¿Se acerca otra crisis de deuda?

El crecimiento económico se acelera en la mayor parte del mundo. Sin embargo, la relación total deuda bruta-PIB del planeta ha alcanzado casi el 250% en comparación al 210% anterior a la crisis económica global de hace casi una década, pese a los esfuerzos para disminuir el endeudamiento del sector bancario que han hecho los reguladores en muchas economías importantes. Esto ha generado dudas acerca de la sostenibilidad de la recuperación, y para algunos un aumento en las tasas de interés podría desencadenar otra crisis mundial. ¿Pero cuán probable es que esto suceda?

Para responder a esta pregunta, hay que recordar que la deuda es tanto un pasivo como un activo. En una economía cerrada (y no les debemos nada a los no terrícolas) la deuda total y los correspondientes activos necesariamente se anulan mutuamente. Así, lo que realmente importa es la composición de las deudas y los pasivos o, para decirlo de forma simple, quién debe qué a quién.

Por ejemplo, una elevada deuda del sector público evidencia una posible necesidad de aumentos impositivos –lo contrario a la normativa fiscal presentada por los legisladores republicanos en Estados Unidos– y/o tasas de interés más altas (reales o nominales, dependiendo de la política monetaria y la inflación). Si la deuda se debe en su mayor parte a acreedores extranjeros, el riesgo de tipo de interés se acrecienta por el riesgo cambiario.

En el caso de la deuda del sector privado, mucho depende de su tipo: la de cobertura, donde el flujo de efectivo del deudor cubre todas las obligaciones; la de tipo especulativo, en la que el flujo de efectivo solo cubre el interés, o la de tipo Ponzi, donde dicho flujo ni siquiera cubre eso. Como explicara el fallecido economista estadounidense Hyman Minsky, cuanto mayor sea la proporción de la deuda que se sitúe en las categorías especulativas o Ponzi, mayor será el riesgo de que un golpe a la confianza desencadene una súbita oleada de desapalancamiento que se transformará rápidamente en una crisis financiera en toda regla.

Tanto en las deudas de los sectores público y privado, los vencimientos también juegan un papel importante. Vencimientos más largos dejan más tiempo para el ajuste, lo que reduce el riesgo de que se produzcan golpes a la confianza.

Sin embargo, aunque tiene poco sentido centrarse en simples cifras agregadas, tanto las instituciones públicas como los investigadores privados tienden a hacer precisamente eso. Considérese la cobertura de la crisis de la deuda griega. Los titulares siguieron la pista del alza de la relación deuda-PIB desde un 100% en 2007 hasta un 180% este año, pero se prestó poca atención a la deuda del sector privado. Y, de hecho, a medida que los acreedores públicos extranjeros reemplazaron a los tenedores privados de deuda y las tasas de interés se redujeron, la deuda total de Grecia, si bien seguía siendo alta, se volvió más sostenible. Su sostenibilidad continuada dependerá en parte de la trayectoria del PIB del país, que es el denominador en la proporción de la deuda.

Se comete un error similar al calcular las deudas de China, que causan el mayor nivel de preocupación en el mundo. Las cifras resultan ciertamente desalentadoras: la relación entre la deuda y el PIB del país se sitúa ahora en torno al 250%, y la deuda del sector privado asciende aproximadamente al 210% del PIB. Pero alrededor de dos tercios de la deuda del sector privado que se define como préstamos bancarios y bonos corporativos en realidad es de propiedad de empresas estatales y entidades de gobiernos locales. El gobierno central ejerce un considerable control sobre ambas.

El mayor riesgo para China probablemente radique en el sector bancario en la sombra, sobre el cual no hay datos confiables disponibles. Por otro lado, una parte importante del crecimiento de las proporciones de la deuda privada en los últimos años puede ser el resultado de la “formalización” de partes del sistema bancario en la sombra, una tendencia que sería un buen augurio para la estabilidad económica.

Y hay más buenas noticias para China. La mayoría de su deuda se mantiene en renminbi; el país posee unas enormes reservas de divisas, de cerca de 3 billones de dólares. Además, los controles de capital siguen siendo efectivos, pese a haber disminuido en los últimos años. Por lo tanto, los líderes del país tienen un “cofre de guerra” de política pública que pueden usar para amortiguar las turbulencias financieras.

Existen algunos motivos de preocupación en el resto de las economías emergentes, si bien en general la situación es relativamente estable. Aunque la deuda del sector privado ha aumentado últimamente, sus niveles siguen siendo tolerables. Y la deuda del sector público ha estado creciendo solo de forma moderada, en relación con el PIB.

En cuanto a las economías avanzadas, hay pocas razones para creer que Japón esté a punto de superar su crisis de deuda. La deuda pública aumentará en Estados Unidos debido a la inminente reforma impositiva; pero al menos durante el próximo año o dos, el golpe será amortiguado por la aceleración continua del crecimiento. Y si bien resulta probable que los activos de baja calidad que posee el sistema bancario impidan la recuperación de Europa, es poco probable que provoquen una crisis financiera.

En resumen, a corto plazo el mundo no parece enfrentar un gran riesgo de una crisis de deuda. Por el contrario, el escenario parece estar configurado para los incrementos continuos en las valoraciones de activos y el crecimiento impulsado por la demanda.

Dicho esto, no deben descartarse los riesgos geopolíticos. A pesar de que los mercados tienden a restar importancia a las crisis políticas localizadas e incluso a los desafíos geopolíticos más grandes, algunos dramas pueden girar fuera de control. En particular, la amenaza nuclear de Corea del Norte sigue siendo grave, y existe la posibilidad de que una escalada repentina aumente el riesgo de conflicto entre Estados Unidos y China.

Oriente Próximo sigue siendo otra fuente de grave inestabilidad, con tensiones en el Golfo que se han agudizado hasta el punto de que no resultan impensables las hostilidades entre Irán y Arabia Saudita y/o la inestabilidad dentro de esta última. En este caso, es Rusia la que podría acabar colisionando con Estados Unidos.

Incluso aunque no se produzca un trastorno geopolítico tan importante, que dañaría gravemente las perspectivas de la economía mundial a corto plazo, se avecinan serios riesgos a medio y largo plazo. El aumento de la desigualdad de ingresos, exacerbada por el desajuste entre las capacidades y los empleos en la era digital, impedirá el crecimiento a menos que se implemente una amplia gama de difíciles reformas estructurales que abarcan las dirigidas a reducir el cambio climático.

En la medida que la situación geopolítica siga siendo manejable, los responsables políticos deberían tener tiempo para implementar las reformas estructurales necesarias. Pero la ventana de oportunidad no permanecerá abierta para siempre. Si, como ocurre en Estados Unidos, los responsables políticos pierden el tiempo en argucias retóricas sobre el derrame de la riqueza, el mundo puede estar dirigiéndose hacia severas dificultades económicas.

Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is Senior Fellow at the Brookings Institution. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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