Se necesita una ley de Mecenazgo

Mi vida profesional ha estado marcada por las ayudas recibidas de mecenas incluso españoles, como la Fundación del Amo, o la Fundación McIlvain. Cuando Letie McIlvain supo que estaba gravemente enferma, preguntó a su médico qué podía hacer la medicina por ella. Sam Roberts le dijo: «Por ti la medicina ya no puede hacer nada; pero tú sí que puedes hacer algo por los demás». La señora McIlvain donó toda su fortuna para la constitución de laboratorios en los que se incorporaron un buen número de científicos que, con el tiempo, hicieron aportaciones vitales a la medicina.

Esa generosidad emblemática de los americanos es fomentada por una excelente ley de mecenazgo que debería favorecerse en España, junto con el reconocimiento social. Así, en febrero de 2005 el Consell Valencia de Cultura concedió su medalla al historiador y patricio Pere María Orts y Bosch por la donación de su valiosísima colección de arte al Museo de Bellas Artes de Valencia –«a la ciudad y el reino de Valencia»–. Doscientas veintinueve pinturas de los siglos XV al XX, esculturas, cerámica, tapices, orfebrería…; el legado más importante recibido jamás por este museo, considerado la segunda pinacoteca española. Para justificar su gesto, don Pere María citó al teólogo franciscano Duns Scoto: «Podía, debía, y lo hice». Algunos pueden, y muchos más pensamos que deberían.

La Fundación Esther Koplowitz recibió en marzo de 2010 la medalla del Consell Valencia de Cultura por su donación a la ciudad de Valencia de una casa de acogida para personas mayores con discapacidad física o intelectual profundas. Esther Koplowitz lleva muchos años de labor filantrópica, tanto personalmente como a través de su fundación. Además de financiar dotaciones asistenciales, también patrocina programas de investigación científica en el campo de la medicina, y simposios, como los celebrados durante tres años en la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados sobre el problema de los trastornos mentales bajo el título: «Sin salud mental no hay salud». También su hermana Alicia ha creado una fundación, a la que desde 2004 ha destinado más de trece millones de euros para becas de ayuda a la investigación en psiquiatría infantil.

Otro ejemplo de patrocinio de enorme importancia que merece ser resaltado es la reciente y magnífica iniciativa de Juan Roig, de Mercadona, con su Proyecto Lanzadera, presentado en enero de 2013. El señor Roig, tercera fortuna española, ya constituyó hace años una firma de capital riesgo para apoyar proyectos empresariales innovadores. Además, es uno de los iniciadores y patrocinadores de los Premios Rey Jaime I al Emprendedor. Ahora, con el Proyecto Lanzadera, se ha convertido en lo que se ha dado a conocer como «business angel». No creo que el señor Roig pretenda ser un ángel –me apuntan que, según afirmaba el poeta Rilke en Las Elegías del Duino, «Todo ángel es terrible»–; Juan Roig es más humano y más listo que eso: presta cañas y sedales, ayuda a aprender a pescar y a vender el pescado.

El Proyecto Lanzadera proporciona hasta 200.000 euros a cada iniciativa, formación, asesoramiento, gestoría, instalaciones… Y todo eso lo hace sin ánimo de lucro; aunque, como inversor, pueda beneficiarse en el futuro de los eventuales éxitos de algunas de las empresas creadas. Lo hace sacando anualmente tres millones de euros de su bolsillo. Él puede hacerlo, piensa que debe hacerlo, y lo hace.

Existen pinacotecas particulares cuyos dueños disfrutan enseñándolas a sus amigos o, mejor, a unos pocos entendidos en la materia. Sería conveniente que a estas personas se les facilitara la oportunidad de mostrar su interés en el arte compartiendo el disfrute de sus cuadros con un público más amplio. Para eso deberían servir también los museos públicos, para exponer colecciones privadas. Afortunadamente, la fórmula ya existe. El ABC del pasado 22 de enero hablaba de una exposición de la colección Patricia Phelps de Cisneros. También en Valencia se ha inaugurado una exposición temporal en el Centro del Carmen con obras de 29 artistas valencianos que no cobrarán por participar en la exposición. Deben promoverse estas iniciativas.

El mecenazgo no se limita a subvencionar a los artistas. A quienes la señora Phelps de Cisneros y el señor Orts I Bosch regalan sus tesoros es a los ciudadanos, para su educación y disfrute. Más aún: todo eso, al final, genera más riqueza que, de alguna forma, tiene que llegar a todos. El mecenazgo tampoco se limita a la filantropía asistencial; los proyectos científicos financiados por las hermanas Koplowitz además de mejorar la salud incrementan la riqueza general. Como indicaba en un artículo que publiqué en este mismo periódico en 1986, por cada científico empleado en la industria se crean, al menos, seis puestos de trabajo. Hoy añadiría: en algunos casos muchísimos más; piensen en Sillicon Valley. Y el señor Roig financia proyectos empresariales innovadores y productivos, porque lo considera su forma de contribuir a la movilidad, el equilibrio y la riqueza social. Loado sea. Pero no seríamos justos admirando exclusivamente estos ejemplos, verdaderamente loables, de personas pudientes. Miles de personas muchísimo menos afortunadas se imponen a sí mismas trabajos y hasta sacrificios para ayudar a los demás. Pensemos en el voluntariado asistencial o cultural. Cuántas personas modestas –hoy gran parte de la población se está convirtiendo a la carrera en personas modestas– dedican parte de su tiempo y haberes a proyectos de asistencia y desarrollo, internacionales o en su mismo entorno (bancos de alimentos, becas de estudio, ayudas a la investigación de enfermedades…), a asociaciones culturales y, últimamente, a proyectos de producción y difusión artística, de investigación científica o de innovación empresarial, eso que ahora llamamos micromecenazgo. El valor de este fenómeno no reside únicamente en la ayuda que se presta; también, o quizás principalmente, es una magnífica escuela práctica de implicación social, de humanismo y de responsabilidad política.

Señoras y señores del Gobierno, señoras y señores miembros del Congreso: una nueva Ley de Fundaciones y Mecenazgo es necesaria y urgente. Comiencen ustedes por leer el «Informe sobre la situación del mecenazgo y el patrocinio español» aprobado en febrero de 2012 por el Consell Valencia de Cultura, y que está disponible en su web. Miren la gran cantidad de literatura española y extranjera, la legislación de otros países en los que este asunto está mucho mejor regulado que entre nosotros. Consulten con todos los sectores interesados. Den vías y aprovechen el gran interés social, especialmente debido a los muchos recortes y pérdida de puestos de trabajo. Ustedes deben, ustedes pueden. Háganlo ya. La nación necesita y reclama una nueva Ley de Fundaciones y Mecenazgo.

Por Santiago Grisolía, presidente del Consell Valencia de Cultura.

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