Seis meses para impedir el Brexit

Si los partidarios del Brexit se salen con la suya, el 30 de marzo del año que viene nos despertaremos en una Gran Bretaña que ya no será miembro de la Unión Europea. Los partidarios de seguir siéndolo tenemos solo seis meses para evitarlo. Porque si, en su “votación significativa” de este otoño, el Parlamento británico acepta el acuerdo provisional que hayan alcanzado los negociadores, ya no habrá marcha atrás.

El bando del Brexit lo sabe y tiene una estrategia de una claridad leninista: hacer todo lo que sea necesario para llegar a ese punto. Hasta el antiguo líder del UKIP, Nigel Farage, se ha sumado a esta línea. El fin justifica los medios. No importan las concesiones que haya que hacer ni las líneas rojas inquebrantables que haya que cruzar, se trata de que el país atraviese la puerta de salida. Luego ya se verá.

Los adversarios del Brexit, por el contrario, tenemos 10 estrategias diferentes, es decir, ninguna. Si no nos aclaramos, caeremos derrotados en medio de una niebla de confusión y engaño.

Esa derrota sería probablemente así: de una forma u otra, los negociadores del Reino Unido y de la UE encuentran este otoño una fórmula. Algunas diferencias aparentemente insalvables, como la relativa a la frontera irlandesa, se suavizan mediante una mezcla de concesiones, complejidad y ambigüedad verbal.

Nuestros socios europeos lo aprueban, por fin, a altas horas de la madrugada, en un Consejo Europeo previsto para el 18 y el 19 de octubre, porque encaja en la cultura de acuerdos de la UE, porque quieren quitarse este dichoso asunto definitivamente de encima para concentrarse en todos los demás problemas y porque saben que, una vez que Gran Bretaña esté legalmente fuera de la Unión, su capacidad negociadora será todavía más débil que en la actualidad.

El Gobierno de Theresa May, con sus divisiones internas, acepta este acuerdo chapucero porque su tarea consiste en “cumplir el Brexit” y porque sabe que el Partido Conservador podría venirse abajo si no lo hace. La mayoría de los diputados conservadores votan a favor, muchos de ellos muy a su pesar y con mala conciencia, porque los jefes de filas los tienen agarrados por una parte muy delicada de su anatomía, porque temen las represalias de sus electores y los ataques del Daily Mail, porque “el pueblo ha hablado” y porque les han dicho que la alternativa es un Gobierno laborista dirigido por Jeremy Bréznev. No bastará con que haya unos cuantos conservadores rebeldes y valientes, los verdaderos Churchills de nuestra época, a diferencia de los de pacotilla como Boris Johnson: Gran Bretaña se encaminará, a rastras y como sea, hacia la salida.

Esta situación, que es la más probable, sería desastrosa. Como dice un antiguo ministro conservador, sería como caminar por un trampolín para arrojarnos al vacío. Gran Bretaña pasaría años negociando el significado exacto del Brexit desde una posición mucho más débil y las consecuencias negativas se verían gradualmente de aquí a 5 o 10 años. Un declive nacional pasito a pasito.

Para impedirlo, los partidarios de quedarnos en la UE debemos agruparnos y tener una estrategia clara para estos seis meses. Lo fundamental es convencer a los parlamentarios. La Cámara de los Lores está proponiendo una serie de enmiendas a la Ley de Retirada de la UE que incluyen la opción de permanecer en una unión aduanera. Estas enmiendas deben llegar a la Cámara de los Comunes en mayo. La gran mayoría de los parlamentarios quiere que sigamos formando parte de la unión aduanera. Si hay suficientes conservadores que pongan al país por delante del partido, derrotarán las propuestas del Gobierno.

Eso puede dar pie a un problema táctico. Un importante ministro partidario del Brexit ha dicho en privado que le parecería bien la unión aduanera. A Hammond (el ministro de Hacienda) le encantaría, y May sabe que es lo más conveniente para el país, porque además reduce, aunque no resuelve, el problema de la frontera con Irlanda. ¿Y si el Gobierno acepta la unión aduanera, impulsa esa versión un poco más suavizada del Brexit y convence a los conservadores vacilantes y a unos cuantos laboristas euroescépticos?

Es un riesgo que debemos asumir, porque aceptar la unión aduanera sería una gran derrota para el Gobierno y podría incluso desbaratar la táctica de “llegar hasta la salida” como sea. Una victoria parlamentaria suele alimentar las ganas de más. El siguiente paso podría ser intentar permanecer en el mercado único.

A partir de ahí, todas las posibilidades están abiertas. Hasta otoño puede pasar casi de todo. Hay una ligerísima posibilidad de que el Parlamento vote si el pueblo debe volver a votar (es decir, un segundo referéndum). Alguno de los grandes partidos puede dividirse del todo. Puede haber nuevas elecciones. Quién sabe. Como decía Napoleón, On s’engage et puis on voit! (Atacamos y luego ya veremos).

Al mismo tiempo, debemos seguir tratando de ganar el apoyo de la opinión pública, que se encuentra en un extraño estado de disonancia cognitiva. Pocos de los que votaron por el Brexit dicen que han cambiado de opinión, y algunos de los que votaron en contra opinan que debemos seguir adelante con el proceso. Pero cada vez son más los que dicen que las negociaciones son un desastre y que el Brexit seguramente será nocivo para la economía e incluso para ellos personalmente. Es decir, estamos en un agujero, pero sigamos cavando. Es terreno fértil para iniciar un diálogo, pero seamos realistas: es poco probable que esa cosa amorfa llamada “opinión pública” cambie en los próximos seis meses tanto como para transformar las connotaciones políticas del Brexit. Lo que sí podrá hacer es influir en los parlamentarios indecisos y de los que depende la cuestión.

Por eso, a los británicos que están de acuerdo conmigo les sugiero que hagan lo siguiente. Hablen con su diputado local, con todos los diputados que puedan. Arrincónenlos en la calle, en la playa, en el campo, mándenles correos electrónicos, abórdenlos en Facebook, en Twitter. Díganles que sus nietos preguntarán: “¿Qué hiciste en la votación del Brexit, abuelo (o abuela)?”. Anímenles a votar en conciencia, según su opinión sincera sobre lo que más conviene al país. Díganles que rechacen la mentira populista de que la democracia consiste en una persona, un voto, una sola vez. Nuestro Parlamento soberano, formado por nuestros representantes electos, esa es la verdadera democracia.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford. Su último libro es Libertad de palabra: Diez principios para un mundo conectado.. Twitter:@fromTGA
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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