Sentido de Estado

Lo mejor que le puede ocurrir ahora mismo a España es que Ciudadanos acepte integrarse en un gobierno de coalición con el PSOE, aunque ello suponga tragarse todas las promesas en sentido contrario que su líder lanzó en campaña, una y otra vez. El viejo aserto de que en política no hay amigos eternos ni enemigos permanentes vuelve a confirmarse. El sacrificio lo tiene que hacer Albert Rivera, aunque no soporte a Sánchez. Solo así podemos analizar con una luz de esperanza los resultados de ayer. Solo así nuestro país puede encarar un tiempo de estabilidad y reformas que aliente a la sociedad española y que nos permita crecer como país próspero y gobernable, en el que los políticos no traten de rescatarnos de la miseria, sino de propiciar las condiciones idóneas para generar riqueza. Ese mismo gobierno debe acreditar mayor determinación en la defensa de la unidad de España, sin primar, como hasta ahora ha demostrado Sánchez, su interés particular.

La tentación de Rivera puede ser convertirse en el verdadero jefe de la oposición y enfrentarse a un «gobierno Frankenstein» en el que Podemos -paradojas de la política- rentabilizaría su menguante resultado. Esta opción sería un error de Ciudadanos. Si de verdad quiere que España avance y salga del atolladero territorial en el que se encuentra, debe asumir la responsabilidad de comprometerse con un futuro gobierno de coalición con los socialistas. Los números dan y el sentido común así lo aconseja. Sánchez y su camaleónico comportamiento lo aceptarían de buen grado, si bien es cierto que no acepta muchos gallos en el corral, y Rivera lo es, con derecho ahora a ponerse en valor. En efecto, el resultado de la formación naranja este 28-A es magnífico, pero se equivocaría si no sabe interpretar el mandato de sus votantes: moderar al PSOE, ya sea en el Gobierno, ya sea sosteniéndolo bajo control a través de un pacto de investidura. Hasta el propio Pablo Casado debería favorecer ese Ejecutivo e instalarse con firmeza en la oposición, después de demostrar sentido de Estado y responsabilidad democrática.

Los socialistas, por su parte, no han obtenido un mal resultado. Han ganado las elecciones y son la lista más votada, pero su victoria es insuficiente y tampoco la sociedad española les ha entregado un cheque en blanco. Su cosecha dista todavía quince escaños de la obtenida por Rajoy para gobernar en la última consulta electoral de 2016. Desde la victoria, el sanchismo, que en muchas ocasiones tiene muy poco que ver con el socialismo clásico o moderno, deberá reflexionar acerca de si su deserción de la defensa de la identidad española de nuestra nación le ha castigado y si debe enderezar de una vez su estrategia al respecto. También merece un repaso su obsesión por sacar rédito de la memoria histórica, el feminismo o el cambio climático. Los dirigentes del PSOE deberán analizar con profundidad los resultados de Cataluña y el País Vasco. O se toman en serio lo que allí ocurre, y lo hacen desde la firmeza que otorga el Estado de Derecho y democrático, o la historia no los juzgará con la benevolencia de la aritmética electoral.

El gran perdedor ha sido el Partido Popular. Apenas le distancian unos 300.000 votos de Ciudadanos y la tentación de Rivera, en caso de no apoyar la investidura de Sánchez, es convertirse en el hombre clave de la legislatura desde la oposición. Al partido de Casado le ha hecho trizas el auge de Vox, que tampoco resolvió nada, en contra del exceso de euforia que manejó durante la campaña. El centro derecha solo gana cuando se presenta unido. Lo entendía perfectamente Manuel Fraga, cuando refundó el PP. Vox fragmentó ese electorado y además escoró hacia la derecha a los populares. Algo parecido a lo que le ocurrió al PSOE cuando irrumpió en la escena política Podemos. Los neocomunistas solo sirvieron para radicalizar a los socialistas, igual que esta derecha dura ha llevado a posiciones más conservadoras al partido que ganó las tres últimas elecciones. Una lección que debe quedar aprendida, tras la experiencia de años, es que el centro derecha ha de presentarse unido y moderado. No le hace falta renunciar a nada, ni mucho menos a la unidad de España, pero las propuestas deben ser verosímiles, realizables. El partido de Pablo Casado abrió una autopista a Ciudadanos al tratar de acercarse más a la opción de derechas que al centro. No nos olvidemos que Abascal ya se presentaba en 2016. El bipartidismo funcionó bien en España. Ahora tenemos que aprender a gestionar estos nuevos tiempos, con opciones políticas tan diversas, pero lo sensato es que esos cerca de siete millones de votos que han sumado PP y Vox vuelvan de nuevo bajo las siglas del partido que más opciones tiene de gobernar. El espejismo de la campaña, con mítines y recintos a rebosar, tiene poco que ver con la realidad. España es mucho más plural y compleja que los análisis esquemáticos que a veces se hacen desde el centro.

Entroncando con lo anterior, sería bueno recordar que España no es más de izquierdas que de derechas, aunque pueda parecerlo a tenor de los resultados con una altísima participación, casi de récord histórico. Es innegable que en una parte de la sociedad han enraizado el pensamiento y las ideas populistas, pero la izquierda neocomunista, encarnada en Podemos, ha comenzado su declive. A los españoles no les gustan los extremismos. Tal vez sea algo atávico, pero solo han triunfado aquellos partidos que se han movido en el terreno de la moderación y del centro, y eso que Sánchez no es precisamente buen ejemplo de ello. Téngase en cuenta que, con una participación disparada, todavía obtiene 600.000 votos menos que Rajoy. A este presidente poco fiable le vino muy bien la división de la derecha.

Algún día, Aznar y Rajoy nos aclararán también por qué le entregaron el sistema audiovisual español a la izquierda. Pero eso es harina de otro costal, si bien explica muchos de los avatares de la política española en los últimos años.

Finalmente, cabe recordar que España necesita para los próximos años certidumbres y estabilidad. En ellos nos va mucho a todos y, aunque no han sido los resultados que esperábamos, el juego democrático nos lleva a pedir la solución menos mala. Esa no es otra que el compromiso de Ciudadanos para moderar la acción del PSOE.

Bieito Rubido, director de ABC.

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