Señor Pérez Rubalcaba, ¿me espía usted?

Por Alicia Castro, portavoz adjunta del Grupo Parlamentario Popular y diputada por Asturias y miembro de la Comisión del 11-M (EL MUNDO, 19/09/06):

Señor Pérez Rubalcaba, ¿me espía? Así de claro y de directo se lo pregunto. Y sí. Ya sé a qué me arriesgo. Ya sé lo que viene a continuación, porque le vengo siguiendo desde hace más de una década y usted siempre utiliza los mismos argumentos. Por hacerle esa pregunta soy una irresponsable, desvarío, probablemente me tache de inmoral e incluso a lo peor dirá que participo de esa supuesta conspiración que los del PP y algunos medios de comunicación ideamos, pergeñamos y sostenemos contra su Gobierno y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Una conspiración que, como aquéllas de los GAL y de tantos otros casos de corrupción de su partido (usaban ustedes las mismas frases, los mismos términos y el mismo lenguaje), sólo está en su macabra imaginación. A ver si renueva un poco los mensajes, porque eso de que siempre haya una conspiración detrás de todo aquello que no les gusta es ya muy cansino.

Pero mi pregunta vuelve a ser muy clara, señor Pérez Rubalcaba, y se la vuelvo a repetir: ¿me espía? Porque en su intervención el otro día en el Parlamento, donde se dedicó a ironizar y hacer chistes con las dudas e incógnitas de un atentado que costó la vida a 192 ciudadanos y causó más de 1.700 heridos -no sé si después de esas risas y esas bromas podrá seguir usted durmiendo tranquilo-, donde volvió a ponerse el traje de la infamia, la mentira y la ocultación (si es que alguna vez se lo ha quitado) usted me aludió directamente. Tras calificar a Lavandera de «personaje», a una persona que ni siquiera tiene antecedentes penales -como ve, mucho más limpio que alguno de los miembros de su partido, cuya inocencia clamaba desde la mesa del Consejo de Ministros y que luego han sido condenados- añadió a continuación: «Excelente amigo de la señora Castro».

No quería entrar a valorar siquiera la posibilidad de que usted (u otros) estén haciendo algo ilegal, como sería interferir mis comunicaciones, o por decirlo claramente, espiar a un miembro del Congreso de los Diputados. Pero, claro, si es usted capaz de atribuirme «excelentes» amistades que por otra parte no me voy a tomar la molestia de confirmarle o desmentirle, es porque quizá tiene conocimiento de con quién me relaciono, con quién hablo, a quién veo, o quién me llama. En cualquier caso, voy a dejarle una cosa clara: tengo la relación que tengo que tener con las personas que represento, tanto los que me han votado, como los que no, y que son los asturianos.

Si mi pregunta le ofende, no olvide que usted mismo la ha provocado, porque a mí ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Y se lo digo por si tiene la tentación, ante esta carta abierta, de vestirse con el traje de la ofendida indignación, acusarme de algún tipo de paranoia o exclamar un «¡están locos! ¡hasta dónde pueden llegar!» o un «¿cómo pueden lanzar siquiera una insinuación así?». Yo no insinúo, ni afirmo. Tan sólo pregunto. Y le repito: porque ha sido usted el que, sin ni siquiera interrogar o poner en duda, ha afirmado, y lo ha hecho en el Congreso de los Diputados. Además, si se fija, ni siquiera he utilizado un instrumento muy manido entre sus propias diputadas, el del machismo. Porque estoy convencida de que si alguno de los miembros de mi partido hubiera achacado a alguna de sus compañeras una «excelente amistad» con cualquier señor, sus feministas protestas hubieran dado la vuelta al mundo. Al fin y al cabo, lo han hecho por menos.

En el caso de que lo que pretendiera es amedrentarme a ver si le dejo de enviar preguntas, sepa que se ha equivocado de persona, y que sus palabras han provocado el efecto contrario, ya que hoy más que nunca renuevo mi compromiso de seguir trabajando sin descanso para dar a conocer a los ciudadanos toda la verdad del 11-M. La que usted nos niega y nos oculta, señor Pérez Rubalcaba. La que usted reclamaba el día 13 de marzo y hoy olvida. Y aunque por renovar ese compromiso, que debería ser también el suyo y más como ministro del Interior, usted me acuse de mantener «siniestras» versiones del atentado -uso sus palabras del miércoles-; aunque me atribuya «aviesas» intenciones y «delirios», o me acuse de intentar «elaborar intrincadas teorías conspirativas» o de fabricar «tramas folletinescas», yo le seguiré preguntando.

Acusó usted el miércoles pasado al Partido Popular de querer tapar nuestras «vergüenzas», de haber tramado una conspiración -otra más- para intentar engañar a los españoles. Nos echó en cara utilizar el testimonio de personas condenadas para hacer preguntas a su Ministerio sobre el atentado del 11-M. Dijo usted que era una inmoralidad. Y además, en su glosario de mentiras, nos acusó de poner en cuestión el trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad, de los jueces y de los fiscales. Pues bien, señor Pérez Rubalcaba, tres cosas para terminar.

Primero. Usted no me puede dar ninguna lección sobre usar el testimonio de presuntos delincuentes, porque usted lo ha hecho antes. El testimonio de José Amedo no le interesaba cuando acusaba e implicaba en turbios y vergonzantes asuntos a miembros de su partido y ex miembros del Ejecutivo socialista de González, pero bien que pedía que ese testimonio se investigara cuando a quién acusaba era a un juez, Baltasar Garzón. Recuerde, por ejemplo, lo que dijo usted el 8 de enero de 1997.

Segundo. Usted no puede darme lecciones sobre amistades -de todas las mías estoy muy orgullosa- porque no he mandado ningún telegrama como Ministro de la Presidencia a cenas homenajes de personas que luego han ingresado en prisión con el texto «Mi afecto, cariño y solidaridad. Todo eso y mucho más», ni he ido a despedir a nadie a la cárcel de Guadalajara, como ha hecho usted.

Y tercero. Usted no puede darme lecciones sobre el respeto a los jueces porque yo nunca he dicho de ningún juez, como ha hecho usted, que hace autos «eminentemente políticos» o que tiene un «mono tremendo» de Parlamento, prensa y medios de comunicación. Lo dijo de Baltasar Garzón (el 13 de septiembre de 1996). La próxima vez que quiera erigirse en representante de la moralidad y del buen hacer, revise antes su pasado. Y entonces, calle.