¿Se puede evitar un Brexit “sin acuerdo”?

Es casi una tragedia que Estados Unidos y el Reino Unido –los dos países más identificados con marcos constitucionales estables y largamente establecidos- hoy se ubiquen entre las democracias más disfuncionales del mundo.

En el pasado, cuando el Parlamento británico enfrentó crisis y parecía paralizado, demostró ser capaz de salir del atolladero. En el lapso de dos siglos, las batallas por la reforma electoral, las leyes de los cereales, el libre comercio, la Cámara de los Lores y la cuestión irlandesa finalmente se resolvieron mediante una reforma y un acuerdo.

Pero ahora un debate absorbente de dos años y medio sobre la relación del Reino Unido con Europa ha abrumado a Westminster y consumido el tiempo, la energía y la paciencia de Whitehall. Y en tanto se avecina la fecha límite del Brexit el 29 de marzo, ni el gobierno ni el Parlamento parecen capaces de poner fin al impasse que han creado.

Las últimas iniciativas del gobierno –que se discutirán en el Parlamento el martes- simplemente demuestran que el gobierno de la primera ministra Theresa May no ha aprendido nada y no ha olvidado nada. Una semana de “consulta” ha sido, en el mejor de los casos, un ejercicio grotesco de oír sin escuchar de parte de una primera ministra arrinconada detrás de sus propias líneas rojas. Su partido está dividido y su gabinete, resquebrajado y con la mitad de sus miembros tal vez hoy codeándose para sucederla. El acuerdo de retiro de May fue rechazado por una mayoría sin precedentes de 230 votos y los procedimientos del martes probablemente revelen que todavía no hay una mayoría en el Parlamento a favor de alguna opción política que no sea evitar un Brexit “sin acuerdo”.

En este momento, es prácticamente imposible legislar las siete leyes complejas y los cientos de instrumentos normativos requeridos por el acuerdo de retiro en los 32 días hábiles parlamentarios programados antes del 29 de marzo. Sin embargo, lo más preocupante de todo es que el Reino Unido no sólo tiene un gobierno que es incapaz de liderar sino también una población que hoy parece no estar dispuesta a que la lideren.

En ningún momento en este proceso sombrío alguna de las propuestas de May contó con el respaldo de más de una cuarta parte de la población. Según una encuesta encomendada por Hope Not Hate y Best for Britain, más gente que nunca –el 68% y probablemente más en el futuro- hoy siente que ningún partido político la representa. La desconexión hoy es tan grande, la desconfianza ha calado tan hondo, que las acusaciones de “delación” y “traición” se han vuelto cosa de todos los días. Los partidarios de quedarse dicen que el referendo de 2016 se ganó con mentiras, con un mal uso de datos robados y con incumplimientos ilegales del derecho electoral. Los partidarios de irse creen que la promesa de una separación limpia con Europa no se ha cumplido.

Si, como puede suceder, se conjura un acuerdo de compromiso desordenado a último minuto y a puertas cerradas, la población se sentirá excluida de una decisión con efectos de amplio alcance en sus vidas, y la confianza de la gente en los políticos tal vez nunca se recupere.

De manera que resulta evidente que Gran Bretaña no puede poner fin al atolladero, reparar la confianza resquebrajada o curar a un país dividido sin volver a involucrar a la población en la solución. El diálogo que hoy necesita Gran Bretaña es un diálogo no sólo entre el Parlamento y el gobierno, sino entre nuestras elites políticas y el pueblo británico. Los participantes de la misma encuesta reciente de Hope Not Hate coincidían, casi dos a uno, con la propuesta de que “Sería mejor… interrumpir el proceso y buscar un consenso reuniendo a la gente común para discutir las opciones”.

Es hora de que los políticos hagan lo que deberían haber hecho desde el principio: hacer que el pueblo británico vuelva a confiar en ellos y sincerarse con la población diciéndole que la búsqueda de una solución rápida terminó. “Adentro o afuera” suena simple. Pero hasta los defensores del Brexit de línea más dura que quieren una “salida” siguen interesados en comprar y vender a países de la UE y viajar libremente a y desde Europa. Y eso requiere complejas cadenas de suministro que favorezcan a industrias como la aviación y la fabricación de automóviles, derechos de aterrizaje y regulaciones del tráfico por carreteras, y estándares de salud ambiental y animal. Hasta el suministro de medicamentos vitales tan básicos como la insulina se vería amenazado por un Brexit sin acuerdo.

Reemplazar un conjunto de disposiciones complejas por otro es una empresa vasta. Y las comparaciones simplistas, como con un divorcio –después del cual las parejas tal vez nunca vuelvan a comunicarse- o con una renuncia a un club de golf (insistiendo al mismo tiempo en cambiar sus reglas), simplemente no son válidas.

Durante más de medio siglo, desde que el entonces primer ministro Harold Macmillan se preparó para la primera solicitud de membrecía del Reino Unido en 1961, Europa ha sido objeto de un debate interminable. Sin embargo, sólo hubo dos exámenes en profundidad de qué significa ser parte de Europa para Gran Bretaña: los informes que encargó Macmillan y los 2003 estudios del gobierno laborista -23 volúmenes- sobre si abandonar o no la libra y sumarse al euro.

Los estudios basados en hechos como estos son necesarios hoy más que nunca. De manera que el martes el Parlamento debería votar no sólo para extender el plazo límite del Brexit, sino también para considerar introducir una serie de Asambleas de Ciudadanos. Con audiencias públicas en cada región del Reino Unido, respaldadas por Comités Selectos del Parlamento, una muestra de electores representativa debería considerar los hechos, sobre todo las cuestiones que dominaron el debate del referendo: quién controla las fronteras y las leyes del Reino Unido.

Estas consultas deberían estar seguidas de una reconsideración en el Parlamento de nuestras opciones europeas. Luego, si se acuerda que la situación ha cambiado, el Parlamento tendrá la opción de una renegociación con la UE, seguida de un referendo para darle a todo el electorado la opinión final.

Estas audiencias públicas han sido realizadas con éxito desde California hasta Escandinavia y Australia y, más recientemente –y con grandes elogios- antes del referendo por el aborto en Irlanda. Allí, una cuestión de la que se podrían haber apropiado los extremistas en ambos lados se volvió el tema de un debate civilizado en el que personas de fe devota y feministas acérrimas expresaron con firmeza su forma de pensar, escucharon y llegaron a respetar las posiciones de los demás. Al final, quienes perdieron el voto no cuestionaron el veredicto del referendo.

Gran Bretaña puede aprender de esto y tengo la sensación de que –liberados por el momento de las opciones binarias de sí o no del pasado- el pueblo británico podría unirse en torno de la propuesta de que la situación ha cambiado desde 2016 y encontrar un terreno común. Un avance de estas características es necesario por otra razón, más urgente: la alternativa, un Brexit sin acuerdo, conduciría a pérdidas de empleos, un comercio reducido, pánico y acaparamiento, y autopistas transformadas en estacionamientos de camiones mientras se agarrotan los puertos en el Canal de la Mancha.

La parálisis política en Estados Unidos y el Reino Unido ha venido causando un caos generalizado. Pero los errores de gobierno atroces de los dos países pueden tener consecuencias muy diferentes. Las presidencias van y vienen, y la resiliencia de la constitución cuidadosamente redactada de Estados Unidos se impondrá. Pero si el Reino Unido se queda afuera de la UE sin ningún acuerdo, su marginación, disminución y decadencia podrían sentirse por décadas.

Gordon Brown, former Prime Minister and Chancellor of the Exchequer of the United Kingdom, is United Nations Special Envoy for Global Education and Chair of the International Commission on Financing Global Education Opportunity. He chairs the Advisory Board of the Catalyst Foundation.

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