Ser o no ser

Si a estas alturas de la película usted aún cree que la crisis es consecuencia de los manejos de un grupo de financieros internacionales inmorales y de un excesivo apalancamiento (deudas comprometidas sin el soporte de activos reales de respaldo), puede estar relativamente tranquilo ya que los gobiernos de los mayores países del mundo -y también el de España- se han manifestado dispuestos a poner cierto orden en la irresponsabilidad de los mercados (¿que pasó con el dogma de que los irresponsables son los políticos, y el mercado el que aporta cordura y sensatez?), acordando una mayor supervisión, regulación y restricciones en las actuaciones de los financieros globales.

Si se figura además que en España la pandemia económica se manifiesta con mayor gravedad por la colusión de intereses entre promotores inmobiliarios y banqueros (otra vez) ávidos de grandes y rápidas ganancias, por un lado, y de ayuntamientos sedientos de liquidez, por otro, que generó -por la recalificación masiva de suelos y el ascenso meteórico de los precios de la vivienda- un modelo de crecimiento basado en cubrir de cemento y ladrillos todo el país, se sentirá sin duda desazonado, ya que ese modelo quebró, según cuentan, porque se cerró el grifo del crédito internacional que permitía a los bancos locales cebar el motor del ladrillo, dejando en manos de los banqueros una enorme cantidad de créditos incobrables y en las familias una tendencia creciente a perder el empleo que sustenta su ingreso y su consumo cotidiano.

Pero puede levantar el ánimo, sabiendo que el Gobierno ya ha dispuesto al menos del equivalente al 15% de la renta nacional para avalar y sanear los bancos, un 5% para dar crédito a las empresas y en torno al 1% de dicha renta para desarrollar obras públicas y seguir dándole al motor de la construcción como dinamizador de nuestra economía. Y mientras tanto, dispone del equivalente al 1,5% de la renta nacional para las familias que sufran la imposibilidad de obtener un ingreso trabajando. Puede que a usted las cantidades o su distribución no le parezcan las mejores, pero deberá reconocer que se está en el buen camino. En estas condiciones, se puede ser optimista sin temor a ser tachado de ingenuo o ignorante.

Pero si usted reconoce que la crisis es la consecuencia, y no la causa, de males estructurales que han generado en muchos países una sociedad acostumbrada a un crecimiento y un trabajo insostenibles basados en el imperio de los servicios financieros, que han alimentado un creciente endeudamiento de las familias que, pese a obtener por su trabajo unos ingresos bajos, son incitadas y convencidas por un enorme sistema de propaganda directa (publicidad) e indirecta (noticias) para gastar y consumir a crédito coches, casas, vacaciones y electrodomésticos, facilitando así un 'desarrollo' basado en producir trabajo en grandes superficies comerciales, servicios de ocio y externalización de servicios empresariales, refinanciadoras de crédito, autopistas y coches, y, sobre todo, en la expansión del mercado de viviendas: agencias inmobiliarias, seguros, construcción, servicios y reformas domésticas, con un derroche de consumo de recursos no renovables (suelo, minerales, petróleo) que sitúa al borde del agotamiento a muchos de estos bienes naturales...

Si considera que en España se ha instalado un sistema económico apoyado en la creación de muchos empleos de baja calidad, generador de una tendencia a largo plazo al crecimiento de la mayor parte de los salarios por debajo de la productividad y, en consecuencia, al aumento de la desigualdad. Si observa que, a su vez, los (pocos) beneficiados por ese desigual reparto del ingreso han contribuido mucho al aumento del déficit comercial español: en ningún país de Eurolandia los salarios de los ejecutivos de las grandes empresas son tan elevados como en España; en ninguno la tasa de ganancia media de las empresas es tan alta como en España; y en ninguno el consumo suntuario (importado en su mayor parte) es tan elevado como en España.

Si cree que los problemas de la economía española son la desigualdad, el endeudamiento de las familias con la banca y el endeudamiento del país con el exterior, consecuencias de unas estructuras económicas de producción y consumo inviables a largo plazo, entonces no parece que haya muchas razones para ser optimista. Ni políticos, ni banqueros ni empresarios parecen estar por la labor.

Joaquín Arriola, profesor de Economía Política de la UPV-EHU y miembro de Bakeaz.