¿Se está debilitando el coronavirus?

Junto a la profesora Sara Lumbreras y el profesor Joaquín Fernández-Crehuet hemos publicado un estudio en una revista digital de divulgación científica (tendencias21.net) en el que analizamos los datos que permitirían confirmar una opinión bastante extendida en Italia: que el virus SARS-CoV-19 está perdiendo virulencia y que, por consiguiente, la enfermedad que provoca se vuelve menos grave y más controlable. Sara Lumbreras es ingeniera especialista en modelos matemáticos; Joaquín Fernández-Crehuet es catedrático emérito de Medicina Preventiva y Salud Pública; yo soy profesor de Teología, pero me ocupo desde hace bastantes años en analizar los datos e indicadores que nos ayudan a comprender el declive religioso o su revitalización.

Tras un análisis de las opiniones de varios expertos o de médicos que han estado tratando durante los últimos meses a enfermos de Covid-19, de los argumentos que se han apuntado durante estas semanas, y de datos estadísticos disponibles, hemos llegado a la conclusión de que la tesis que señala un posible debilitamiento de este coronavirus es bastante plausible, y que, por consiguiente convendría tenerla en cuenta a todos los niveles de la gestión sanitaria y del diseño de estrategias para la recuperación en los próximos meses.

En general, la percepción sobre el debilitamiento del coronavirus obedece a la praxis de doctores que han observado cómo los pacientes diagnosticados de Covid-19 no sólo han disminuido en cifras absolutas, sino que presentan un cuadro clínico menos grave, y hay que recurrir cada vez menos a su hospitalización, y todavía menos a los cuidados intensivos. Lo que resulta mucho más complicado es encontrar una explicación que pueda dar cuenta satisfactoria de dicha tendencia. Se apunta en primer lugar a una disminución de la carga viral en los nuevos contagiados, debido a las medidas de distanciamiento social; o quizás a mutaciones del virus, que lo vuelven más adaptado a sus portadores, como ha ocurrido antes con otras epidemias parecidas; o bien al desarrollo de mejores defensas por parte de los enfermos; o también a factores ambientales, como los rayos UV en la estación más calurosa; o simplemente al hecho de que ya han caído los sujetos más vulnerables y son tratados de forma precoz y más eficiente los nuevos enfermos.

Por nuestra parte, hemos analizado los datos que publica el Ministerio de Sanidad y la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (Renove), ya que no hemos tenido acceso a ninguna base de datos de casos clínicos que elaboran las comunidades autónomas. Hemos comprobado, a partir de un análisis de las series que publica Renove, que se registra una clara y constante disminución, desde el pico de la pandemia hasta finales de mayo, de las tasas de enfermos que necesitan hospitalización, y la de aquellos que necesitan cuidados intensivos, que según las noticias de estos últimos días se ha vuelto una cifra mínima. También las cifras de letalidad han disminuido claramente, aunque las fuertes discrepancias en su contabilidad impiden realizar análisis más certeros. Desde nuestro punto de vista, convendría tener en cuenta este posible escenario: que dentro de pocas semanas el coronavirus se haya debilitado hasta tal punto que la pandemia se vuelva insignificante o perfectamente controlable, como ha sucedido antes con otras formas de coronavirus (SARS y MERS). Lo cierto es que nadie sabe qué podría ocurrir en el otoño, cuando llegue el frío y se den condiciones que pudieran provocar una segunda ola de contagios, ni con qué intensidad o virulencia. En algunos casos anteriores no se ha producido ese rebrote masivo, pero no se puede excluir. Sin embargo, es bastante probable, si se confirma esta tendencia, que los próximos cinco meses estemos bastante tranquilos.

Esta última indicación hay que tomarla con prudencia, y por ahora conviene mantener normas de prevención o responsabilidad personal y de vigilancia y atención en el sistema sanitario. Pero si se desea tener mayor certeza al respecto, hay un medio bastante sencillo: analizar las bases de datos clínicos de las comunidades autónomas para establecer indicadores de severidad y verificar si realmente han disminuido desde el pico de la pandemia hasta los registros más recientes. Creo que se trata de una tarea urgente para la que es relativamente fácil realizar análisis fiables.

Todo esto invita a la cautela, pero también a que se tenga en cuenta que -si se verifica esta tendencia benigna- entonces conviene diseñar las estrategias sanitarias, educativas, sociales y económicas de forma adecuada o proporcional a dicho escenario.

Quizás un caso nos ayude. Estas semanas están trabajando cerca de mi un grupo de albañiles, todos con mascarillas. Están al aire libre, muy distanciados y con calor. No entiendo por qué deben padecer para respirar en esas condiciones cuando la evidencia científica apunta a que el riesgo de transmisión del virus en esta estación y al aire libre es mínimo, y en nuestra zona no ha habido ningún contagio desde hace varias semanas ¿Es proporcional dicha medida? ¿Podemos ser más sensibles hacia ellos?

Lluís Oviedo Torró es profesor de la Pontificia Universidad Antonianum de Roma.

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