Sencillez y claridad

Han sido numerosas las ocasiones en las que se me han acercado lectores para criticar la dificultad de lo que escribo, o para pedirme que me esfuerce en escribir de forma más clara y comprensible para todos. Es probable que la claridad en la escritura no sea una de mis virtudes. Es probable que la oscuridad de lo que escriba sea fruto de una mente nebulosa. Aunque a veces pienso que la necesidad de matizar las afirmaciones, la obligación de argumentar las ideas no facilita la simpleza en la escritura.

Es cierto que lo que parece pensamiento político dominante en la sociedad vasca debe su condición precisamente a la capacidad de aparentar simpleza, evidencia, naturalidad en todo lo que afirma. Y quizá sea más necesario que nunca hacer frente a esa simpleza y a esa naturalidad tratando de contraponer otras ideas con la mayor claridad posible. Vaya un pequeño intento al que tendrán que seguir otros.

Ninguna constitución de ningún país libre ha sido aprobada por mayoría entre distintas propuestas. Todas las constituciones deben su fuerza y su capacidad de integrar la sociedad a que se basan en el refrendo ofrecido por la mayoría de los ciudadanos a acuerdos previos alcanzados entre los defensores de opciones distintas y contrapuestas. La propuesta de Ibarretxe sólo tiene sentido en el contexto de que, al final, se puede aprobar el futuro de Euskadi sobre la supuesta mayoría de la opción nacionalista. Pero esto va en contra de toda la experiencia histórica.

El nacionalismo puede ser tan bueno y tan malo como cualquier ideología, como cualquier otro planteamiento político. Empieza a ser problemático cuando afirma que no es un planteamiento político, que no es una ideología, sino un movimiento, un sentimiento. Este giro sólo sirve para inmunizarlo de toda crítica. Y entonces empieza a ser poco democrático. En cualquier caso el problema del nacionalismo en Euskadi radica en que pretende construir nación dividiendo la sociedad. Si para construir la nación vasca tiene que escindir la sociedad vasca, el nacionalismo -determinada forma de entender y formular el nacionalismo vasco- empieza a ser pernicioso para la sociedad vasca, empieza a no ser democrático.

No se puede construir una sociedad libre -que es lo único que debieran pretender construir los políticos, no naciones- sobre la obligatoriedad de un sentimiento, de una identidad. La libertad que garantizan las constituciones democráticas es la libertad de creer en cualquier dios, o en ninguno; la libertad de ser poseedor de una identidad determinada, de varias, de una compleja, de ninguna. No puede haber sociedad vasca libre mientras el poder entienda que puede definir de forma obligatoria en qué consiste ser buen vasco. Ser libre en Euskadi significa, debe significar, que cada cual pueda sentirse vasco como le da la gana, siendo sólo vasco, a medias, a terceras partes, de forma exclusiva, de forma combinada, en aislamiento, en participación, sintiéndose perteneciente sólo a Euskadi, o también perteneciente a otros ámbitos como España, Europa, el mundo.

La situación actual de Euskadi no es la resultante de un pueblo soberano y de la ocupación que otro pueblo, España, ha ejecutado contra la voluntad del primero. Decir lo contrario -Euskadi ocupada por España, Euskadi ocupada por españoles- es una mentira grotesca, una mentira que contradice la historia, además de ser un peligro para la convivencia. Los políticos que dan a entender que es así son políticos que saben que la ciencia histórica dice lo contrario y que, por lo tanto, mienten. Los fueros nunca fueron la constitución originaria de los territorios vascos. Los fueros son pactos, con derechos y obligaciones. Los fueros si indican algo es precisamente la inserción, diferenciada por supuesto, en ámbitos políticos superiores, en el reino de Castilla, en el reino de España, en el Estado español.

La lengua española no entra en Euskadi con ocasión de la Guerra Civil, por imposición de Franco. Para entonces ya habían nacido Baroja y Unamuno. Para entonces ya se habían redactado los fueros en perfecto castellano. Para entonces Garibay ya había escrito en castellano, al igual que otros muchos prohombres vascos, prohombres que colaboraron, como Ignacio de Loyola, en las tareas del reino de Castilla y León, que colaboraron en la reconquista, en la colonización de las Américas, en la construcción de la monarquía moderna de España. La lengua castellana, la que hoy se denomina español, tiene una larga historia, una continuada presencia en los territorios vascos desde hace muchísimo tiempo. Incluso desde antes de que se procediera a la centralización de la monarquía española y del Estado. El español es tan propio de Euskadi como el euskera, que no por ello deja de ser lengua específica de Euskadi.

Es mentira que los vascos perdieran contra España en la Guerra Civil del 36 pero ganaran la paz, ganaran el derecho a la buena conciencia. Unos vascos perdieron la guerra y otros la ganaron. Unos vascos podrían aducir derecho a la buena conciencia, pero sólo a condición de considerar tan vascos como ellos a quienes adjudican la mala concencia. La Guerra Civil española fue también guerra civil, y tremenda guerra civil, en Euskadi. La Guerra Civil española fue guerra entre españoles. La Guerra Civil española fue guerra entre vascos.

No es verdad que la democracia se nutra de un único principio, del principio que legitima el poder a partir de la fuente de la que proviene: si proviene del pueblo es bueno el poder; si de otra fuente, malo. Si el poder que proviene del pueblo es un poder absoluto, ese poder nunca será democrático. No hay nada que garantice que el pueblo no dé paso al poder absoluto. Por eso son tan peligrosos los plebiscitos. La democracia requiere mucho más. Requiere la conciencia de que el poder siempre es peligroso -incluso cuando es cercano, hay que añadir, pues el autogobierno no es una máquina, ni una receta mágica, que transforme automáticamente en bueno el poder-, y que por eso hay que limitarlo, hay que dividirlo, hay que someterlo a las exigencias del Derecho y de la Ley.

El derecho de autodeterminación siempre tiene un problema: la definición del sujeto de quien se predica el derecho. Por eso las Naciones Unidas la aplicaron sólo allí donde parecía estar claro, por la historia colonial, que existía tal sujeto: en las colonias de los imperios europeos. El principio de la autodeterminación causó estragos en Europa entre las dos guerras mundiales. La introducción del principio de las nacionalidades y de su derecho a la autodeterminación, la llamada doctrina Wilson, a la finalización de la Primera Guerra Mundial, sirvió incluso a Hitler para justificar el derecho de los sudetes alemanes que vivían en Checoslovaquia a incorporarse al tercer imperio alemán. Afirmar que Euskadi es una colonia de España es retorcer maliciosamente la historia. Cuando Iparraguirre -el autor del 'Gernikako Arbola'- vuelve de Argentina, colocándose en la frontera de Hendaya, canta: «Hendayan nago txoraturikan, zabal zabalik begiyak. Ara España, lur oberikan ez da Europa guziyan!» ('Estoy en Hendaya maravillado, con los ojos bien abiertos. ¿He ahí España, no hay mejor tierra en toda Europa!).

La denuncia del Estatuto de Gernika, cuya aceptación implica necesariamente la aceptación de la Constitución, porque sin ésta no hay aquél, no se produce por incumplimiento del mismo, sino porque se entiende que es la condición necesaria para buscar la desaparición de ETA. No es cierta la lista de transferencias pendientes que se maneja, ni el número que permanentemente se cita. El informe del que se extrae dicho número mezcla lo que son transferencias debidas según el Estatuto con competencias que claramente son exclusivas de la Administración General del Estado y que ésta, si quiere, puede delegar. Quedan pendientes de transferir la competencia en investigación, aunque últimamente nadie habla de ella, la competencia en prisiones, que tampoco parece ser urgente para nadie. Y el resto de transferencias están vinculadas a la Seguridad Social. En este punto, sin embargo, no hay incumplimiento, sino desacuerdo en la interpretación de lo que dice el Estatuto de Gernika, que casi nadie parece interesado en citar ni explicar.

En Euskadi no tenemos un problema de conflicto con España, sino de división interna, un problema de libertad y un problema de democracia. Nunca avanzaremos si no reconocemos cuáles son nuestros males. Lo peor que estamos haciendo es pensar que tenemos un problema externo de contaminación -por usar una metáfora- cuando en realidad tenemos un cáncer de hígado, además de problemas de metabolismo. No nombrar los males es el mejor camino para no poder encontrarles nunca solución.

Joseba Arregi

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