Se ven luces, pero Oriente Próximo no mejora

La primavera árabe no cumplió las expectativas depositadas en ella, y desde entonces no ha dejado de contribuir a una espiral de violencia e incertidumbre en Oriente Próximo. Hoy, la situación no está mejorando; es más, todavía no hemos tocado fondo. Voy a tratar de recorrer los distintos motivos que permiten sentirse optimistas, desde las conversaciones de paz en Siria hasta el posible acuerdo nuclear en Irán, y explicar por qué, pese a todo, debemos ser precavidos y escépticos ante ellos.

Después de que el ejército derrocara el año pasado al presidente Morsi y de las revueltas posteriores, los últimos acontecimientos en Egipto ofrecen ciertos motivos para el optimismo. En enero, el referéndum sobre la Constitución obtuvo más del 98% de votos favorables. El general Abdel Fatah al Sisi es el favorito para obtener la presidencia, y eso debería reducir la incertidumbre política, si el Parlamento y las instituciones del Estado tienen una colaboración más fluida bajo su mandato. Sin embargo, aunque la estabilidad mejore, la situación económica y de seguridad del país seguirá deteriorándose. La violencia y el terrorismo empeoran, con varios grupos insurgentes locales que están creciendo y volviéndose cada vez más audaces y sofisticados. Las preocupaciones por la seguridad tendrán repercusiones en la economía egipcia, en especial en el turismo. La sociedad egipcia permanecerá dividida. Y el Gobierno tendrá que hacer frente a unos problemas presupuestarios cada vez mayores, porque cualquier reforma económica de peso chocará con la oposición de la gente.

En relación con Siria, Occidente ha dicho que el acuerdo sobre armas químicas en el que medió Rusia y las recientes conversaciones de paz entre El Asad y la oposición son grandes avances. Pero tanto el acuerdo como las negociaciones consolidan la posición de El Asad y afianzan su legitimidad. Además, las conversaciones no están siendo fructíferas, y algunas informaciones dicen que, en realidad, solo se ha entregado a los equipos internacionales de desarme alrededor del 4% de las armas químicas de las que existe constancia en Siria. De todas formas, los países occidentales no tienen ganas de reabrir la pregunta sobre “qué hacer con Siria” porque suscita debates políticos peliagudos con sus respectivas opiniones públicas. No se ve ninguna senda viable para acabar con un conflicto responsable de que haya más de 130.000 muertos y más de seis millones de desplazados dentro de Siria.

Mientras la situación siria se consolida en un desagradable equilibrio, los extremistas seguirán desviando su atención hacia los países vecinos y en particular hacia Irak, donde las armas y los reclutas traspasan la frontera sin problemas. La reciente invasión de Faluya por parte del grupo Estado Islámico de Irak y el Levante fue un intento preocupante de minar la autoridad del Gobierno central de Bagdad, de mayoría chií. Muchas voces importantes de los Estados del Golfo apoyan el ascenso de facciones armadas suníes contra Bagdad, dentro de su campaña para debilitar a los aliados de Irán.

Fuera de Irak, estamos viendo la actuación de células más pequeñas, vinculadas a Al Qaeda, en Líbano y el norte del Sinaí; sus actividades podrían extenderse a Jordania y otros países. Es cierto que la amenaza directa de Al Qaeda contra los países desarrollados ha perdido fuerza tras los ataques encabezados por Estados Unidos contra la capacidad organizativa del grupo y la muerte de Bin Laden. Pero Al Qaeda tiene más influencia que nunca en la región, porque muchos grupos locales, con objetivos locales, adoptan su marca.

Las esperanzas depositadas hace unos años en que los turcos pudieran ayudar a resolver los retos regionales más allá de sus fronteras se han evaporado; de hecho, Turquía es en sí un problema cada vez más grave. Además de su susceptibilidad a un posible contagio de Siria, es probable que el alto el fuego con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) se interrumpa después de las elecciones locales de marzo, con la consiguiente reanudación de la actividad guerrillera. El comportamiento del primer ministro Erdogan, que se muestra cada vez más agresivo con la oposición tanto dentro como fuera de su partido, amenaza con complicar y desestabilizar aún más la situación política interna del país.

A pesar del impulso cobrado recientemente por el proceso de paz y las buenas intenciones de John Kerry, no va a haber ningún avance sustancial en el conflicto entre Israel y Palestina. El motivo es que el Gobierno palestino, con su debilidad, tendrá problemas para llevar a la práctica cualquier acuerdo, y toda la cuestión palestino-israelí quedará cada vez más relegada, a medida que la atención de la comunidad internacional se centre en las negociaciones nucleares con Irán.

A propósito de estas negociaciones, haya o no acuerdo, parece casi seguro que 2014 va a ser el año fundamental. Hemos visto que cada vez cuenta con más apoyos la idea de un acuerdo amplio; las posibilidades de éxito son ligeramente superiores a las de fracaso. De esta situación depende todo en la región, porque las consecuencias serán radicalmente distintas en función de que se logre el consenso o se rompan las negociaciones. Si bien está claro que Occidente prefiere un acuerdo sólido —que sería una victoria crucial para el Gobierno de Obama y aliviaría la presión sobre los precios mundiales del petróleo—, dicho acuerdo, en la región, solo serviría para intercambiar los papeles de ganadores y perdedores locales. No sería ninguna panacea, porque un acuerdo definitivo reforzaría a Irán y prepararía el terreno para que vuelva a ser un motor económico regional. Eso, a su vez, fortalecería a sus aliados, el régimen de El Asad y Hezbolá, y agravaría el conflicto con los Estados del Golfo suníes, como Arabia Saudí, que ve mal el ascenso de Teherán y el aumento de sus exportaciones de petróleo.

A pesar de que se atisban ciertas señales optimistas, no conviene fiarse de que vayamos a tener una situación mejor en Oriente Próximo a corto plazo. Por más que se renueven los ganadores y los perdedores, las perspectivas en la región siguen siendo negativas.

Ian Bremmer es fundador y presidente de Eurasia Group, la principal empresa de investigación y consultoría sobre riesgos políticos en el mundo. Su último libro, Every nation for itself: Winners and losers in a G-Zero World, detalla los peligros y las oportunidades en un mundo sin liderazgo global. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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