¿Se debilita el control de las armas nucleares?

¿El control de las armas nucleares se está desintegrando? El Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987 (INF por su sigla en inglés) ha colapsado, el acuerdo nuclear iraní de 2015 está tambaleándose y Corea del Norte ha seguido expandiendo su arsenal nuclear y de misiles balísticos. Peor aún, no resulta claro si Estados Unidos adherirá al Nuevo Tratado START cuando expire en 2021. Ese acuerdo limita (en 3.000) la cantidad de armas estratégicas con las que Rusia y Estados Unidos se han apuntado mutuamente.

Afortunadamente, la historia ofrece cierto consuelo. Durante la Guerra Fría y después, luego de los períodos de ruptura del control de armamentos normalmente vinieron fases de reconstrucción. Pero revertir el curso nunca es fácil. Cuando se trata de que Rusia, Irán y Corea del Norte cumplan con las reglas, la experiencia pasada demuestra que lo que se puede alcanzar movilizando alianzas o llevando a cabo una acción militar es limitado. Las opciones que quedan son sanciones económicas –que son efectivas sólo hasta un punto- y un mayor acopio de armas, para incitar a futuras negociaciones.

Sin duda, las alianzas históricamente han desempeñado un papel importante en la no proliferación nuclear. En Europa, el paraguas nuclear de Estados Unidos y la OTAN impidió que la bomba se propagara más allá de Gran Bretaña y Francia. Cuando las agencias de inteligencia norteamericanas se enteraron en los años 1970 y 1980 de que Corea del Sur y Taiwán tenían programas de armas nucleares secretos, Estados Unidos amenazó con retirar su apoyo militar y económico y los programas, finalmente, se cancelaron.

Pero no hay nada que la presión en el interior de la alianza pueda hacer con solitarios como Corea del Norte, Rusia e Irán. A pesar de la alianza militar y ocasionales cumbres de China con Corea del Norte, tiene escasa influencia en las ambiciones nucleares de Kim Jong-un. Y si bien Gran Bretaña, China, Francia, Alemania y Rusia todavía pueden presionar a Estados Unidos para que renueve el diálogo con Irán, sus esfuerzos hasta ahora no han arrojado resultados.

El uso de la fuerza en el control de las armas nucleares se ha contemplado desde hace mucho tiempo, pero rara vez se puso en práctica, debido a los riesgos de represalias o a las consecuencias radiológicas. Cuando estos riesgos no existen, la acción militar se vuelve atractiva. En 1981 y 2007, Israel bombardeó supuestos reactores nucleares en construcción en Irak y Siria, sin represalias. En la Guerra del Golfo Pérsico de 1991, la Fuerza Aérea de Estados Unidos atacó plantas de enriquecimiento ocultas de Irak con total impunidad. Pero ésta no es una opción contra Rusia y Corea del Norte hoy. Un ataque a un arsenal de misiles de alcance intermedio de contrabando de Rusia o al programa nuclear de Corea del Norte podría dar lugar al mismo escenario que el control de armas supuestamente debe prevenir: una guerra nuclear.

La situación de Irán es diferente. Por temor a mayores actividades de enriquecimiento iraníes, Estados Unidos, en teoría, podría diseñar un ataque limitado a instalaciones nucleares de Irán, bajo la presunción de que la amenaza de una mayor acción estadounidense disuadiría una respuesta iraní. Pero Irán no es Irak o Siria. Directamente o a través de sus muchos representantes regionales, Irán podría desatar una ola de agresión contra intereses de Estados Unidos, como demostró el reciente ataque a la infraestructura petrolera de Arabia Saudita. Los responsables de las políticas de Estados Unidos tendrían que sopesar este riesgo seriamente.

Para impedir una presión efectiva de la alianza o una acción militar, otra opción históricamente ha sido acumular un arsenal propio. A comienzos de los años 1960, Estados Unidos reanudó las pruebas de armas nucleares en respuesta a la violación por parte de la Unión Soviética de la suspensión temporal de los ensayos de 1958; y esto preparó el camino para el Tratado de Prohibición Parcial de Pruebas Nucleares de 1963. De la misma manera, el INF se acordó después de que Estados Unidos desplegara misiles de alcance intermedio en Europa en respuesta a la introducción por parte de Moscú de esas armas. En cada caso, ambas partes concluyeron que los acopios en carácter de represalia no habían hecho más que aumentar su inseguridad.

Ahora bien, en el clima de hoy, utilizar una escalada nuclear para inducir a otra ronda de negociaciones por el control de las armas arrojaría sólo resultados mixtos. Estados Unidos podría intentar intimidar a los norcoreanos devolviéndole a Corea del Sur las armas nucleares que retiró en 1991. Pero dado que Kim asocia la bomba con su propia supervivencia, una medida de esa naturaleza probablemente haría aumentar las tensiones en la Península de Corea y potenciaría la furia de China. La mejor manera de impedir una guerra nuclear en la Península de Corea, por lo tanto, es la disuasión clásica, haciendo uso del paraguas nuclear extraterritorial y de las armas convencionales en tierra de Estados Unidos. Al mismo tiempo, un diálogo diplomático continuo –si no relaciones- entre Corea del Norte y Estados Unidos reduciría el riesgo de un conflicto que surja como consecuencia de una falta de cálculo o un malentendido.

Por el contrario, la reciente prueba estadounidense de un misil crucero de base terrestre de alcance intermedio, junto con los planes norteamericanos de construir un misil balístico de alcance intermedio, encaja con el patrón histórico de utilizar un acopio de armamentos para volver a enfocar la atención del Kremlin en el control de armamentos. Del mismo modo, Estados Unidos puede considerar apropiado introducir armas nucleares de alcance intermedio de base terrestre en el este de Asia para atenuar la expansión nuclear de China.

Irán, en cambio, no tiene ningún arsenal nuclear que aumentar o para utilizar como factor de negociación. Más bien, tiene una capacidad de desarrollo de enriquecimiento nuclear que Estados Unidos quiere eliminar. Por lo tanto, Estados Unidos está endureciendo las sanciones, incrementando su presencia militar en el Golfo Pérsico y lanzado ciberataques para quebrar la voluntad de Irán. En respuesta, Irán ha aumentado el enriquecimiento, alterado los embarques petroleros en el Golfo Pérsico, atacado infraestructura petrolera saudí y amenazado los intereses y aliados de Estados Unidos en todo Oriente Medio. El interrogante ahora es si la política de riesgo conducirá a un conflicto o a un retiro mutuo que permita renovadas conversaciones sobre el control de armamentos, como en los casos previos entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

En estos momentos inquietantes, es natural preguntarse si el control de armamentos no se ha agotado. Si bien los tratados de no proliferación y de prohibición de pruebas nucleares siguen vigentes, el régimen de control de armamentos global está bajo presión. De todos modos, en sus muchas iteraciones, ha demostrado una notable resiliencia en el tiempo. Esa resiliencia será puesta a prueba repetidas veces en los meses –si no años- por venir.

Bennett Ramberg, a policy analyst in the US State Department’s Bureau of Politico-Military Affairs under President George H.W. Bush, is the author of Destruction of Nuclear Energy Facilities in War and Nuclear Power Plants as Weapons for the Enemy.

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