¿Se acordará el Orgullo 2021 de Alireza Fazeli?

Ilustración en homenaje de Alireza Fazeli realizada por sus seguidores en Instagram
Ilustración en homenaje de Alireza Fazeli realizada por sus seguidores en Instagram

Se llamaba Alireza Fazeli y vivía en la ciudad de Ahvaz, en la provincia iraní del Juzestán. Tenía 20 años y, tras dos de servicio militar obligatorio, Alireza decidió dejarlo. Las continuas vejaciones le resultaban ya insoportables.

Alireza solicitó a la autoridad militar persa un documento oficial de exención, al que tiene derecho cualquier ciudadano. En Irán, las personas con perversiones contrarias a los valores sociales y militares pueden quedar liberadas del servicio militar durante seis meses o, si lo demuestra un centro médico, de forma permanente.

Esta cláusula figura en un apartado del reglamento militar titulado Enfermedades mentales.

La solicitud no es un mero formulario, pues implica la obligación de someterse a pruebas físicas y psicológicas que incluyen exámenes anales e interrogatorios sobre conducta sexual.

La organización 6Rang, que lucha contra la insoportable situación de los colectivos homosexuales en el país de los ayatolás, alerta de que “la cartilla de exención pone en riesgo a multitud de hombres gais, que se ven obligados a declarar su condición sexual para librarse del servicio militar, quedando así expuestos en un entorno hostil. Las autoridades garantizan la confidencialidad del proceso, pero esto es más bien una quimera”.

A pesar de todo, Alireza completó el proceso y le fue concedida, felizmente, la exención. Contento y emocionado prosiguió con sus planes de huida a Turquía, donde le esperaba su pareja, el activista por los derechos LGTB Khalil Abiat. En pocas semanas, Alireza ya no tendría por qué sufrir más vejaciones ni llevar una doble vida. “Alireza me llamó, estaba muy contento. Por fin había llegado su tarjeta de exención, aunque sospechaba que alguien había abierto el sobre” explica Abiat.

Dos días después de esta llamada se produjo otra, en esta ocasión a la madre de Alireza. Era el hermanastro del joven. Este le dijo a la mujer dónde encontrar el cuerpo de su hijo: en una arboleda cercana. También le dijo que Alireza ya no avergonzaría más a la familia y que así se salvaguardaría el honor de esta.

La mujer, en efecto, encontró el cuerpo degollado de su hijo en ese sitio exacto. El hermanastro, unos tíos y varios primos lo habían secuestrado, metido a la fuerza en un coche y asesinado.

El desprecio de sus propios familiares mediante agresiones e insultos no era nuevo para Alireza. Pero él nunca los había denunciado a la policía por miedo a las represalias de las propias autoridades. En esta ocasión, los familiares habían sido alertados de su solicitud de exención. Y pocas cosas hay más masculinas en Irán que el servicio militar.

Ha pasado más de un mes y las autoridades dicen que la investigación continúa. Nadie ha sido detenido aún, a pesar del poco disimulo de los asesinos, y en 6Rang temen que, como en otros miles de casos en Irán, el asesinato de Alireza quede en nada. O, como mucho, justificado como un crimen de honor.

El temor es fundado. No en vano, el Código Penal de los ayatolás justifica este tipo de crímenes, especialmente recurrentes en mujeres, niñas y homosexuales. Las penas van desde los latigazos y meses de cárcel (por mantener relaciones sin penetración) hasta la muerte (en caso de consumación).

El joven asesinado se declaraba gay no binario, definición irrelevante en un país que practica la caza y captura de los homosexuales. Alireza era un marica más que quitar de en medio. La discriminación en Irán es encarnizada, y el colectivo LGBT es según Amnistía Internacional objeto de constantes acosos, detenciones arbitrarias y procesamientos judiciales sumarísimos.

El aquelarre se complementa con la violencia, la persecución y el estigma social. Los activistas denuncian que la discriminación infecta todas las esferas sociales, desde el acceso a la educación hasta la atención sanitaria, pasando por las oportunidades de empleo, los servicios públicos o la justicia. Los ayatolás imponen además un estricto código de vestimenta que no deja el menor atisbo de duda acerca de quién es hombre y quién mujer.

Como solución al problema, el Estado invita a cualquier homosexual que no quiera ser criminalizado a que pase por una operación de cambio de sexo, sea esterilizado y adopte una nueva identidad.

Por supuesto, existen también las llamadas terapias de conversión, que pretenden eliminar la homosexualidad a través de descargas eléctricas, inyecciones involuntarias de hormonas y agresivos medicamentos psicoactivos. 6Rang informa de que estas terapias no diferencian entre hombres, mujeres y niños.

Es sano asomarse al balcón internacional para ubicarse en el mundo. Y en estos días festivos, multicolores y superlativos previos a la fiesta del Orgullo Gay, yo me he animado a denunciar la pavorosa situación de los homosexuales en Irán. Aunque bien podría haberlo hecho igualmente sobre su situación en Arabia Saudí, Somalia, Mauritania, Rusia u otros países de la larga liga de Estados homófobos por los que, lo garantizo, no circula estos días ninguna hiperbólica cabalgata. Y no precisamente por la Covid-19.

El del Orgullo es un desfile en el que nunca faltan figuras políticas con predilección por los riales de la antigua Persia. Tampoco suele faltar la imberbe chavalada con camisetas del Che, otro homófobo confeso que dirigía sus particulares y terribles campos de concentración para homosexuales, conocidos como Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP).

Por eso es durante estos días cuando habría que reflexionar sobre la coherencia de una celebración que corre serio peligro de consumar su deriva desde la justa memoria de Stonewall hasta el caricaturesco carnaval de látex actual. Los derechos de los homosexuales en España y Occidente son una realidad consolidada de la que sentirse orgulloso. Más aún: aunque sería ingenuo pensar que la igualdad es total, es obvio que vivimos en uno de los países más tolerantes del mundo según cualquier baremo o encuesta seria.

Así pues, tener que aguantar las continuas quejas de ciertas cotorras histriónicas montadas en el negocio de la política identitaria empieza a causar hastío (e incluso una natural aversión).

Me pregunto si no sería un acto mucho más coherente plantar la carroza más grande y colorida del próximo desfile en la puerta de la embajada iraní durante 24 horas seguidas con el Go West de los Village People a todo volumen, bailarines con gorritas de la Guardia Revolucionaria, bigotazo, fustas y tachuelas, y una lona del tamaño de Teherán con la imagen de Alireza Fazeli.

Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.

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