Se va la Transición

El número de víctimas del Covid- 19 es tan alto que entre ellas hay personas de todas las edades: jóvenes, de edades medianas, mayores y también muy mayores. Todas las víctimas nos duelen por igual: todas nos producen tristeza y las cifras que oímos, incluso pese a no querer escucharlas, nos dejan amargura y pensativos. Recordamos a algunas de las víctimas, a otras muchas no las conocemos, y sí sabemos de quienes han luchado para salvar las vidas en condiciones de máximo riesgo.

Son muchas las conclusiones que se pueden extraer de los datos, curvas y gráficos que aparecen a diario: de cuando se tomaron las primeras medidas, de las llegadas de los equipos para los profesionales sanitarios…, pero entre las conclusiones hay una bastante precisa: aquella generación que vislumbró, impulsó, animó y luchó por la Transición resiste con mucha dificultad la epidemia; son los más débiles, entre los muchos débiles, y la mayoría de las víctimas pertenecen a esa generación.

Fueron los protagonistas, unos con nombres muy conocidos, pero una inmensa mayoría no conocidos para la opinión pública. Son los españoles que nacieron durante la guerra o hacia su final; aquellos que vieron o vivieron en su infancia, en sus familias, en sus entornos, los desastres de aquellos años, y que cuando alcanzaron la mayoría de edad ansiaron la reconciliación y la paz entre los españoles. Fueron aquellos que no pusieron obstáculos para aceptar a quienes habían combatido en otro bando, no exhibieron sus muchos sufrimientos, sencillamente guardaron un prudente, muy prudente, silencio para que la paz entre todos fuera posible, pero tampoco olvidaron. Es la generación que dio una gran lección para incluirla en la historia de España.

Algunas de estas personas de aquella generación pueden ser muy buenos ejemplos: el ministro de Justicia, Enrique Múgica Herzog, luego Defensor del Pueblo, cuya lucha contra la banda terrorista ETA resultó fundamental para su derrota, y pasó su vida amenazado por ello; Landelino Lavilla Alsina, ministro de Justicia, hombre en extremo bondadoso e inteligente, cuyo conocimiento del Derecho le permitió redactar la «Ley para la Reforma Política», texto fundamental para aquel tránsito «de la ley a la ley», y que siendo presidente del Congreso, al rendirse los golpistas del 23 de febrero de 1981 dijo aquel famoso: «Se suspende la sesión», no dijo «se levanta la sesión», porque lo ocurrido no debía impedir la continuidad del debate parlamentario. Fueron, también, los que, desde sus cátedras, desde sus empresas, desde sus puestos de trabajo, con sus canciones o con sus escritos empujaron aquel tránsito; fueron los miles y miles que han vivido modestamente y que sus últimos años los han pasado en residencias para mayores. Esta es la generación que se nos va, porque tras muchos años de entrega estaba débil y sus fuerzas habían quedado mermadas.

Ahora estamos en nuevos tiempos, con otros actores en la vida pública que parecen no concebir la grandeza, la generosidad, la humildad y la inteligencia que ciertos momentos muy graves requieren para emprender acciones que reparen o aminoren un gran daño recién producido. Los mencionados Pactos de la Moncloa de 1977 fueron un instrumento fundamental en medio de una enorme crisis económica para contener la inflación, moderar los salarios y ajustar los presupuestos. Se iniciaron a partir de una actitud que no parece coincidir con las apelaciones que ahora se hacen para lograr grandes acuerdos en la reconstrucción de la economía del país. Los de la Moncloa empezaron con una enorme dosis de humildad por parte del entonces presidente Adolfo Suárez, que solicitó la colaboración de todos. A nadie se amenazó con el infierno por disentir, como ahora hace alguna portavoz altiva; a todos se rogó su participación, y todos acudieron. Y se les convocó tras contar con la opinión y propuestas de un pequeño equipo económico de la máxima competencia, no adscrito al gobierno en su mayoría. Así se pudo alcanzar un gran acuerdo que resultaría ejemplo para otros posteriores que acabarían de construir la democracia parlamentaria.

Las actitudes de hoy en día son bien distintas. La humildad está desterrada, jamás se debe reconocer, como asesoran algunos, error en el tratamiento de la epidemia, toda discrepancia es calificada de crispación que entorpece la buena acción, y al partido mayoritario de la oposición se le trata con el máximo desprecio. ¡Igualito que en aquellos tiempos de los Pactos de la Moncloa!

No sólo se han ido muchos de aquellos que hicieron la Transición, víctimas de la epidemia que España sufre de manera muy cruel. Con ellos se va también el espíritu del acuerdo y de la reconciliación de tantos españoles que comprendieron lo que era el bien común para la nación y de qué manera se podría alcanzar.

Soledad Becerril fue Defensora del Pueblo.

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