¿Se convertirá Sérgio Moro en el verdugo de Bolsonaro?

A la izquierda, Jair Bolsonaro; a la derecha, Sérgio Moro, en octubre de 2019. Credit Adriano Machado/Reuters
A la izquierda, Jair Bolsonaro; a la derecha, Sérgio Moro, en octubre de 2019. Credit Adriano Machado/Reuters

En medio a la pandemia del coronavirus y con Brasil señalado como la próxima zona caliente de infecciones, el presidente Jair Bolsonaro ha decidido hundir al país en una crisis política.

Cuando su ministro de Salud era evaluado positivamente por la opinión pública, Bolsonaro lo despidió y hace una semana forzó también la renuncia de su ministro más popular, el exjuez Sérgio Moro, conocido por su actuación frente a la histórica operación anticorrupción Lava Jato, responsable por la condena de, al menos, seis expresidentes latinoamericanos.

Su renuncia —que vino acompañada de un sorprendente mensaje televisado— disputó la atención con la noticia de que las víctimas por el coronavirus seguían aumentando de manera vertiginosa en Brasil. Desde el inicio de la pandemia, Bolsonaro ha subestimado los efectos del virus. Cuando despidió a su ministro de Salud, el 76 por ciento de los encuestados por la consultoría Atlas rechazó la decisión. Ahora, al confrontarse con uno de los personajes más queridos de la derecha, Bolsonaro ha provocado un debate público sobre la conveniencia o no de iniciar un juicio político en su contra.

Se avecinan tiempos difíciles para el capitán retirado del ejército.

Moro había amenazado con dejar el gobierno si Mauricio Valeixo, su mano derecha en la dirección de la Policía Federal, era reemplazado. Bolsonaro lo destituyó el 24 de abril y el exministro de Justicia cumplió su palabra. Ese mismo día convocó a una conferencia de prensa en la que anunció su salida y advirtió que Bolsonaro presionaba para tener acceso ilegal a reportes de inteligencia y a información de investigaciones en curso. Aunque el exjuez no lo dijo, insinuó que el presidente intentó interferir en las investigaciones abiertas contra tres de sus hijos: el concejal Carlos Bolsonaro, el diputado Eduardo Bolsonaro (ambos por diseminación masiva de noticias falsas) y el senador Flávio Bolsonaro (por una conexión con paramilitares en Río).

Unos días después, la Corte Suprema aceptó un pedido de la fiscalía para investigar las denuncias de Moro, que implicarían seis crímenes en contra de Bolsonaro, entre ellos obstrucción de la justicia y corrupción pasiva privilegiada. Con las muertes por el coronavirus a la alza, la economía parada, su discurso anticorrupción desinflado y sus hijos acorralados por investigaciones judiciales, Bolsonaro vive su peor momento. No puede ser de otra forma porque él mismo es su peor enemigo.

Y aún hay algo peor para Bolsonaro: el juez seguirá siendo un actor político de primera fila. No está vinculado con las iglesias evangélicas ni defiende al ejército como Bolsonaro, pero coincide con la agenda económica liberal de la derecha que, en su momento, lo respaldó.

Quien no odia a Moro, ve en él a un héroe contra la impunidad. Una encuesta hecha entre el 24 y el 26 de abril —días en que la renuncia de Moro dominó las noticias— reveló que ya una mayoría apoyaba la destitución del presidente. La desaprobación a Bolsonaro llegó al 64,4 por ciento, la peor evaluación en su gobierno, según la encuesta de Atlas. Quizás ahora la población ha entendido cómo el discurso anticientífico, antiintelectual y antidemocrático tiene consecuencias reales e inmediatas. Muchos brasileños que estaban convencidos de que Bolsonaro se enfrentaba al establishment, ahora temen morir enfermos o de hambre por la ineficacia del presidente.

Mientras tanto, la aprobación de Moro alcanzó el 57 por ciento. Con ese capital político, deja de ser un ministro reprimido para convertirse en un potencial rival de Bolsonaro en la elección de 2022. Desde la victoria electoral de Bolsonaro, la izquierda ha estado alejada del debate y el juego político se da en un campo que va de la extrema derecha al centro. En ese contexto, Moro sería su principal adversario.

Al anunciar su salida, Moro reconoció que a pesar de las denuncias de corrupción en contra de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Rousseff, ambos respetaron la independencia del Ministerio Público y de la Policía Federal. Fue extraño escucharlo elogiar (aunque sutilmente) a las gestiones que, como juez, persiguió con severidad durante años. Y es irónico verlo salir del gobierno del que formaba parte porque, ahora, el jefe de Estado no pensó dos veces antes de interferir en la justicia para, según dejó ver, proteger a sus hijos investigados.

En realidad, Moro debió haber salido del gobierno de Bolsonaro desde mucho antes. El exjuez calló a cada improperio antidemocrático del presidente e ignoró las acusaciones de corrupción de su entorno familiar. Incluso debería explicar por qué aceptó ser ministro de Bolsonaro en primer lugar. Como juez de la Lava Jato —y con métodos cuestionables (como el abuso de las prisiones preventivas y la filtración a la prensa de delaciones premiadas antes de que sus contenidos fueran comprobados)—, Moro ayudó a impulsar el sentimiento antipolítico que, en parte, condujo a la victoria de Bolsonaro. Cuando condenó al expresidente Lula da Silva meses antes de la elección contribuyó a consolidar la candidatura de Bolsonaro. Finalmente, al aceptar el cargo de “superministro”, refrendó un gobierno con vocación antidemocrática.

Para algunos expertos, la renuncia de Moro es el inicio del fin del gobierno de Bolsonaro. Pero ese mismo día, Bolsonaro se lanzó en brazos del “centrão”, como llamamos en Brasil a un grupo de partidos sin ideología clara y con gran apetito de poder. Esa nueva alianza es un intento de reorganizar su apoyo en el congreso cuando en la mesa del presidente de la cámara de diputados se acumulan casi 30 solicitudes de destitución contra el mandatario. A pesar de la crisis de popularidad que atraviesa, esta alianza parecía darle un respiro. Sin embargo, una vez más, no pudo evitar autosabotearse: al ser cuestionado sobre las más de 5000 victimas fatales del coronavirus en Brasil, contesto: “¿Y qué?”.

De momento, el congreso no parece dispuesto a encarar un segundo proceso de destitución en menos de cuatro años. Profundizaría aún más la crisis del país en un momento en que la pandemia ya nos paralizó. Pero Bolsonaro parece no entender el cargo que ocupa ni tener la capacidad de ejercerlo. Si tuviera espíritu de servicio público, debería renunciar.

Como es probable que no lo haga, siempre podemos contar con su ímpetu para meter a Brasil en un pozo todavía más hondo. Mientras tanto, Moro aguardará el mejor momento para mostrar toda la fuerza de sus aspiraciones políticas.

Carol Pires es reportera política radicada en Río de Janeiro.

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