Me sorprende la paciencia y estoicismo de la sociedad civil ante la excesiva burocratización y, lo que es todavía más alarmante, la pérdida de derechos civiles de la que somos víctimas con los crecientes dispositivos de seguridad en los aeropuertos, especialmente durante vuelos internacionales.
Hace algún tiempo, escribí sobre la cantidad de tiempo robado a los sufridos pasajeros por el exceso de precauciones, algunas dudosas, generalmente debido a la actitud prepotente de algunos encargados de la seguridad.
Pero desde entonces la situación se ha agravado con el control del volumen de líquidos que pueden ser transportados en los aviones, lo que en muchas ocasiones provoca situaciones incómodas, por no decir ridículas, como la de los peregrinos a Lourdes obligados a deshacerse del agua bendita. Pero lo inconsistente es que dentro de los aeropuertos se puede comprar toda clase de objetos incluyendo líquidos, sin limitación, que, además, dejan introducir en las cabinas como equipaje de mano.
El colmo de estas restricciones es la obligación, en los Estados Unidos, de mantener abiertos los equipajes facturados, con lo que han aumentado alarmantemente los robos del contenido de las maletas.
Y resta el caso de los pilotos americanos, obligados a pasar todo tipo de controles de seguridad para, una vez dentro de la cabina, hacerles entrega de una pistola en muchos vuelos transatlánticos. Me consta que a muchos tripulantes les disgusta la medida, puesto que un disparo accidental en pleno vuelo puede causar una catástrofe. Pero lo absurdo de la situación es tan evidente que resulta hilarante: si no confían en ellos, y por ello los someten a controles, ¿cómo les hacen luego entrega de un arma?
Sé también de los reiterados registros a los que son sometidos los miembros del personal de tierra de los aeropuertos cada vez que deben dejar, siquiera por un momento, su puesto de trabajo. Los cacheos tienen una naturaleza humillante, que favorece un sentimiento de poder de quienes los realizan, muchas veces encargados de seguridad contratados por compañías privadas a los que no se somete a los controles psiquiátricos adecuados.
No es que recomiende que no haya controles, que los debe haber, pero deben tener sentido. Es evidente que el señor que jugaba con sus zapatos, y que hizo sospechar a una azafata, no quería hacer explotar el avión. En mi opinión, lo que realmente quería es que lo detuvieran, ¡porque en el mismo aseo del avión, podría haber manipulado sus zapatos! Sin embargo, el incidente ha provocado que los pasajeros de los aeropuertos americanos tengan que descalzarse antes de embarcar; hasta el extremo que una persona con una pierna ortopédica unida al zapato fue obligada a descalzar su prótesis, a pesar de sus ruegos y de lo difícil que le resultaba volver a colocar el zapato.
Y todos sabemos que, pese a todas las inspecciones, a veces hay graves fallos en la seguridad. Debo confesarme responsable de uno de ellos, aunque de forma totalmente involuntaria: hace unos años, al llegar al hotel en Lisboa tras un vuelo con escala en Madrid, descubrí para mi asombro que había llevado en mi equipaje de mano una navaja sin que nadie se hubiera dado cuenta, pese a los controles pertinentes.
Por eso creo que debieran reducirse las inspecciones poco comprensibles, como quitarse la chaqueta, para que los guardias de seguridad tengan el tiempo suficiente para diseñar las inspecciones adecuadas, y siempre recordando, como bien saben los grandes almacenes, que los controles muy ostentosos, lejos de dar seguridad a los que los sufren, aumentan la ansiedad y la sensación de peligro. Lo cual no parece muy aconsejable con el elevado porcentaje de pasajeros con miedo a volar.
Y el control se extiende a las mercancías en tránsito. La Fundación Premios Rey Jaime I agradecía su participación a los Jurados de los Premios con el envío de turrones por Navidad. Hace dos años, muchos de los paquetes no llegaron a su destino en Estados Unidos, y los que lo hicieron estaban abiertos, con el contenido destrozado. Descubrimos que muchos paquetes seguían retenidos en las aduanas de los Estados Unidos ante el temor de que pudiesen contener explosivos. Desde entonces ya no enviamos turrones a nuestros invitados americanos, con la consiguiente falta de promoción de los productos españoles.
Al continuo aumento de precauciones, que hacen perder millones de horas todos los días a los viajeros aéreos, se une ahora un prototipo de escáner corporal para controlar a los pasajeros, a los que se puede visualizar como si estuvieran desnudos. Otra vuelta de tuerca contra el derecho a la intimidad.
La seguridad es importante, pero la civilización occidental se ha desarrollado gracias a las garantías de protección de los derechos civiles. Los momentos en que éstos no se han respetado, en cualquier lugar de nuestro planeta, han supuesto los pasajes más tristes y terroríficos de nuestra historia. Y ese tiempo que perdemos durante los lentos controles para tomar un vuelo, esa sensación de inseguridad que lleva a los pasajeros a mirarse con desconfianza y hasta a negar el derecho a volar a alguien por su aspecto o signos religiosos, son sin duda uno de los objetivos de los terroristas.
Santiago Grisolía, presidente ejecutivo de los Premios Rey Jaime I.