¿Será al-Qaeda una amenaza para el cambio político en Egipto?

Tema: A fin de que al-Qaeda y otros actores del terrorismo global no se beneficien de oportunidades favorables para desarrollar una estrategia terrorista en Egipto, el cambio político no debe afectar de un modo disfuncional a las estructuras egipcias de seguridad e inteligencia.

Resumen: Egipto es muy importante para al-Qaeda, debido a la centralidad de dicho país en el mundo árabe y el destacado componente egipcio que tiene aquella estructura terrorista. Algunos hechos recientes sugieren que al-Qaeda estaría tratando de reestablecerse en territorio egipcio, donde ha venido contando con un monto nada desdeñable de simpatía entre la mayoritaria población musulmana. Desde al-Qaeda y sus extensiones territoriales se han interpretado las movilizaciones antiautoritarias en términos yihadistas. Ayman al Zawahiri afirmó en 2009 que el derrocamiento de Hosni Mubarak era imposible de modo pacífico, pero contemplaba como excepción un cambio de régimen que resultara aún más beneficioso para EEUU, frente a lo que apelaba a una solución islamista. Si al-Qaeda o alguna entidad afiliada dispusieran de infraestructura y capacidad, intentarán atentar contra blancos cuyo menoscabo acarree consecuencias sociales y económicas lo suficientemente graves como para obstaculizar la democratización del sistema político egipcio. Esta estrategia terrorista podría verse facilitada por reformas disfuncionales en las actuales estructuras de seguridad interior e inteligencia. En la adaptación de estas últimas a un contraterrorismo eficaz y respetuoso con los derechos humanos hay oportunidades para la cooperación española.

Análisis: Preguntarse por la amenaza de al-Qaeda en un contexto de transición a partir del autoritarismo tan imprevisto y aún plagado de incertidumbres como el que se está produciendo en las riberas del Nilo no tendría el mismo sentido respecto a otros países del Norte de África y Oriente Medio, a excepción de Arabia Saudí y, quizá, de Argelia o Yemen. Pero en el caso de Egipto las cosas son diferentes. Egipto adquiere una importancia muy especial para aquella estructura terrorista, entidad fundacional y referencia permanente del que en nuestros días es un heterogéneo y polimorfo yihadismo global. Se trata de una importancia que no sólo obedece a la centralidad que dicho país tiene en el conjunto del mundo árabe, donde se encuentra la población de referencia por antonomasia para Osama bin Laden y sus seguidores, adyacente a Israel y los territorios palestinos, o el valor geoestratégico de que sea la jurisdicción estatal por la cual discurre el canal navegable que comunica el Mediterráneo con el Índico, por ejemplo. Es una importancia que también está relacionada con los orígenes egipcios del actual terrorismo yihadista y con la más que considerable presencia egipcia en el seno de al-Qaeda desde su fundación a finales de los 80 y más concretamente en el liderazgo de la misma.

Ayman al Zawahiri, segundo en la jerarquía de al-Qaeda y estratega del terrorismo global, al igual que otros destacados mandos de esa organización, son egipcios y expresan reiteradamente gran hostilidad hacia las autoridades y hacia la población no musulmana de su país de origen. Él y numerosos miembros egipcios de al-Qaeda, que llegaron a suponer no menos de dos terceras partes de su núcleo central y constituyeron en grueso de su columna operativa, procedían del grupo Yihad Islámica Egipcia. Este último se fundó a finales de los 70 y fue reconstituido en Afganistán en 1990, integrándose en aquella unos meses antes de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Atentados, por cierto, perpetrados por una célula de terroristas suicidas cuyo cabecilla, Mohamed Atta, era egipcio. Mohamed Atef, primer responsable del denominado comité militar de al-Qaeda, muerto en un bombardeo estadounidense en Afganistán a fines de 2001, era también egipcio y se le conocía por el sobrenombre de Abu Hafs al Masri. La responsabilidad por los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid fue precisamente asumida en nombre de la Brigada Habu Hafs al Masri. Además, la masacre en los madrileños trenes de cercanías tuvo lugar cuando Hamza Rabia, asimismo egipcio, ejercía como jefe de las operaciones externas de al-Qaeda. Hasta su abatimiento en 2010, otro egipcio, Abu Ayyub al Masri, fue el máximo dirigente de al-Qaeda en Irak.

Algunos incidentes terroristas ocurridos recientemente –como el atentado suicida del pasado 1 de enero contra una iglesia copta en Alejandría, que causó la muerte a 23 feligreses cristianos locales y heridas a casi un centenar de personas más– sugieren la posibilidad de que al-Qaeda estuviese tratando de volver a establecerse con capacidades operativas en dicho país. Desde el ciclo de atentados ocurrido entre los años 2004 y 2006, algunos de ellos muy letales, como los perpetrados en varias localidades turísticas de la península del Sinaí, los centenares de detenciones llevadas a cabo por la brutal represión desatada por las fuerzas de seguridad egipcias, fueron desmantelando las tramas yihadistas que habían conseguido reconstituirse a partir de finales de los 90. Sin embargo, como puso de manifiesto un sondeo de opinión pública llevado a cabo en la primavera de 2010 por el acreditado Pew Research Center, hasta un 20% de los musulmanes egipcios mayores de edad percibe favorablemente a al-Qaeda y el 19% manifiesta una actitud positiva hacia Osama bin Laden. Siendo como es que la buena noticia radica en que ocho de cada 10 musulmanes egipcios adultos no simpatizan ni con esa estructura terrorista ni con su líder, tampoco deben minimizarse los niveles de radicalización violenta y el potencial de movilización yihadista que tales datos indican. A esta inquietud debe añadirse la razonable sospecha de que, durante las semanas de revueltas en Egipto, hayan escapado de prisión individuos condenados por delitos de terrorismo.

Definición yihadista de la situación

A inicios de febrero de 2011, un destacado dirigente de al-Qaeda y adjunto al propio Ayman al Zawahiri, Thirwat Salah Shehatan, que en su día perteneció también a la cúpula del grupo Yihad Islámica Egipcia, emitió un comunicado, disponible en distintos sitios web de orientación islamista, en el cual hacía un llamamiento a la población egipcia para que se esforzase por derribar el gobierno del entonces todavía presidente Hosni Mubarak. Por su parte, la organización de al-Qaeda en Irak divulgó, igualmente a través de Internet, el 8 del mismo mes, un comunicado en el que, tras afirmar que “el mercado de yihad” se había abierto en Egipto, al igual que “las puertas del martirio”, instaba a la población egipcia a no caer en los que califica como “engañosos caminos ignorantes” de la “democracia” y el “nacionalismo pagano”. Las movilizaciones de protesta social eran así enmarcadas por parte de al-Qaeda y de su principal extensión territorial en un discurso yihadista. A finales de enero, al-Qaeda en el Magreb Islámico, en una declaración sobre las revueltas que habían tenido lugar en Túnez y que culminaron con el derrocamiento de Ben Alí, había ya urgido a otros musulmanes a que hicieran caer los regímenes de sus respectivos países, calificados como regímenes apóstatas. Al poco de que Hosni Mubarak abandonara la presidencia, también los talibanes afganos proclamaban que la población egipcia debe ahora instaurar un nuevo orden como nación musulmana.

En apariencia, estos pronunciamientos sobre las movilizaciones populares en Egipto difundidos por al-Qaeda, así como los realizados por dos de sus extensiones territoriales, parecen contradecir unas afirmaciones precedentes del propio Ayman al Zawahiri sobre la manera de poner fin al régimen de Hosni Mubarak. Afirmaciones en las que el architerrorista de origen egipcio –que ya en los años 80 estuvo implicado en atentados contra las principales autoridades de su país, incluido el asesinato del presidente Anwar el Sadat en 1981– negaba rotundamente la posibilidad de que el derrocamiento de Hosni Mubarak fuese posible de un modo pacífico, argumento que difícilmente puede sorprender en boca de un estratega del terrorismo global que entiende como obligación religiosa ejercer la violencia contra todos cuantos su ideario define como infieles y apóstatas. Y es que, con motivo de una entrevista grabada en vídeo por As Sahab, el órgano de propaganda audiovisual de al-Qaeda, difundida en agosto de 2009 a través de Internet, su número dos sostenía literalmente que, en traducción del árabe al castellano, “el sistema en Egipto y la mayoría de los países árabes e islámicos sólo puede ser removido por la fuerza, y el régimen en Egipto no va a ceder ante ninguna tentativa pacífica de cambio, y Hosni Mubarak y su hijo no abandonarán el gobierno si no es por la fuerza”.

En esa misma entrevista, Ayman al Zawahiri aducía igualmente que “no puede haber ninguna auténtica reconciliación en Egipto sin una aproximación desde el islam” y que “el intento de cambiar el régimen desde dentro y a través de las leyes y la constitución llevará a más corrupción, injusticia y dependencia”. En relación con esto último, tras aludir a la visita que el presidente estadounidense, Barack Obama, había realizado poco antes a El Cairo, admitía una excepción a sus afirmaciones previas al añadir que “América no va a dar la bienvenida a que el régimen cambie, excepto si ello garantiza que el nuevo régimen será más cooperador y dependiente, como ha pasado en Pakistán”, país donde Musharraf fue reemplazado por Zardari, de quien dice es “una persona más corrupta y seguidora de América”. Es decir, desde el liderazgo de al-Qaeda, ante la excepcionalidad de una tentativa de cambio político en Egipto como la apenas iniciada, quedan claros cuáles son los parámetros en atención a los cuales se va a resolver la aparente contradicción antes señalada y a definir la situación a partir de ahora. De un lado, apelando a una solución islamista, es decir, al islam como fundamento de la legitimidad política y a la aplicación de la sharia. De otro, impugnando a cualesquiera sucesores no islamistas de Hosni Mubarak, presentándolos como depravados y sometidos a EEUU en un grado aún mayor grado que el ahora derrocado mandatario.

Una estrategia terrorista de al-Qaeda

A partir de la definición yihadista del cambio político en Egipto, tal y como puede deducirse de palabras como las del egipcio Ayman al Zawahiri reproducidas en el epígrafe anterior, cabe reflexionar sobre cuál podría ser la estrategia terrorista a desarrollar por al-Qaeda en dicho país. Una estrategia dependiente, en cualquier caso, de que la propia al-Qaeda, las extensiones territoriales de esta estructura terrorista activas en la región –en particular, Al Qaeda en Irak-- o bien alguna de sus entidades afiliadas en Oriente Medio o el Este de África, dispongan de la infraestructura y capacidades operativas suficientes para llevar a cabo no ya un acto más o menos espectacular de terrorismo sino una campaña sostenida de atentados en el país. Sin olvidar eventuales células independientes, inspiradas en la ideología de al-Qaeda, que pudieran actuar en el mismo sentido, coadyuvando a la estrategia de una amenaza compuesta pero con dirección. Aunque la represión policial desatada tras la oleada de terrorismo ocurrida entre 2004 y 2006 haya desarticulado sustancialmente las tramas yihadistas en suelo egipcio, sucesos como el ya referido atentado en Alejandría a inicios de 2011 –precedido de una acusada retórica contra la minoría cristina en sitios web de orientación yihadista– hacen pensar en cierta recomposición de las mismas, que en un contexto de cambio político podría verse facilitadas por un debilitamiento de los controles sociales en el país.

En la medida en que Egipto se inicie un proceso de transición democrática, cabe pensar que las valoraciones positivas de al-Qaeda y Osama bin Laden expresadas por dos de cada 10 musulmanes en dicho país, atribuibles en parte a la existencia de un régimen autoritario y opresivo, tenderán a reducirse y con ello las bases de simpatía o eventual apoyo de que pudiese disfrutar aquella estructura terrorista o cualesquiera otros actores del terrorismo global. En este sentido, adquirirían gran importancia tanto los pronunciamientos como la conducta de los Hermanos Musulmanes, quienes, si bien se están acomodando a la actual situación optando por una estrategia moderada, comparten con los yihadistas algunos referentes doctrinales y podrían mostrarse, al menos ocasionalmente, en función tanto de su agenda islamista a medio y largo plazo como de su pasada apuesta por el uso táctico de la violencia, ambivalentes en relación con un terrorismo que sus autores presenten como yihad. Es menester no ignorar que su líder, Mohamed Badie, sostuvo el pasado mes de octubre, en público, una inquietante tesis: “el cambio que busca la nación sólo puede alcanzarse mediate yihad y sacrificio, y criando una generación jihadí que persiga la muerte como los enemigos persiguen la vida“. Por lo tanto, no es inverosímil aquella ambivalencia respecto a una eventual campaña de terrorismo yihadista, en especial si, en Egipto, se produjesen atentados, probablemente suicidas, contra blancos gubernamentales, del aparato estatal de seguridad, de la confesión copta, o relacionados con ciudadanos e intereses estadounidenses, y por extensión occidentales.

La estrategia terrorista de al-Qaeda pasaría por intentar desestabilizar el curso del cambio político, produciendo un caos que dificulte sobremanera la gobernación del mismo.A corto plazo, podría beneficiarse de un desbaratamiento no compensado o de una transformación rápida no suficientemente controlada de las actuales estructuras egipcias de seguridad interior e inteligencia. En el seno de la población egipcia hay desde luego amplios sectores que anhelan, con razón, una inmediata reforma de la policía, hacia la que se proyectan comprensibles sentimientos más o menos generalizados de animadversión, resentimiento y odio, derivados de un comportamiento abusivo por parte de sus efectivos. Pero, si las agencias estatales competentes en antiterrorismo y contraterrorismo quedasen menoscabadas como consecuencia de alteraciones imprudentes en sus unidades o sustituciones contraproducentes entre sus responsables, es más que probable que ello proporcione, tanto a al-Qaeda como a otros actores directa o indirectamente relacionados con el yihadismo global, durante el período de tiempo requerido para recomponer adecuadamente el estado de cosas en una materia tan sensible para el orden público, oportunidades inusitadamente favorables para una actividad terrorista capaz a su vez de incidir gravemente sobre la cohesión de una sociedad egipcia débilmente articulada, sobre una economía vulnerable que tiene en el turismo exterior y el comercio por el canal de Suez dos sectores fundamental y, por consiguiente, sobre cualquier proceso de democratización.

Conclusión: Al-Qaeda cuenta con numerosos dirigentes y militantes de origen egipcio, incluido el segundo en su jerarquía de mando, Ayman al Zawahiri, por lo que el interés de dicha estructura terrorista en la evolución política de Egipto se explica no sólo por la centralidad que este país tiene en el conjunto del mundo árabe y su ubicación geoestratégica, adyacente a Israel y los territorios palestinos. Tanto al-Qaeda como las extensiones territoriales con que cuenta en el Norte de África y Oriente Medio están enmarcando la quiebra del autoritario régimen egipcio en el marco de un discurso yihadista, que sitúa al islam como fundamento de legitimación política y, cosa esperable, se manifiesta contrario a soluciones democráticas y nacionalistas para la situación de crisis en el país. Entre los musulmanes egipcios, al-Qaeda y Osama bin Laden cuentan con un monto más que significativo de simpatía popular. Si los actores del terrorismo yihadista consiguieran disponer de logística y amalgamar los recursos necesarios para ello, es previsible que, sobre todo en los próximos seis meses, que el Ejército egipcio se ha dado de plazo para transferir el poder, intenten desarrollar una estrategia terrorista, contra una serie preferente de blancos, cuyo menoscabo tenga consecuencias sociales y económicas lo suficientemente graves como para perturbar seriamente una democratización del sistema político egipcio. No conseguirlo constituiría un enorme revés para al-Qaeda y el conjunto del yihadismo global.

Pues bien, a fin de que al-Qaeda y otros actores del terrorismo global no se beneficien de oportunidades favorables a corto plazo para desarrollar una estrategia terrorista en Egipto, el cambio político no debe afectar de un modo disfuncional a las estructuras egipcias de seguridad e inteligencia, pues ello podría redundar en detrimento de la prevención y contención de la violencia yihadista. En este ámbito hay un amplio margen para la colaboración internacional, que es fácil imaginar se encuentra entre las principales preocupaciones de, muy en concreto, EEUU, cuyas autoridades han cultivado mucho el intercambio de inteligencia con las egipcias en asuntos de terrorismo. Ese amplio margen para la colaboración internacional es particularmente relevante en la perspectiva de una actualización de la policía egipcia, que debe mejorar sus patrones de actuación en antiterrorismo y contraterrorismo. Sus intervenciones deben no sólo descansar en una óptima labor previa de información e inteligencia, sino ser selectivas y respetuosas con los derechos humanos. A lo largo de tres décadas, los excesos policiales han creado condiciones propicias a la radicalización violenta en algunos segmentos de la sociedad egipcia. La experiencia de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, las lecciones aprendidas en la lucha contra el terrorismo durante los años de la transición democrática española, puede ser un valor con el que nuestro país contribuya, directamente o mediante alguna iniciativa conjunta de la UE, a una exitosa apertura del sistema político egipcio.

Por Fernando Reinares, investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos.

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