¿Se dispone Rusia a invadir Ucrania?

Una vez más, se especula con la posibilidad de que Rusia libre una guerra contra Ucrania. El presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, y el de la Federación de Rusia, Vladímir Putin, mantuvieron una conversación por videoconferencia de algo más de dos horas el pasado 7 de diciembre. Antes de esta reunión virtual, tanto los analistas rusos como los occidentales habían ofrecido todo tipo de recomendaciones y consejos a los dos mandatarios, subrayando que, por segunda vez en este año, Rusia está agrupando tropas en las cercanías de su frontera con Ucrania. El presidente Biden ha advertido a su homólogo ruso de que el coste de una hipotética invasión sería muy alto, y supondría más sanciones económicas, financieras y

diplomáticas. Pero las intenciones inmediatas de Moscú no apuntan a la invasión, sino a poner sobre la mesa un tema desagradable -el futuro de Ucrania- para el ‘Occidente colectivo’ (así es como los políticos y analistas rusos definen conjuntamente a la Unión Europea, EE.UU. y la OTAN), y a dejar claro cuáles son las ‘líneas rojas’ de Moscú respecto a lo que pueda ocurrir en el país vecino, asunto este que considera de vital importancia para su seguridad nacional.

El Pentágono ha detectado movimientos de 70.000 efectivos en la frontera occidental de Rusia, pero los servicios de inteligencia de Ucrania elevan esta cifra a 94.000. La inteligencia estadounidense afirma que Rusia planea invadir Ucrania con unos 175.000 efectivos a comienzos de año. No hay que tomar a la ligera los movimientos de tropas rusas, teniendo en cuenta que Moscú ha utilizado antes todo tipo de recursos para defender lo que considera su interés prioritario en seguridad nacional, desde campañas de desinformación al uso de fuerza militar, tanto en la guerra de Georgia en 2008 como en la anexión de Crimea en 2014. Sin embargo, sorprenden estos pronósticos teniendo en cuenta que los movimientos de regimientos se están realizando de manera visible. En otras palabras, están destinados a ser vistos y son, por tanto, discutiblemente indicativos de una invasión próxima, porque Moscú se privaría con ello del factor sorpresa, que, como se demostró en la anexión de Crimea, fue una de las claves del éxito de las operaciones.

Rusia no ha cambiado sus objetivos principales respecto al país vecino: hacer todo lo posible por convertir a Ucrania en un Estado fallido, mantener como su zona de influencia la región ocupada por los rebeldes prorrusos en Donbás y consolidar la anexión de Crimea, para obtener así el final deseado, que es alejar a Ucrania de la UE y la OTAN. Para ello, Rusia dispone de varios instrumentos: la desinformación como base de las operaciones de la influencia política, el chantaje económico (por ejemplo, el desvío del tránsito del gas ruso por territorio ucraniano al gaseoducto Nord Stream 2, que une directamente a Rusia con Alemania), la intimidación y coacción militar en la frontera y el uso directo de la fuerza militar a través de sus ‘proxies’, los rebeldes prorrusos en Donbás. El Kremlin no pretende invadir Ucrania, sino sólo que se cumplan los Acuerdos de Minsk II, que le son muy favorables, porque garantizan su influencia en dicho país. No está preparando una invasión, sino repitiendo lo que ha hecho hasta ahora pero elevando el nivel de presión: intimidación táctica, demostración de fuerza y provocación a Ucrania y de paso a la UE, a EE.UU. y a la OTAN, poniendo de relieve que Rusia cuenta con superioridad militar convencional en la región, lo que no supone poca capacidad de disuasión si se añade su condición de potencia nuclear.

Con todo, hay importantes diferencias entre los movimientos de tropas rusas del pasado abril y los actuales: no solo que Putin se haya vuelto ensayista, publicando un extenso artículo, ‘Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos’, en el que argumenta que la Ucrania moderna es «producto total de la era soviética... moldeada, en una parte significativa, en las tierras de la Rusia histórica», y culpa a Occidente de tratar de convertir a Ucrania en una «Rusia anti-Moscú», sino que, además, en su conversación con Biden, ha afirmado que Moscú quiere un acuerdo para garantizar la neutralidad militar de Ucrania (que nunca se convierta en país miembro de la OTAN) y garantías de que la OTAN nunca desplegará sus fuerzas en dicho país. Las propuestas del Kremlin no son nuevas, pues considera la ampliación (los rusos lo llaman ‘expansión’) de la OTAN como la mayor amenaza a su seguridad nacional. Sin embargo, este nuevo planteamiento refleja la preocupación de Moscú por el hecho de que está perdiendo influencia en Ucrania y que esta se esté convirtiendo en un ‘portaaviones estadounidense insumergible’, dado que su ejército recibe entrenamiento y armamento de los EE.UU.

La intimidación militar y la demostración de fuerza son instrumentos más eficaces para lograr el propósito del Kremlin que una invasión militar, pues se trata de disuadir tanto a Ucrania como a Occidente de cualquier operación militar dirigida a restaurar la integridad territorial anterior a la anexión de Crimea. Las propuestas de Putin señalan las ‘líneas rojas’ del Kremlin: Rusia intervendrá en Ucrania si Kiev intenta recuperar el control sobre Crimea o sobre Donbás en lugar de cumplir los Acuerdos de Minsk II, e impedirá, con la fuerza militar si es necesario, la entrada de Ucrania en la OTAN. Por su parte Biden ha amagado con imponer a Rusia sanciones económicas más duras.

Nadie esperaba que el encuentro entre el presidente ruso y el estadounidense fuera a poner fin al conflicto de Ucrania o a solucionar las tensiones entre Washington y Moscú. Se ha reconocido que aquel representa una amenaza para la estabilidad de Europa, la seguridad de la frontera oriental de la Alianza Atlántica, la credibilidad de las amenazas estadounidenses y el futuro de un país que los occidentales, y en particular EE.UU., dicen apoyar. Sin embargo, no se han reconocido dos factores importantes para el futuro de Ucrania. Desde la anexión de Crimea en 2014, los analistas políticos describen su conflicto con Rusia como una cuestión crucial: Ucrania será parte de Occidente o caerá bajo la influencia de Moscú. Pero, de momento, ninguna de dichas alternativas es viable: por mucho apoyo que Occidente preste a Ucrania, ha demostrado no estar dispuesto a entrar en guerra con una potencia nuclear para defenderla, mientras los rusos lo están a matar y morir por lo que consideran de interés vital para su seguridad nacional. Ucrania, por su parte, se está construyendo una nueva identidad nacional cuyo elemento principal es el antagonismo con Rusia, y no admitirá fácilmente una conciliación con su enemigo. Finalmente, hay que admitir el fracaso de Rusia y de Occidente a la hora de construir una arquitectura de seguridad y defensa aceptable para ambas partes, pues de poco sirve demonizar a Vladímir Putin, mientras a sus provocaciones estratégicas se responda solamente con sanciones económicas.

Mira Milosevich es investigadora principal de Real Instituto Elcano y escritora.

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