Seguro azar

Por Alfonso Pinilla García, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura (EL MUNDO, 07/12/05):

Otoño es un vendaval de hojas que se desnudan a la sombra del calendario. Los días pasan amarillos y se intuye un olor a Navidad que resulta empalagoso. Viene diciembre a recordarnos, entre dulces candilejas, el nacimiento de la ilusión un día 25 por la mañana bajo el vaho animal de los pesebres. Todo parece predecible: la Noche Buena, la Noche Vieja y ese año diferente donde prometemos grandes cambios diluidos entre burbujas de cava.

Nada es seguro en este mundo, tan sólo el azar, que estalla a la vuelta del segundo para recordarnos que la suerte dormita a lomos de lo inesperado. ¿Quién podía intuir en la España de 1973 que Carrero Blanco sería asesinado una fría mañana de diciembre? Ni siquiera los más íntimos colaboradores de Franco sospechaban que cinco años después el país se convertiría en una monarquía constitucional, e incluso que en 1982 unas elecciones generales libres darían la mayoría absoluta al remozado PSOE.

Ahora, cuando recordamos estos acontecimientos, se nos vende la Transición como un paquete necesariamente cerrado y predecible, donde todo parecía estar «atado y bien atado» por el sentido común del Rey y la buena planta de Suárez. Pero la Historia no es un «bloc cuadriculado sino una golondrina en movimiento, que no vuelve a los nidos del pasado porque no quiere el viento».Parafraseo a Joaquín Sabina, pues en estos versos suyos queda plasmada la incertidumbre, verdadera materia prima de un proceso que algunos quieren aderezar con inevitables e incontestables triunfos. Surcando un inmenso jardín de senderos que se bifurcan, la improvisada Transición nos ofreció, principalmente, el consenso de todas las fuerzas políticas para superar las rencillas de la Guerra Civil. Esa fue la pírrica victoria, jalonada de tensiones inesperadas, que sustancia la espina dorsal de nuestra Constitución.

El calendario está regido por un otoño perpetuo y en cada caer de sus hojas late el azar, quebrando la cintura del destino.Los franquistas creyeron que la victoria del 39 era irreversible y se encontraron en el 82 con una Moncloa ocupada por los antiguos vencidos. Esto confirma que la Historia no se ajusta a la implementación de grises planes quinquenales y, al mismo tiempo, demuestra que nada hay permanente excepto el cambio. Surge así la gran pregunta: ¿Después de estos 25 años de pax democrática creemos que nuestra convivencia nunca estará en peligro, que el sistema es perdurable pese a todo y ante todo? Tejero vino a demostrarnos que la democracia puede ser un frágil bebé asustado por un murmullo de tricornios.Un mínimo zarpazo puede acabar destruyéndolo. El riesgo engendra la democracia, es su embrión, y a él debe tanto su alumbramiento como su continuidad, por eso gestionarlo bien se convierte en una garantía de supervivencia.

Pero la gestión del riesgo precisa de tanta valentía como moderación.Si nos enfundamos la capa mágica del aprendiz de brujo y dejamos a lo incierto campar a sus anchas, acabaremos arrastrados por la deriva de la inconsciencia. De igual manera, cuando preferimos esposar al viento libre que siempre corre por la Historia, estaremos disfrazando de certeza el milagro de lo impredecible. Apostar por uno de estos dos extremos aplastando al otro implica empobrecer un mundo que nunca funciona con la lógica binaria del blanco y el negro, del bueno y el malo. El paisaje ofrece demasiados matices como para simplificar el lienzo con un pincel de dos colores.

Todos -aquí incluyo a políticos, medios de comunicación y ciudadanía en general- deberíamos hacer un esfuerzo por comprender la natural complejidad que nos define, donde los más confundidos pueden tener una pizca de razón y donde los más acertados pueden equivocarse.No cortemos las alas de la golondrina con los fríos renglones del bloc cuadriculado, porque el ser humano sólo aprende a través del error, del conflicto y de la crisis.

El pasado domingo 4 de diciembre publicaba este periódico un reportaje donde se comparaba a la clase política que pilotó la Transición con la que gestiona hoy nuestra acelerada actualidad.Mi conclusión es que aquélla no fue necesariamente mejor que ésta, por mucho que brillen títulos, doctorados y premios extraordinarios de licenciatura en su favor. La verdadera diferencia entre ambas no radica en el peso de sus currículos sino en la mayor sensibilidad que los políticos de la Transición demostraron hacia la complejidad, el azar y la incertidumbre. Improvisando, reconduciendo, pactando y sacrificando ideales, supieron recorrer la travesía del proceloso mar posfranquista para ofrecernos esta democracia madura, mejorable y siempre abierta al debate. Sin ese juego de cintura, sin esa aceptación de lo complejo, Suárez y Carrillo no se hubieran puesto de acuerdo para enarbolar juntos la bandera monárquica, guardando la republicana en el baúl de la concordia.

Los ríos de tinta que hoy corren sobre la muerte del general Franco y la sucesión de Juan Carlos deberían centrarse en el pacto generacional, histórico y simbólico que supuso la Transición.Ese pacto se basó en la voluntad común de superar la contienda y conformar un futuro donde la libre competencia entre las fuerzas políticas respetara las reglas de juego que nos dimos en 1978.Irresponsablemente, algunos sectores «mediático-políticos» sesgados a izquierda o derecha, ponen en peligro este inestable equilibrio tensando la cuerda de la crispación. ¿Acaso olvidan que una simple ráfaga de viento puede lanzar el barco de la Historia al abismo de la violencia?

Hace pocos días Mariano Rajoy ha comprobado cuán agazapado está el azar entre las aspas de un helicóptero. Afortunadamente seguirá entre nosotros, sin embargo, estos hechos inesperados demuestran la naturaleza impredecible de nuestra existencia.

Se trata de dialogar con la incertidumbre desde la serenidad, aceptando que la vida es una interrogación continua que ni siquiera la muerte responde.

Las voces estridentes desde uno u otro lado del espectro político no ayudarán a mitigar el ruido, sino a intensificarlo hasta límites peligrosos.

Lo incierto define el presente para desdibujar futuros, por eso ante él sólo cabe mesura, responsabilidad y sentido común.El gran poeta Pedro Salinas decía no fiarse de la rosa de papel, «tantas veces que la hice yo con mis manos», ni de la otra rosa verdadera, «hija del sol y sazón, la prometida del viento».

«De ti que nunca te hice, de ti que nunca te hicieron, de ti me fío, redondo, seguro azar».