Se te pasará el arroz

Acabo de ver un vídeo que se ha hecho viral sobre las 'sheng nu' o 'mujeres sobrantes'. Así llaman en China a las chicas mayores de 25 años que 'todavía' no han contraído matrimonio y, por tanto, cargan con un estigma que asoma en los subtítulos de la grabación: «Eres muy quisquillosa», «una mujer soltera no está completa», «no casarse supone una falta de respeto para con los padres», «nuestra hija no es bonita, sino del montón». En realidad, se trata de un anuncio en forma de minidocumental patrocinado por una firma de cosméticos -su 'target', claro, lo constituyen jóvenes urbanas, con poder adquisitivo y deseosas de liberarse de yugos sociales-, pero está bien hecho y habla de una realidad en el siglo XXI que incluye mercadillos matrimoniales adonde los progenitores acuden con el currículum de las niñas. Pínchenlo, dura solo cuatro minutos.

China es todavía una sociedad con el alma profundamente rural, pero hasta hace bien poco también pervivía aquí la presión social en locuciones como «se te pasará el arroz» o «te quedarás para vestir santos», dicho que aludía a la beatería atribuida a las solteras y a la costumbre de clavar un alfiler en los ropajes de San Antonio para pedirle novio. Y algo queda de los viejos resabios aunque la palabra 'single' se haya convertido en gajo de mercado: quien no ha pasado por la vicaría o el juzgado, reza el credo popular, es egoistón o, peor aún, rarito. En general, resulta muy difícil desvincularse de las elecciones de la masa. Como escribió Doris Lessing, desde que nacemos formamos parte de las ilusiones reconfortantes que «cada sociedad utiliza para mantener la confianza en sí misma». Las mujeres, aún más.

En inglés existe un sustantivo aún peor connotado que solterona para definir a la fémina que ni ha tenido hijos ni ha sido costilla de nadie: 'spinster'; significa literalmente «hilandera», el oficio reservado por tradición a las féminas célibes para que se ganaran la vida con dignidad. Pues bien, este es el polémico título escogido por la periodista norteamericana Kate Bolick para debutar en las letras con un libro que acaba de publicar en España la editorial Malpaso: 'Solterona. La construcción de una vida propia'.

En la obra, la columnista rescata las biografías de cinco escritoras, a quienes llama sus «despertadoras» -Edith Wharton, la inmensa discípula de Henry James, es la más conocida-, para reivindicar una vida plena de promesas desde la soltería y más expansiva que el papel de madre y esposa atribuido durante siglos. La lectura resulta fresca y depara momentos hilarantes, sobre todo cuando hace mofa de sí misma; una madrugada, por ejemplo, después de haberse zampado un Big Mac, se dice: «Mastiqué y caminé lo más despacio que pude prolongando la sensación exquisita de saber que en casa solo me esperaba una cama vacía en la que meterme desnuda, borracha y apestando a comida basura, sin darle asco a nadie más que a mí misma». Divertida, sí, pero nada nuevo bajo el sol; las conjeturas de una urbanita joven y 'hipster' en el primer mundo.

Sea como fuere, vivir solo es una tendencia al alza en el planeta. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), si en el 2001 eran 2,8 millones los hogares unipersonales en España, en el 2014 ya alcanzaban los 4,5 millones (el 24,8% del total). Una estadística que, sin embargo, puede llamar a engaño: en ese inmenso saco de los individuos que viven solos, la mayoría (el 40,9%) la componen los mayores de 65 años y, entre ellos, se llevan la palma las mujeres (el 72,2%). Dicho en claro, ahí se agazapan esas viudas que sobreviven el día a día como pueden. Hay soledad más allá de los 'manolos' de 'Sexo en Nueva York'.

De todas formas, quería referirme a la soltería elegida, al tropel de cuarentones separados y con casa aparte. ¿Por qué parece que cada vez haya más? ¿Nos hemos vuelto más individualistas? Desde luego. ¿Ha cambiado la manera de relacionarse? Sin duda. Ya nada es permanente ni imprescindible en la sociedad líquida, y las redes sociales facilitan el sexo sin ataduras. Aun así, la razón principal, creo, estriba en el cambio de estatus en la mujer, en la posibilidad de elegir una vida propia, y sobre todo en la constatación de que la pareja está sobrevalorada. ¿Quién puede colmar todas las expectativas afectivas, sexuales, intelectuales, económicas de un ser humano? La vida en pareja siempre implica renuncias. A veces, compensa.

Mientras escribo me doy cuenta de que me refiero al estado civil, con perdón, como si fuera una realidad estática y no un accidente biográfico. Uno se casa, tiene hijos, se descasa y vuelve a vivir solo o con los padres, se junta de nuevo y acepta a los críos del otro. La vida misma, que se va eslabonando. Tal y como se están poniendo las cosas, con lo difícil que será vivir de la pensión, no sería de extrañar que de viejos volviésemos a los pisos compartidos de estudiantes, cuando los recelos estaban por estrenar.

Olga Merino, periodista y escritora.


El vídeo con los subtítulos podéis descargarlos aquí.

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