Seguir cuidando la naturaleza en medio de la pandemia

El turismo de safaris siempre ha sido una bendición económica para la gente de África. Pero la suspensión de vuelos y safaris por la pandemia de COVID‑19 destruyó esta fuente crucial de ingresos, y el resultado es devastador para los esfuerzos conservacionistas que financia. Esto tiene amplias repercusiones para la flora y la fauna. Hoy, cualquier cosa con cuernos o colmillos corre más riesgo que ayer.

El valor económico de los parques nacionales, las reservas y las áreas protegidas de África es evidente. En 2019, el turismo a África aportó el 7,1% del PIB, con 168 000 millones de dólares en ingresos. El año pasado, Kenia (cuarta economía turística del continente) recibió más de dos millones de turistas. En Namibia el sector hoy contribuye el 15% del PIB y 115 000 puestos de trabajo (16% del empleo total). Los ingresos resultantes ayudan a proteger la biodiversidad. Por ejemplo, en Tanzania, donde el turismo comprende el 11% de la economía, hoy están protegidos el 35,5% de las tierras y el 13,5% de las áreas marinas, más que los objetivos fijados en la meta de Aichi n.º 11 del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica.

Pero en general las autoridades no estaban preparadas para una caída drástica e inmediata de los ingresos por turismo. En su mayoría, las reservas africanas financian los salarios de guardaparques y otras medidas de protección del hábitat y de la flora y fauna, mediante los ingresos diarios que reciben por la venta de entradas. Ninguna cuenta con reservas financieras suficientes, dotaciones o seguros para contrarrestar una gran caída del turismo.

En tiempos buenos, el valor de los parques africanos (que ofrecen a los visitantes vastas sabanas o desiertos, manadas de espléndidos elefantes y acaso la visión fugitiva de algún gran felino) resulta evidente. La protección de estas asombrosas áreas naturales se ve favorecida cuando lo recaudado por el turismo de parques se aplica al estímulo de las economías locales y a la financiación de programas de ayuda para las comunidades cercanas. Pero el trabajo de conservación no es fácil. La preservación de la naturaleza en un contexto de realidades económicas cambiantes demanda sofisticadas tecnologías de seguimiento y metodologías de gestión flexibles.

La economía del conservacionismo es un tanto complicada; los modelos de negocios de parques y reservas naturales dependen de los visitantes, aunque estos por lo general no lo sepan. El turismo aporta al menos la mitad de los ingresos (y en algunos casos, la totalidad). El dinero recaudado se usa para la protección de la naturaleza mediante el pago de costos operativos, el empleo de guardaparques y el mantenimiento de la seguridad. Estos lugares son el sostén económico de las regiones a las que sirven. En muchos casos financian escuelas y clínicas locales, y dan empleo en puestos de trabajo basados en la naturaleza a personas del lugar que, si no fuera por ellos, trabajarían en la producción de carbón vegetal y en la caza de animales salvajes para el consumo humano.

Antes de la pandemia de COVID‑19, las actividades conservacionistas venían mejorando. Según un estudio publicado en 2019 en Nature Communications, se había reducido la caza furtiva, en particular de elefantes por su marfil. Pero las medidas mundiales de confinamiento provocaron cancelación de reservas, postergación de tours y una pérdida acelerada de puestos de trabajo, lo que puso a la gente en serias dificultades para cubrir sus necesidades básicas. El Banco Mundial prevé que como resultado de la pandemia, el crecimiento económico de Kenia este año se reduzca al 1,5% (después de haber previsto un 6% en enero pasado).

Tiempos de desesperación pueden llevar a un aumento de la actividad delictiva, en este caso, un incremento del furtivismo en busca de marfil y cuernos de rinoceronte. A pesar del combate a estas prácticas, el comercio de partes de animales es la cuarta industria ilícita del mundo, después del tráfico de drogas, armas y personas. Además, la reducción de ingresos de las familias también expone a los animales salvajes a ser cazados para el consumo local.

Se suponía que este iba a ser un año magnífico para la biodiversidad. Pero en vez de eso, el mundo se encuentra en una situación increíble que demanda acción en tiempo real. Por eso The Nature Conservancy y otras oenegés ambientales piden que en 2030 el 30% de la superficie de la Tierra esté protegido (el denominado «compromiso 30‑30»).

Pero llegar a una cifra mínima en particular no servirá de nada sin fiscalización a largo plazo y financiación sostenible. Y para crear un mundo en que los humanos «no hagan daño» y den a la naturaleza espacio donde florecer, también se necesitará una amplia variedad de áreas protegidas privadas, por ejemplo bosques y áreas marinas donde la actividad maderera y la pesca se realicen en forma limitada y sostenible.

Esta diversificación es necesaria para asegurar la salud del medioambiente y de las cuentas fiscales. La crisis actual supone el riesgo de revertir el avance conservacionista de las últimas décadas. Gobiernos, oenegés y entidades conservacionistas privadas deben hallar modos de garantizar el empleo de los guardaparques y el patrullaje de las áreas protegidas para que las operaciones de fiscalización no se detengan.

Cuando la pandemia retroceda y el turismo empiece a recuperarse, no podemos seguir siendo rehenes de fuentes de ingresos insuficientes. Una opción es la financiación mediante carbono: algunas comunidades del norte de Tanzania y Zambia (que tienen millones de toneladas de carbono almacenadas en bosques, praderas y suelos) calculan y verifican los totales y luego los venden en los mercados internacionales a las empresas como créditos de carbono.

Mientras los bosques y praderas sigan intactos, seguirá entrando dinero a las comunidades locales. Hay un proyecto en el valle del Luangwa en Zambia con el que se espera obtener 2,6 millones de dólares al año para las comunidades. En el norte de Tanzania, los cazadores‑recolectores hadza usan el dinero para contratar a guardaparques contra la producción ilegal de carbón y para pagar cuentas médicas o cuotas escolares.

Hay también otros modelos de financiación innovadores. El gobierno de las Seychelles, en asociación con The Nature Conservancy, fue uno de los primeros en suscribir un acuerdo de reestructuración de deuda a cambio de conservación de áreas marinas. En el sector privado, los bonos verdes y los bonos azules (que financian esfuerzos de conservación de los mares) o los préstamos verdes a tasa reducida están ayudando a financiar iniciativas de mejora de la biodiversidad. Otra modalidad es la creación y fiscalización de regulaciones que exigen a las industrias compensar la degradación medioambiental o el daño a los ecosistemas. También es necesario repensar los subsidios a la pesca y la agricultura.

Pese a su omnipresencia, el sector turístico y hotelero siempre ha sido frágil e inconstante. El extremismo político, el terrorismo, una pandemia global y los volcanes son algunas de las razones por las que el turismo no siempre es una fuente de ingresos estable. Pero eso no implica que no podamos generar ganancias netas para la naturaleza. El continente, sus habitantes y el mundo dependen de eso.

Matthew Brown is Africa Director at The Nature Conservancy. Traducción: Esteban Flamini.

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