Por Ángel Páez, profesor e investigador de la Universidad de Lima, Perú (LA VANGUARDIA, 06/04/06):
Este domingo los peruanos deben elegir nuevo presidente, entre Ollanta Humala Tasso, un ex comandante nacionalista del ejército que plantea un cambio radical económico y social, y Lourdes Flores Nano, que continuaría la política neoliberal actual. Gane quien gane, el resultado gravitará en toda América Latina.
Un triunfo de Humala confirmaría el reflujo de las políticas neoliberales que han campeado en la región desde 1980. En primer lugar fortalecería el eje informal que constituyen Chávez en Venezuela, ex militar como él, y Evo Morales en Bolivia; luego, sumaría influencia a la línea que sustentan el brasileño Lula da Silva y el argentino Kirchner, que han sabido combinar cierta eficacia administrativa y una retórica con reminiscencias de izquierda.
En cambio, un triunfo de Flores brillaría como una excepción en el sur del continente americano, sólo acompañada por Uribe en Colombia, cuya reelección, en mayo, parece hoy segura. Flores, candidata socialcristiana por una alianza de derechas, propone seguir con la política neoliberal del actual presidente, Alejandro Toledo, que ha impulsado de manera espectacular el crecimiento económico, la inversión extranjera y las exportaciones en los últimos cuatro años. El problema para Flores es que la mitad de la población no disfruta aún los beneficios de esa política y vive bajo la línea de pobreza, y de ahí nace el respaldo político que recibe Humala. Éste plantea reformular la política económica de Perú, revisar los contratos de concesión con las empresas extranjeras, aumentar los impuestos de los más ricos y reducir los sueldos de los congresistas y a la planilla ejecutiva del Gobierno. Sus enemigos alegan que se trata de un populismo trasnochado que llevará a la ruina al país.
Flores, quien durante casi toda la campaña fue la favorita, ha perdido apoyo por su vínculo con los poderosos sectores empresariales. Su compañero de fórmula presidencial, Arturo Woodman, es un viejo funcionario de confianza del hombre más rico de Perú, Dionisio Romero, un empresario que no tuvo reparos en pedir favores al odiado asesor del presidente Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, preso por corrupción.
Pero Humala no es ningún santo. Ocultó datos de su pasado militar apenas empezó la campaña. Y ahora es investigado por presuntas violaciones de los derechos humanos. En 1983 hizo un curso en la tristemente célebre Escuela de las Américas, el instituto de entrenamiento antisubersivo donde muchos de los militares más brutales de la región aprendieron su oficio. En 1992 dirigió una base militar en un pueblo del Amazonas donde se cultivaba hoja de coca y actuaban en sociedad las guerrillas de Sendero Luminoso y las bandas de narcotraficantes. Familiares de desaparecidos, asesinados y torturados declararon a la prensa que fue Humala quien ordenaba las crueldades.
En noviembre del 2000, Ollanta Humala dirigió un levantamiento militar de pequeña escala contra el desfalleciente gobierno de Fujimori. Pero los detractores de Humala aseguran que tomó las armas para facilitar la huida de Montesinos. Humala lo niega todo. Y esas graves denuncias no lo han perjudicado. Su avance en las encuestas preocupa a los inversores extranjeros, a las grandes corporaciones nacionales y a EE.UU.
En su último informe sobre el comercio mundial de drogas ilegales, el Departamento de Estado norteamericano resaltó que los cultivos de hoja de coca crecieron el último año en Perú y Bolivia. Y atribuyó ese aumento a la prédica nacionalista que en ambos países se había enraizado. Washington cree que la política antidroga fracasará en beneficio de los narcotraficantes si los campesinos cocaleros se identifican cada vez más con los nacionalistas que reivindican los cultivos. Ollanta Humala se opone a la erradicación compulsiva y masiva de los cultivos de hoja de coca y afirma que él industrializaría y exportaría la producción para evitar que fuera a parar a los narcotraficantes. En una reunión con Evo Morales, habló de una agenda conjunta para dialogar con EE.UU. sobre estos temas. Pero para ese país, una política antidrogas concebida por líderes nacionalistas de cuyos países proviene más de la mitad de la cocaína que entra a EE.UU. dista de inspirar confianza.
Lo mismo sucede con los inversores, sobre todo los chilenos, que tienen intereses en Perú por más de 1.500 millones de dólares. El candidato ha señalado que revisará todas las inversiones extranjeras, y las chilenas en particular. Simultáneamente, ha hablado de fortalecer a las fuerzas armadas, lo que implica la adquisición de armamento.
Lourdes Flores, en cambio, ofrece seguridad jurídica a los empresarios e inversores. Al mismo tiempo, reconoce que en materia de lucha contra la pobreza el país ha avanzado poco y ofrece crear 650.000 puestos de trabajo al año. Sea realista o no su promesa, muchos consideran que su candidatura es importante para mantener la continuidad democrática, mientras que Ollanta Humala propone cambios en el sistema político con la redacción de una nueva Constitución.
Sea Flores o Humala quien gane, es posible que, cuando los peruanos voten este próximo domingo, la indignación popular prevalezca después de muchos años de pobreza e inequidad. Se trata de un estado de ánimo que ha llevado a muchos candidatos a la victoria en América Latina. El último fue Evo Morales, quien apoya sin tapujos la candidatura de Humala.