Se viene otro siglo del Atlántico

Estados Unidos está en ascenso, Europa se estabiliza, y ambos están acercándose. Ese fue el mensaje principal de la Conferencia de Seguridad de Múnich (CSM) de este año, que se celebró a principios de este mes con la asistencia de una importante nómina de ministros de defensa y de asuntos exteriores, veteranos militares, parlamentarios, periodistas y toda clase de expertos en seguridad nacional.

La conferencia reúne sobre todo a participantes venidos de Europa y Estados Unidos; de hecho, cuando se la instituyó en 1963, estaba dirigida exclusivamente a miembros de la OTAN. Pero este año, también participaron funcionarios públicos de alto nivel procedentes de Brasil, China, India, Nigeria, Singapur, Qatar y Arabia Saudita, signo importante de los tiempos que corren.

John McCain, senador estadounidense y candidato presidencial en 2008, siempre va a Múnich a la cabeza de una nutrida delegación de congresistas. El gobierno estadounidense también suele enviar al Secretario de Defensa o al Secretario de Estado para pronunciar un discurso ritual de reafirmación de la confianza europea en la fortaleza de la alianza transatlántica. Este año, el honor correspondió al vicepresidente Joe Biden, con lo que el nivel de la representación estadounidense subió un escalón.

La conferencia también incluyó un panel sobre un tema inusitado: “La bonanza petrolera y gasífera estadounidense y los cambios en la geopolítica de la energía”. El enviado especial y coordinador internacional para asuntos de energía de Estados Unidos, Carlos Pascual, describió la “revolución energética interna de los Estados Unidos”, dada por un aumento del 25% en la producción de gas natural (por el cual se espera un abaratamiento del gas estadounidense) y por una producción de petróleo suficiente para reducir las importaciones del 60% al 40% de lo que se consume (con previsiones que hablan de un 10% de aumento adicional).

Pascual pronosticó que en 2030 Estados Unidos será capaz de importar toda la energía que necesite desde países del continente americano. Un reciente estudio confidencial de la agencia alemana de inteligencia plantea incluso la posibilidad de que de aquí a 2020 Estados Unidos se convierta en un país exportador de gas y petróleo, a diferencia de ahora, que es el mayor importador de energía del mundo (honor que en el futuro probablemente recaiga en una China que aumentará su dependencia de Oriente Próximo). Por si fuera poco, el aumento del uso de gas respecto de otras fuentes de energía en Estados Unidos redujo las emisiones de dióxido de carbono estadounidenses a los niveles de 1992.

La percepción de que corren buenos tiempos para Estados Unidos (algo que últimamente no se escucha muy a menudo en el resto del mundo) se intensificó cuando los panelistas describieron el importante efecto positivo que tiene sobre la competitividad del país el abaratamiento de la energía consumida por las fábricas estadounidenses. Otra consecuencia es que las reservas energéticas del país se convirtieron en un imán para las inversiones. El ministro alemán de economía y tecnología, Philipp Rösler, dijo que muchas empresas alemanas se están mudando a Estados Unidos porque allí la energía es más barata.

En un mismo nivel de importancia, los panelistas expusieron cómo el gas natural licuado está ganándole terreno al que se transporta por gasoductos, algo con enormes consecuencias geopolíticas. Para explicarlo en pocas palabras: el gas exportado en forma líquida es un bien fungible. Es decir, supongamos que Rusia restringe el flujo de gas a Ucrania por razones políticas, pero el resto de Europa tiene acceso a gas de otras fuentes; entonces Europa puede revender gas a Ucrania exportándolo a través del mar Báltico.

Jorma Ollila, presidente de Royal Dutch Shell, describió el mapa mundial de los principales yacimientos de gas y petróleo de esquisto (shale). La ya mencionada Ucrania cuenta con la tercera reserva más importante de Europa; otros países con grandes yacimientos son Polonia, Francia, China, Indonesia, Australia, Sudáfrica, Argentina y México. Mientras tanto, Estados Unidos ya sobrepasó a Rusia como principal productor de gas del mundo.

Estos datos concitaron la atención del ministro de asuntos exteriores de Brasil, Antonio de Aguiar Patriota. En un panel titulado “Las potencias emergentes y la gobernanza mundial”, Patriota se refirió al debate energético y señaló que las potencias emergentes deben recordar que “las potencias establecidas no se están hundiendo”. En síntesis, de pronto se dio vuelta la difundida tesis que habla de la decadencia de Occidente.

Del lado europeo también se advierte un futuro más venturoso. En el panel de apertura sobre “La crisis del euro y el futuro de la Unión Europea” predominó un cauto optimismo. Aunque ninguno de los participantes opinó que los problemas de Europa están resueltos, tampoco hubo ninguno que previera una desintegración de la eurozona. Por el contrario, el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, dejó en claro que Alemania está decidida a llegar a la solución de los problemas de la eurozona. Y a un destacado economista presente en el público, que predijo muchas veces la desaparición de la eurozona, se lo vio apurado por rectificarse.

Aparte de los informes que hablan de un ascenso de Estados Unidos (a pesar de sus problemas fiscales) y de una estabilización de Europa (a pesar de las dificultades que atraviesa la moneda común), la conferencia incluyó un discurso de Biden que excedió en mucho la habitual retórica de reafirmación que llevan los políticos estadounidenses a las capitales europeas. Biden dijo a los concurrentes que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, cree que “Europa es la piedra basal de nuestro compromiso con el resto del mundo” y “el catalizador de nuestra cooperación global”.

Biden señaló que “Europa es el mayor socio económico de Estados Unidos” y citó cifras que la presidencia de Obama, con su énfasis en Asia, a menudo pareció olvidar: “intercambios comerciales por más de 600.000 millones de dólares anuales, que crean y sostienen millones de puestos de trabajo en Europa y en Estados Unidos; y una relación comercial que en conjunto asciende a los 5 billones de dólares”. Biden sugirió incluso la posibilidad de un “acuerdo integral transatlántico sobre comercio e inversiones”. Una semana más tarde, en su Discurso sobre el Estado de la Unión, Obama anunció el inicio de negociaciones para la búsqueda de ese acuerdo.

Biden concluyó con un golpe de efecto: “Europa sigue siendo el socio indispensable de Estados Unidos y el primero de todos. Y si me perdonan que suene un poco presuntuoso, creo que seguimos siendo el socio indispensable de Europa”. Estas rotundas palabras reflejan un cambio de mentalidad en Washington. Como declaró la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton, en uno de sus últimos discursos sobre política exterior, el plan de Estados Unidos no es girar hacia Asia y abandonar a Europa, sino girar hacia Asia con Europa.

Los buenos tiempos para Occidente avanzan en forma lenta pero segura. En conjunto, Europa y Estados Unidos contribuyen más del 50% del PIB global, disponen de la mayor fuerza militar del mundo (por varios múltiplos) y controlan una proporción creciente de las reservas energéticas mundiales. También tienen formidables recursos diplomáticos y de asistencia al desarrollo, en representación de una comunidad pacífica de democracias con un compromiso común con los derechos, la dignidad y el potencial de todos los seres humanos.

¿Cómo sería el mundo si esa comunidad se extendiera por la costa occidental de América Latina y la costa oriental de África? Bien puede ser que haya otro siglo del Atlántico.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011) and a former dean of the Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, is Professor of Politics and International Affairs at Princeton University. She is the author of The Idea That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World. Traducción: Esteban Flamini.

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