Señores de la guerra, señores de la paz

Por Edurne Uriarte (ABC, 20/03/03):

El debate sobre el conflicto de Irak se ha convertido en un falso debate entre los que se califican como pacifistas y los llamados, por los primeros, belicistas. Algunos analistas e intelectuales han llegado a utilizar el concepto de «señores de la guerra» como terrible y oscura imagen que descalificaría a los Gobiernos, como el español, partidarios de soluciones más duras contra el régimen de Irak. Y han dividido las posiciones políticas y éticas del momento entre los sádicos amantes de las muertes y las guerras y los intachables defensores de la vida y de la paz, es decir, entre los señores de la guerra y los de la paz.

Y, sin embargo, un análisis mínimamente riguroso del pacifismo y del belicismo entre gobernantes y ciudadanos cuestiona seriamente esta oposición entre el bien y el mal que se ha establecido en la opinión pública. Y la reflexión tiene su importancia, no sólo porque ayuda a entender las bases de las argumentaciones de los Gobiernos, sino, sobre todo, porque coloca el debate público sobre el conflicto de Irak más allá de las simplificaciones maniqueas de las últimas semanas.

Entre los gobernantes, en esta historia ni hay señores de la guerra ni de la paz. Porque ni Chirac ni De Villepin han argumentado que no haya que articular acciones contra Sadam, o que no sea finalmente necesario intervenir en Irak. Más bien, esperaban y confiaban en que una prolongación del trabajo de los inspectores y la presión internacional lograrían el desarme y el control de su capacidad agresiva. Decía recientemente De Villepin: «Nuestro objetivo es el desarme pacífico de Irak. Si no se consiguiera, se podría contemplar todo, incluida la fuerza». Y ésta es la posición de los países que se sientan en el Consejo de Seguridad, que es al fin y al cabo, la que se contiene en la resolución 1441.

No se trata de la oposición entre guerra y paz. Se trata del desarme de Sadam. La divergencia que se ha dado en el Consejo de Seguridad no es entre pacifistas y belicistas, sino entre quienes querían alargar el plazo de los inspectores y esperaban la buena voluntad del dictador iraquí y quienes creían preciso presentar un ultimátum y actuar de inmediato en consecuencia.

Otra cuestión es la actitud de los partidos de oposición que no tienen responsabilidades de Gobierno y ninguna decisión que afrontar en este conflicto. Y éste es el caso del Partido Socialista que no tiene que asumir la responsabilidad de la decisión en el Consejo de Seguridad y puede desarrollar un discurso difuso sin propuestas concretas sobre los plazos de desarme y las acciones posibles ante el incumplimiento de las condiciones de ese desarme. Por eso la argumentación del PSOE acaba en la petición de que se alarguen las inspecciones el tiempo que sea necesario y en la proclama de la necesidad de la paz, y elude pronunciarse sobre lo que se debe hacer tras esos nuevos meses de inspecciones. Y lo elude porque la segunda parte del análisis lleva a la consideración de la hipótesis del ataque militar, hipótesis que cualquier partido con responsabilidades de Gobierno se ve obligado a considerar.

Por lo tanto, es tremendamente maniqueo hablar de gobernantes pacifistas y de «señores de la guerra» y hacer ridículas comparaciones entre Bush y Chirac o Blair y Putin. Todos estos gobernantes, porque lo son, tienen entre sus hipótesis la intervención militar. La diferencia, las condiciones y los plazos. Quien no tiene esa hipótesis es Rodríguez Zapatero, porque no tiene que asumir las consecuencias de ninguna decisión, no porque sea el pacifista que se opone al belicista Aznar.

Los términos del debate son notablemente diferentes entre los ciudadanos porque aquí el análisis de los datos y las estrategias respecto a Sadam se sustituyen por pronunciamientos genéricos respecto a la paz y la guerra. Y precisamente porque el análisis de la realidad queda en buena medida superado por el debate sobre valores abstractos, el concepto de paz y las proclamas pacifistas se imponen sobre cualquier otra posición. Por eso también, la pancarta de la paz reúne a gentes, ideologías y movimientos tan dispares que van desde la extrema izquierda a la extrema derecha.

El problema es que la oposición entre la guerra y la paz tiene el mismo sentido que la oposición entre la guerra y el diálogo, es decir, muy limitado. Porque la guerra no siempre es la opción que se elige frente a la opción de la paz o del diálogo. La guerra también puede ser la opción que es preciso tomar para llegar a la paz. Y no la «paz» basada en la imposición o en la amenaza sino en el respeto a los derechos humanos, en la seguridad y en la libertad. Y estos días ya se han repetido múltiples ejemplos de esas guerras necesarias para la paz y la libertad.

El pacifismo como conjunto de ideales y como movimiento social tiene una carga utópica necesaria y positiva para fomentar una vida social basada en el entendimiento, en la búsqueda de acuerdos y en la eliminación de la amenaza y de la agresión. También para llamar la atención sobre el escándalo moral que supone para la humanidad la ingente cantidad de dinero gastado en armamento mientras tanta y tanta gente mueren de hambre cada día.

Pero la utopía pacifista deja a un lado la necesidad de afrontar también la realidad de una humanidad plagada de tiranos, grupos terroristas y movimientos antidemocráticos y criminales que se colocan fuera de los métodos pacíficos y del diálogo. La proclama del ideal pacifista no provoca la desaparición automática de esos grupos. Al contrario, la simple proclama pacifista, es decir, la puesta en práctica de las propuestas de acción (o más bien de inacción) pacifistas deja el terreno libre a la agresión de estos grupos inmunes a cualquier llamamiento a la democracia o a la paz.

En este contexto, y cuando los valores abstractos se aplican a la realidad de nuestro planeta, el deseo o la exigencia de la paz resultan débiles argumentos o instrumentos para conseguir efectivamente esa paz. Y los gobernantes tienen que actuar en consecuencia, pero los ciudadanos también, al menos en sus reflexiones y en la valoración de la situación.

Otra cosa es que sea muy difícil tener certezas absolutas sobre el método más adecuado para lograr la paz en la crisis concreta en la que nos encontramos. Por eso los países que se sientan en el Consejo de Seguridad se han enfrentado a una enorme responsabilidad en el momento de tomar una decisión final. Pero ni hay señores de la guerra ni hay señores de la paz. Hay métodos y caminos distintos para llegar a la paz. Y, en determinadas circunstancias, uno de esos caminos, no lo olvidemos, es la guerra.

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