Senda de renovación

Mucho se ha debatido y se está debatiendo en torno al momento que vive la Iglesia. Frente a los que afirman que 'los templos se quedan vacíos' surgen voces que defienden con calor que un porcentaje notable de creyentes acude semanalmente a misa y otros muchos con menos regularidad. Recuerdan también que numerosos peregrinos visitan los distintos santuarios. No es fácil dar una opinión concreta, un sí o un no tajante, tratándose de una institución como la Iglesia, extendida por todo el mundo y viviendo situaciones dispares. Se comparan frecuentemente las décadas de los 60-80 con los últimos 25 años: desde 1980 hasta nuestros días. Se concluye que en el primer espacio la Iglesia recorrió una época llena de optimismo, mientras que en los últimos 25 años ha entrado en una etapa anodina, sin chispa. Algunos califican el primer período de primaveral, mientras que al segundo de invierno eclesial. Me parece que esta división tan clara fuerza la realidad. Mucho depende de en dónde posamos la mirada. En el pasado mes de mayo se celebró la V Conferencia del CELAM (reunión de los obispos latinoamericanos) y la opinión sobre el espíritu, que se respiró en Aparecida (ciudad brasileña donde tuvo lugar la Asamblea), y sobre el mensaje o documento final aprobado ha sido positiva, a pesar de que se temía fuera un paso atrás. Y cuando nos referimos a América Latina, estamos hablando de la mitad de la cristiandad. En 1966 se preguntaba la revista 'Time' en su portada '¿Dios ha muerto?'. Años después, otra revista norteamericana respondía también desde la portada 'Dios está en racha'. Este dato lo recoge el teólogo José María Castillo. Es curioso comprobar el éxito de libros acerca de Dios, sobre todo los escritos por agnósticos y ateos. ¿A la gente le interesa menos lo que piensan los teólogos? ¿Será por que se les ve como profesionales, que no responden exactamente a las preguntas de la calle? Si el teólogo se repite, si contesta sólo según la dirección que le marca el magisterio de la Iglesia, sin añadir nada, si se adivina lo que va a decir, no atrae, no cautiva a la gente. Para hablar de Dios no siempre es el teólogo el más indicado. Es verdad que la sociedad se ha desacralizado, fenómeno que se conoce como 'secularización'. Pero no todos los observadores admiten que el hombre actual ha dado la espalda a Dios y al misterio. En resumen, resulta difícil dar una valoración optimista o sombría sobre le momento actual de la Iglesia. Hay datos en las dos direcciones. No obstante, si escuchamos a las encuestas y el rumor de la calle, especialmente sobre la jerarquía, la conclusión no invita al triunfalismo. Flota la sensación de que a la Iglesia le falta espíritu y el Espíritu. Le falta entusiasmo, creatividad, escasean los profetas. Como si no supiera lo que tiene que hacer. No en vano se ha impuesto en nuestra sociedad el pensamiento débil, el abandono de la utopía. Un catedrático universitario francés afirmaba que «ninguno de mis estudiantes moriría por Dios, por la patria o por la revolución».

Ante esta realidad, el remedio que se propone gira en torno a 'reconstruir la esperanza'. Nadie duda de que existe una Iglesia silenciosa, meritoria. A las comunidades eclesiales de base se las describe como arraigadas en el corazón del mundo, como espacios privilegiados para la vivencia comunitaria de la fe, como manantiales de fraternidad y solidaridad, como alternativa a la sociedad actual fundada en el egoísmo y en una competencia despiadada. Indudablemente que son rasgos fundamentales para una renovación auténtica. En el discurso inaugural de la V Conferencia del CELAM en Aparecida, Benedicto XVI invitaba «a dar un nuevo impulso a la evangelización», porque «se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad». Añadía: «los fieles esperan de esta V Asamblea una renovación y revitalización de su fe en Cristo».

La diócesis de Bilbao insiste en el mismo objetivo: renovación y revitalización. Lo hace de la mano del III Plan Diocesano de Evangelización, que este año se centra en los niños y en los preadolescentes. En esta tarea confía colaborar con la familia, la escuela y tiempo libre. Hace tiempo que desapareció la iglesia de cristiandad. Por tanto, ante tiempos nuevos lo mínimo que se exige es 'renovar'. Otras expresiones, como 'cambio radical' suenan a poco realistas. Ciertamente nos encontramos con un hombre nuevo, que ha crecido en libertad y autonomía, que vive en un ambiente laico, de multiculturalidad, de multiconfesionalidad, que se pregunta sobre la paz, la justicia, la sexualidad, sobre la historia, sobre la bioética, sobre la ecología, sobre la crisis de las instituciones: partidos, sindicatos, iglesias , que ya no son lo que eran. Lo cual no da necesariamente como resultado ciudadanos ejemplares. Renovación, porque las respuestas no pueden ser las mismas. No vale volver atrás. Añorar tiempos pasados, aunque hayan sido mejores, no parece acertado. Cuando abundaban las vocaciones, cuando los movimientos católicos contaban con muchos miembros, se incubó una crisis aguda, profunda. Ni los padres, ni los educadores, ni los apóstoles lograron trasmitir a sus hijos, alumnos o fieles los valores que pretendían comunicar. Renovación, que para lograrla -dando por supuesto la guía del Evangelio- la opinión pública nos da pistas, pues las misiones y Cáritas (dedicadas a echar una mano al débil) son las dos caras o facetas de la Iglesia más apreciadas. Renovación que irá cuajando cuando entre los creyentes abunden los testigos y no los consejeros.

Otro mundo es posible, otra Iglesia es posible, si la esperanza se abre paso. Esperanza que espera una Iglesia más dialogante, más comprometida con la cultura, con el trabajo científico, con otras religiones, con el medio ambiente, con la propia pluralidad interna, una Iglesia que muestre con palabras y gestos sencillos a un Dios que ama y perdona. El mensaje del Evangelio no caduca. Ahora que nos preocupa o nos debiera preocupar el asunto de la paz sería oportuno meditar lo que dijo Erasmo de Róterdam: «Desde tiempos remotos, el Rhin separa a los franceses de los alemanes, pero no puede separar a un cristiano de otro cristiano». Es un ejemplo nada más. Me pregunto si es aplicable a los cristianos de aquí y ahora.

Josetxu Canibe