Seguimos anclados en el siglo XX

Se hace difícil dar una respuesta clara tras un año que ha estado tan lleno de cosas buenas como de cosas malas. Globalmente, creo que la política internacional sigue aún atascada en los patrones del siglo XX. Se ha hecho muy poco para responder a los desalentadores retos del medio ambiente, la pobreza y la seguridad. La crisis medioambiental nos ha llevado hasta la línea roja, con un 60% de ecosistemas seriamente dañados y una serie de conflictos que se ciernen sobre el agua potable en algunas regiones.

A pesar de la retórica y los compromisos sobre la lucha contra la pobreza en los países emergentes, cualquier avance se debe a los esfuerzos de estos mismos, acompañados por activistas de la sociedad civil y algunos famosos. El resto del mundo básicamente se dedica a observar.

La seguridad es frágil. Aunque los conflictos son aún locales, la carrera armamentista es real, como lo son también las armas de destrucción masiva. Estados Unidos y Rusia han querido demostrar a todo el mundo su poder en forma de misiles. De esta decisión dependerá la actitud que tomen China y la India: aunque no hayan progresado a toda velocidad en la carrera del armamento nuclear, sus programas de armamento tienen mucha envergadura.

En cuanto el mundo se acerca a los retos propios del siglo XXI (el terrorismo, el cambio climático, la fractura digital, la escasez cada vez mayor de recursos naturales y las guerras comerciales), emergen unas nuevas líneas divisorias, que podrían abrir un camino hacia nuevas confrontaciones globales.

Es posible que los intentos actuales para solucionar estos problemas no basten. Es posible que necesitemos un nuevo modelo para el desarrollo. A menudo se dice que la ONU es demasiado lenta para ajustarse a un mundo rápidamente cambiante, y que quizá hacen falta nuevas organizaciones. En mi opinión, sería un error. La clave está en reformar la ONU, el Consejo de Seguridad y demás organizaciones para encarar los intereses de todos los miembros de la comunidad mundial, y no solo los de los más poderosos y ricos.

El año pasado, cuando las promesas de volver a los métodos políticos y diplomáticos para tratar temas internacionales se tradujeron en diálogo real y negociaciones serias, los avances fueron auténticos. La prueba es el primer éxito en las negociaciones sobre el programa nuclear en Corea del Norte. Esas negociaciones deben continuar sin reticencias.

Resurgen las esperanzas de retomar el proceso de paz en Oriente Medio. Aunque ya se han dado los primeros pasos, no es fácil ser optimista tras siete años de oportunidades perdidas, inacción diplomática e intervenciones armadas.

La Unión Europea ha intentado ejercer un papel internacional más activo, con algún éxito en el frente medioambiental. Su clara toma de posición en las conversaciones sobre calentamiento global que se celebraron en Bali hizo que EEUU aceptara un pacto para la reducción de emisiones de gas invernadero. No obstante, la voz de la UE en otros temas dista mucho aún de mostrar la unidad e independencia que prometía en asuntos de política exterior. Y los planes de EEUU para desplegar sistemas de misiles antibalísticos en la República Checa y Polonia han añadido más irritación a la política exterior europea.

Aunque los servicios de inteligencia de Estados Unidos han hecho un reconocimiento explícito de que Irán no está buscando un programa nuclear militar, las tensiones alrededor de este país no han amainado. Es hora de relajar esas tensiones.

Rusia sigue intentando encontrar su nueva voz en la escena mundial. Tiene dificultades debido a las relaciones con sus vecinos postsoviéticos, que aún deben encontrar el tipo de democracia sostenible que apuntale la auténtica estabilidad en política interna que les permita ser influyentes internacionalmente.

El proceso democrático se ha encontrado con muchas dificultades en muchas regiones, y no pocas de ellas en Iberoamérica. Durante la primera ola de democratización en aquel continente, los gobiernos --en su mayoría, de derechas-- fracasaron a la hora de hacer frente a los problemas que más preocupaban a la gente, y la sociedad viró hacia la izquierda, barriendo a todos aquellos políticos que prescindieron de las necesidades vitales de la población. Debo subrayar que el proceso se ha mantenido dentro de los cauces de la democracia, como se pudo ver tras el referendo de Venezuela. Aceptando el resultado, que no le era favorable, el presidente Hugo Chávez rebatía a los que le acusaban de tics antidemocráticos y dictatoriales.

Es una lección que otros deben aprender. Por eso me preocupa mucho el problema de Kosovo. Al cerrarse el año, se estaba creando allí un peligroso precedente, que literalmente podría explotar y trasladar el impacto a muchas partes del mundo.

Representantes de Estados Unidos y de varios países europeos en el Consejo de Seguridad de la ONU han declarado oficialmente que el diálogo sobre Kosovo ha llegado al final de su curso y que es inútil continuar las conversaciones. Por lo tanto, y siguiendo al pie de la letra lo que se han declarado estos países, la Unión Europea y la OTAN asumirán a partir de ahora la responsabilidad de resolver el problema kosovar.

Es cierto que el conflicto de Kosovo es un hueso duro de roer. En 1989, los líderes de la entonces república de Yugoslavia cometieron un grave error al abolir el estatus autónomo de aquella región. Aunque tanto o más erróneas fueron también las acciones de un buen número de países occidentales, que, al precipitarse en el reconocimiento de la independencia de las repúblicas separadas de Yugoslavia, fomentaron el separatismo, e incluso el extremismo, con lo que ayudaron a desestabilizar los Balcanes. El resultado fue la primera guerra en Europa en décadas, de consecuencias duraderas y aún imprevisibles.

El último paso que se ha dado sobre Kosovo es insostenible políticamente y, con más motivo, moralmente. Según las disposiciones más habituales que recoge el derecho internacional y las anteriores resoluciones de la ONU, Kosovo forma parte de Serbia. Y con todo, por primera vez desde que nos alcanza la memoria, dos organizaciones regionales están tomando en sus manos el futuro de un país --Serbia-- que no forma parte de ninguno de los dos. Por lo demás, los países que intentan sustituir el derecho internacional por coacciones sutilmente veladas enfilan un camino peligroso. Ningún grupo de países, por muy poderosos que sean, puede reclamar el derecho a modelar el futuro del mundo.

Con todo, el 2007 ha resultado ser un año poco decisivo. ¿Actuarán las naciones del mundo en el 2008 según sus intereses nacionales concebidos egoístamente, o comprenderán finalmente lo interdependiente que se ha convertido el mundo? He ahí la cuestión.

Mijail Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz en 1980.