¿Será el mundo más seguro sin Trump?

Por mucho que se resista, Donald Trump abandonará la Casa Blanca en enero. Un veterano de la política, Joe Biden, sucederá al hombre de negocios que siempre despreció a los políticos profesionales y a la élite de Washington. Biden gobernará una nación polarizada con muchos problemas, incluidos los generados por la pandemia. Aun así, Estados Unidos todavía ostenta la condición de primera potencia. Por eso, cada vez que ese país cambia de presidente muchos se preguntan cuánto se transformará el mundo o cómo afectará el cambio a la seguridad global.

Será el mundo más seguro sin TrumpEl concepto de «seguridad» ha experimentado ampliaciones sustantivas. La Estrategia de Seguridad Nacional de España relaciona la noción de seguridad con amenazas como el terrorismo, los conflictos armados, la proliferación de armas de destrucción masiva, la criminalidad organizada o el espionaje, pero también con los ataques cibernéticos, la inestabilidad económica y financiera, los flujos migratorios irregulares, las emergencias y catástrofes, las vulnerabilidades energéticas, el cambio climático y posibles enfermedades emergentes. Muchos problemas y todos de alcance internacional o global. Además, la estrategia destacó que la seguridad nacional e internacional podrían verse afectadas por el crecimiento de la competición geopolítica entre Estados que mantienen «distintas visiones sobre la seguridad y el papel de las instituciones multilaterales». Todo esto, incluido el riesgo de una pandemia, se advirtió en 2017. Sin embargo, hoy el mundo es más inestable que entonces.

El Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), centro vinculado al Ministerio de Defensa, edita dos extensos informes anuales que analizan los conflictos y tendencias estratégicas en todo el mundo. Uno de esos estudios «Panorama geopolítico de los conflictos», (enero de 2010) identificaba múltiples focos de conflictividad e inestabilidad en África, Oriente Próximo, Asia, Iberoamérica, Europa. Hoy todos esos focos permanecen activos, habiéndose sumado recientemente alguno más (por ejemplo, en Nagorno-Karabaj). El otro documento del IEEE («Panorama estratégico», marzo de 2010) muestra cómo las relaciones internacionales se han vuelto más caóticas: tensión creciente entre Estados Unidos y China, predominio de acciones estatales unilaterales; ciberataques de distintos países para sacar ventajas comerciales; continuidad de la agresiva política exterior rusa, con interferencias en Siria, Libia, Ucrania y la promoción de campañas de desinformación política en países occidentales (también en España, durante la crisis de Cataluña de 2017); protagonismo de potencias regionales «envalentonadas» (según Robert Malley, director del International Crisis Group), como Turquía, también involucrada en Siria y Libia, e Irán, implicado en Irak y Siria. Y para colmó llegó el Covid-19, cuyas repercusiones económicas, políticas y sociales a corto y medio plazo podrían incrementar la conflictividad global, según dice Naciones Unidas. Pues bien, ese es el tablero sobre el que la nueva Administración estadounidense deberá desplegar su política exterior.

Algunos esperan que la política exterior de Biden sea radicalmente diferente a la de Trump. Pero Richard Heuer, un reputado oficial de la CIA que estudió a fondo los errores que cometen los servicios de inteligencia, solía advertir que hasta los expertos suelen sobrestimar el grado en que los nuevos gobiernos alterarán la política exterior de sus antecesores. Al retirarse del tratado para frenar la proliferación de Irán y apostar por el unilateralismo Trump rectificó parte de la política exterior de Obama. Sin embargo, en otros asuntos continuó sus iniciativas, reduciendo tropas en Irak, Siria y Afganistán, evitando nuevas aventuras militares en Oriente Próximo, conteniendo a Rusia en Europa del Este mediante sanciones y apoyos a Ucrania, Polonia Rumania y concentrando esfuerzos en la competición comercial y tecnológica con China. Tampoco cambió demasiado la estrategia contra el terrorismo internacional: Obama ordenó la muerte de Bin Laden, fundador de Al Qaida, y Trump hizo lo propio con Abu Bakr al Bagdadi, «califa» del Estado Islámico.

A menos que algún acontecimiento imprevisto y grave obligue a inventar una estrategia completamente original, es probable que la política exterior de Biden se parezca bastante a la de Obama, su antiguo jefe. Eso significaría recuperar lo que Trump abandonó, empezando por los buenos modales. Algunos estrategas anticipan que las tensiones con China podrían acabar propiciando algún incidente naval grave. Ocurra o no, las relaciones seguirán siendo tensas, como mínimo. Tampoco es fácil que cambie la política hacia Rusia, cuya irregular acción exterior preocupa a Estados Unidos y Europa. Biden intentará no comprometerse demasiado en Siria e Irak, donde solo pretende mantener las fuerzas indispensables para reaccionar ante algún hecho imprevisto, como un eventual resurgimiento del Estado Islámico. Y hará lo mismo en Afganistán. Pero no es seguro que ello aumente la seguridad de esos países: la inhibición en Siria e Irak favorece la injerencia agresiva de Irán, que a su vez inquieta a Israel; y la retirada en Afganistán en un proceso de paz chapucero deja al pueblo afgano a merced de los talibán, de quienes nada bueno puede esperarse. El nuevo presidente tratará de sanar las relaciones transatlánticas y respaldará a la OTAN, lo que beneficiará a la seguridad del mundo. Pero podría pedir un aumento de las aportaciones europeas a la Alianza Atlántica, como hizo Trump. Finalmente, al haber almacenado uranio enriquecido por encima de lo permitido, Irán pone difícil a Biden el regreso al pacto nuclear.

En definitiva, la política exterior de la gran potencia americana seguirá condicionando la seguridad del mundo. Y esperemos que sea para bien. Pero los europeos no deberíamos fiarlo todo a esperar que nuestro principal aliado resuelva cada problema. Los años en que Estados Unidos era casi todopoderoso han pasado. Otros grandes Estados cuyos sistemas políticos no querríamos para nuestros hijos son mucho más potentes y asertivos que antes y las amenazas a la seguridad de origen no estatal también son múltiples y mutan día a día, como mutan repetidamente las polimerasas del virus que ha infectado a más de 52 millones de personas desde principios de este año. La seguridad del mundo nunca ha dependido de un solo país ni ha tenido una causa única. Hoy menos que nunca.

Luis de la Corte Ibáñez es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

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