Serbia, la última frontera para miles de refugiados

Unos niños juegan en un campo para refugiados en Grecia.
Unos niños juegan en un campo para refugiados en Grecia.

El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, el cierre hermético de las fronteras de Hungría y Croacia, o el uso de la fuerza contra los refugiados por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad búlgaros, entre muchos otros factores, han convertido a Serbia en la última frontera para miles de personas que tratan de llegar a la Unión Europea. Si bien Grecia continúa siendo el principal país de tránsito y estancamiento de refugiados e inmigrantes, Serbia le sigue los pasos. En estos momentos los datos oficiales confirman que en el país balcánico hay unas 7.740 personas estancadas (OIM), no obstante todas las instituciones y organismos no gubernamentales serbios consultados afirman que en realidad esta cifra supera los 11.000. Asimismo, según estas mismas fuentes, aproximadamente unas 300 personas continúan entrando semanalmente al país procedentes tanto de Grecia como de Bulgaria.

Los refugiados bloqueados en Serbia se encuentran con grandes dificultades para seguir su camino hacia los países del norte de la Unión Europea. En la frontera norte del país se topan con las fuertes medidas de control migratorio y de seguridad implementadas por Croacia y Hungría. La vigilancia constante por parte de los cuerpos de seguridad de estos dos países y el uso de alta tecnología para detectar e interceptar la llegada de refugiados e inmigrantes deja una difícil y muy vigilada entrada.

El paso hacia Croacia es de apenas 40 kilómetros (la propia geografía del país hace casi infranqueable el resto de la frontera) lo que reduce las posibilidades de éxito. Por su parte en Hungría se topan con una reluciente doble valla con concertinas y cámaras de video-vigilancia cada escasos metros; entre ambas vallas, una carretera deja paso a una constante vigilancia policial motorizada.

En la frontera sur de Serbia se encuentra Macedonia, cuyo papel de país de tránsito obligado es bastante evidente. Ni los refugiados ni los inmigrantes quieren quedarse allí, ni el gobierno macedonio les dejaría hacerlo. De forma parecida es el caso de Bulgaria, donde son miles las personas que lo ven como un lugar de tránsito del que hay que entrar y salir lo más rápido posible. La fuerte presión y el trato que dispensan los cuerpos de seguridad búlgaros a la población migrante han llevado a la propia Comisión Europea a denunciar el maltrato que reciben estas personas, especialmente en sus fronteras.

De hecho, son muchos los organismos nacionales e internacionales que alertan de las prácticas violentas de expulsión llevadas a cabo por la policía búlgara. A los países a los que los refugiados e inmigrantes consideran un destino no deseado habría que sumarles Rumanía, en la frontera este de Serbia.

En definitiva, ya sea por la presión policial, la falta de políticas acomodaticias, las dificultades para la escolarización de los hijos, la escasez de acciones específicas para aquellos con necesidades especiales –como los menores no acompañados– o las malas condiciones de los centros de acogida; todo ello hace que los refugiados e inmigrantes eviten estos países a toda costa y prefieran permanecer en Serbia.

A esta situación se añaden las complicadas y tensas relaciones políticas y diplomáticas de Serbia con sus vecinos, que no hacen más que dificultar la gestión de los refugiados e inmigrantes en su territorio. Si las relaciones entre Serbia y Croacia son tensas –hasta el punto que Croacia lleva años frenando la integración de este país en la UE–, las relaciones con Macedonia y Bulgaria no son más fluidas debido al reconocimiento de Kosovo por parte de ambos países. Solo con Hungría parece que Serbia tiene algo más de sintonía, dado el apoyo que recibe de aquel país en la gestión interna de los refugiados. En cualquier caso, dicha sintonía solo se mantendrá en la medida que Serbia continúe frenando los flujos de refugiados e inmigrantes que intentan entrar en Hungría.

En definitiva, Serbia se ha convertido a todas luces en el país en el que los refugiados no desearían estar (informes recientes de Amnistía Internacional y Médicos sin Fronteras así lo constatan), pero del que no pueden salir, al menos no en el corto plazo. Con una UE cerrada a cal y canto –caso de Hungría– o abierta a cuentagotas –como ocurre con las reubicaciones procedentes de Italia y Grecia–, Serbia se ha convertido, desde el invierno del 2016, en el nuevo Estado-tapón de la UE con miles de refugiados bloqueados. De hecho, para Serbia y para los muchos actores gubernamentales y no gubernamentales involucrados en la gestión de los miles de refugiados que llegan a este país, la crisis está lejos de haberse terminado: la crisis de los refugiados en Serbia tan solo acaba de empezar.

Elena Sánchez-Montijano, Investigadora Senior en Cidob y analista de Agenda Pública.
Jonathan Zaragoza-Cristiani, Investigador en Borderlands Project, European University Institute y analista de Agenda Pública.

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