (que seguiría dentro de la UE) o entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña. El primer escenario amenazaría el proceso de paz irlandés; el segundo destruiría el Reino Unido.

El Brexit se basa en la idea de que la soberanía nacional es la única base racional para el orden internacional. Los académicos se referirían a esto como “realismo”, que sostiene que los estados están motivados por intereses claramente definidos y articulados que chocan constantemente entre sí a nivel global. Una representación no académica y popular de esta doctrina se puede encontrar en la serie “Juego de tronos” de HBO, que combina elementos shakesperianos con fantasía.

Para muchos espectadores, “Juego de tronos” (GOT por su sigla en inglés) se ha convertido en una lente para entender la realidad contemporánea. En la Reunión Anual del Fondo Monetario Internacional-Banco Mundial de este año en Bali, el presidente indonesio, Joko Widodo, canalizó el tema principal de la serie cuando advirtió que “se acerca el invierno”. Como las “grandes casas” de Estados Unidos y China compiten por el control del “trono de hierro”, una crisis global que no perdonará a nadie es cada vez más factible.

Al retratar un mundo de traición y alianzas rotas, GOT sirve como la fábula perfecta para nuestro momento actual de incertidumbre internacional. También es una cita obligada entre los partidarios del Brexit. Michael Gove, uno de los líderes de la campaña “Irse”, ha identificado a Tyrion Lannister, el genio desvalido, como su personaje favorito en la serie.

Según el realismo al estilo GOT, la UE no tiene ningún sentido institucionalmente, porque se basa en una premisa imposible: la trascendencia del nacionalismo y los intereses estatales. Una de las fuerzas impulsoras detrás del Brexit fue la idea de que Europa se está resquebrajando bajo el peso de una deuda insuperable y de una migración descontrolada. El Reino Unido simplemente escapaba de una casa en llamas antes de que se viniera abajo.

El problema de esta interpretación es que ignora todas las maneras en que las instituciones de la UE, las autoridades regulatorias y los marcos legales mantienen la casa en pie. Sin duda, siempre existen algunas personas en algunos países a las que no les gustan algunas reglas. Los europeos del norte y del sur tenían perspectivas muy diferentes sobre la crisis del euro; los europeos del este y del oeste tienen opiniones muy diferentes sobre los refugiados. Pero las principales divisiones políticas están al interior de las sociedades, no entre ellas, y la perspectiva de una salida muy probablemente las intensificaría.

Después de todo, un nuevo orden conlleva nuevas divisiones, como hoy se evidencia en el Reino Unido. La City de Londres está tironeada entre bancos que temen perder a sus clientes y mercados europeos y fondos de cobertura que aspiran a liberarse de las regulaciones europeas. Algunos agricultores tienen miedo de perder los subsidios de la UE, mientras que otros piensan que un nuevo marco tal vez les permitiría practicar una agricultura más sustentable. Y algunos partidarios del Brexit quieren más gasto social, mientras que a otros les gustaría volverse un paraíso desregulado que compita con Singapur. Todos quieren un mundo mejor, pero pocos coinciden en cómo sería ese mundo.

En la Europa continental, la dificultad –si no la imposibilidad- de formular estrategias viables de una salida nacional hoy ya es bien conocida. Cuando Marine Le Pen del Frente Nacional de extrema derecha (hoy llamado Agrupación Nacional) sugirió un referendo sobre la pertenencia al euro durante la campaña presidencial francesa de comienzos de 2017, perdió apoyo. La misma dinámica hoy está en juego en Italia, donde los dos partidos populistas en el poder han tenido que dar marcha atrás con sus observaciones euroescépticas anteriores para dejar en claro que un “Italexit” no está sobre la mesa.

Como están aprendiendo los populistas continentales, una retirada les exige cosas imposibles a los líderes. En el marco realista, un gobierno deber representar los intereses del país a la perfección. Pero los intereses nacionales en una democracia pluralista son objeto de constante debate y desacuerdo. La última vez que el realismo tuvo sentido como una manera de interpretar al mundo fue en los años 1930, cuando la democracia estaba en crisis y sólo los autoritarios podían actuar tal como implicaba la teoría.

Durante la campaña para las elecciones generales de junio de 2017, May prometió que lideraría un gobierno “fuerte y estable”. Pero como no puede gobernar como una autócrata, “fuerte y estable” ya no es una opción, gracias al Brexit.

Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization, he is a co-author of the new book The Euro and The Battle of Ideas, and the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *