Sepulcros blanqueados

La religión católica, una religión con más de mil doscientos millones de seguidores y un amplio poder político y temporal, necesitaba, sin duda, una reacción decidida y profunda para frenar un largo proceso de decadencia. Este fue sin duda un factor decisivo en la elección de un hombre que ofrecía mensajes y actitudes claramente distintos a los que se formulaban en los cónclaves tradicionales y que al parecer en el cónclave anterior había renunciado a la posibilidad de ser elegido, siguiendo así el principio jesuítico de evitar por principio cargos y protagonismos. El Espíritu Santo ha hilado con mucha finura y con una cierta audacia. Tengo para mí que ha sido una elección consciente y bien pensada que demuestra la sabiduría y la capacidad de adaptación de una organización religiosa que puede y debe cumplir en estos tiempos un papel decisivo, en tanto en cuanto ya parece fuera de toda duda que la crisis de valores fue y sigue siendo la causa de esta larguísima crisis que está acentuando las desigualdades sociales hasta límites indignos y con ello poniendo en grave riesgo la sostenibilidad del sistema en su conjunto.

El Papa Francisco parece decidido a poner en marcha una profunda transformación moral reclamando, sin tapujos, la verdadera exigencia ética y virtuosa que impone a sus creyentes la religión católica. Sus mensajes básicos afectan a temas especialmente sensibles y generan una clara inquietud en los sectores más conservadores y más dogmáticos. Esos mensajes pueden resumirse así: «La ideología marxista es errónea, pero no me ofende que me acusen de ser marxista». «Jamás he sido de derechas». «La corrupción es como una droga». «Quien roba al Estado y dona a la Iglesia es un hipócrita corrupto». «Y merece –lo dice Jesús, no lo digo yo– que le aten al cuello una rueda de molino y lo echen al mar». «El actual sistema económico nos está llevando a la tragedia. Los ídolos del dinero quieren robarnos la dignidad. Los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza». «Si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni para los ricos». «Hay que ampliar las oportunidades para que la mujer tenga una presencia más fuerte en la Iglesia». «El genio femenino será preciso tenerlo en cuenta en todas las importantes decisiones que tomemos». «A veces aparece incluso la arrogancia en el servicio a los pobres. Algunos lo hacen para quedar bien, se llenan la boca hablando de los pobres o instrumentalizan a los pobres para intereses personales. ¡Es un pecado grave!». «La Virgen no es la jefa de Correos que envía mensajes todos los días». «Una vez una persona para provocarme me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: dime: Dios, cuando mira a una persona homosexual ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza o la condena?». «He recriminado a los religiosos que están todo el tiempo hablando del aborto, de los gays y del condón». «No solo los creyentes se salvan… El Señor nos ha redimido a todos. ¡A todos! Incluso a los ateos».

Por más que se intente moderar o matizar su interpretación, estos mensajes, unidos a la renuncia a toda pompa y ostentación y a la práctica de una vida ascética, constituyen un cambio radical de postura que tiene que remover las entrañas de una Iglesia anquilosada, o «clericalizada» como afirma el Papa, y excesivamente tediosa, negativa y condenatoria, y, por ello, cada vez más distanciada de las nuevas demandas sociales.

Si sigue en su línea de pensamiento, hay que dar por seguro que Francisco va a ser el Papa que ponga en marcha un ecumenismo auténtico en su raíz, capaz de superar los encerramientos dogmáticos tradicionales que reforzó el Papa Ratzinger, afirmando que la Iglesia católica «es la única verdadera» y que había que oponerse con firmeza «a una mentalidad relativista que termina por pensar que una religión es tan buena como las otras», añadiendo como remate que «si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación deficitaria si se compara con la de aquellos que en la Iglesia tienen la plenitud de los medios salvíficos»; o, en otras palabras, que los cristianos tienen de hecho más y mejores posibilidades de alcanzar el Reino de Dios que aquellos que no lo son, es decir más del 65 por ciento de la Humanidad. El nuevo ecumenismo requiere –como base esencial– que ninguna religión se proclame como la única verdadera. Para ser verdadera no es necesario que las demás sean falsas. Todas las religiones son igualmente verdaderas, y es esta realidad lo que debe permitir un respeto recíproco y un diálogo natural que conduzca a un hermanamiento y a una acción conjunta.

Si supera todas las resistencias visibles y ocultas que ya empiezan a manifestarse, la transformación de la Iglesia católica va a elevar también el nivel de exigencia a las demás religiones, y, sobre todo, va a poner en evidencia los graves déficits de la mayoría de los estamentos decisivos en la sociedad actual. El estamento político, el estamento económico y en especial el estamento financiero –y de manera muy concreta el anglosajón, con Janet Yellen como primera mujer al frente de la Reserva Federal– tendrán que replantearse «de profundis» su papel y su protagonismo en una globalización cada vez más inhumana, más insolidaria, más injusta, más peligrosa.

No es que vayamos por mal camino. Es que damos la sensación de que no vamos y no queremos ir a ninguna parte. La gran mayoría de los filósofos, los sociólogos y otros pensadores ejercen razonablemente bien su capacidad descriptiva de los problemas y de los errores en los que vivimos, pero sus guías y consejos de cambio y comportamiento están prácticamente en blanco, mientras florecen los libros sobre la dieta mental adecuada para alcanzar la felicidad y el optimismo, como si se tratara de un proceso similar al de la lucha contra el estrés y la depresión, el insomnio, la obesidad o las dificultades del tránsito intestinal, que parecen ser los dramas máximos de la condición humana en los países desarrollados.

Si queremos encontrar soluciones válidas, habrá que cambiar el rumbo y los liderazgos. Seamos o no creyentes, la elección del Papa Francisco para dirigir una organización religiosa tan resistente a las nuevas ideas, tan ajena a las nuevas realidades, es todo un ejemplo para nuestras instituciones, nuestros dirigentes y nosotros mismos. No podemos seguir blanqueando sepulcros. Ya no engañan a nadie. Sabemos lo que hay dentro.

Antonio Garrigues Walker, jurista.

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