Setenta años de un Nobel: Sir Alexander Fleming

En Londres, próximo a la estación de Paddington, se encuentra el Hospital St. Mary. Fundado en 1845, hoy integrado en el Servicio Nacional de Salud Británico, adquiere de vez en cuando actualidad porque es el centro elegido para los partos de la Familia Real inglesa, pero su renombre permanece unido a uno de los más trascendentales descubrimientos de la medicina contemporánea: la penicilina. Aquí dio comienzo la era antibiótica.

En la planta baja, una sobria placa recuerda que en una habitación de la segunda planta Sir Alexander Fleming descubrió la penicilina. También así de sencilla fue la vida de Fleming. Nacido en la granja Lochfield (Darvel), en Escocia, de familia humilde, después de los estudios elementales y un breve curso comercial, trabajará en Londres dos años para la American Line. Con 19 años se alista en el London Scottish Regimental, pero, decidido a estudiar Medicina, es admitido en la Escuela de Medicina del Hospital St. Mary con 23 años. Movilizado durante la guerra europea, vivirá en los hospitales de campaña en Francia los problemas de las infecciones de las heridas.

Firmado el armisticio, contrae matrimonio con Sarah McElroy. Viven en Londres. Reincorporado al Hospital St. Mary, donde con Wright ya había trabajado entre vacunas y sueros, sigue investigando sobre la gangrena. Un día de 1921, tras un inoportuno y espontáneo estornudo sobre un cultivo, observa cómo desaparecen muchas colonias de bacterias salpicadas por las mucosidades nasales. Así descubre la lisozima, la primera enzima capaz de actuar sobre los gérmenes.

En ese mismo laboratorio –hoy museo–, donde las preparaciones y las placas comparten el reducido espacio, un tanto revuelto y desordenado, con un microscopio y utensilios muy simples, el 3 de setiembre de 1928, Fleming, al regresar de vacaciones, ve contrariado cómo uno de sus cultivos en una placa de Petri se ha contaminado: «¡Vaya! ¡Esto parece interesante! ¡Qué divertido!». Lo comenta en voz alta, cuando por medio de una simple lupa observa que las colonias de bacterias habían desaparecido en las proximidades de un hongo contaminante. Identifica el «Penicillum notatum», como causante de la lisis de las colonias de «Staphylococcus aureus». Sus colegas no le dieron mayor importancia. Alexander Fleming se puso a trabajar. Nuevos cultivos y siembras. Las bacterias crecían fácilmente. Era cuestión de comprobar cómo variando las condiciones de temperatura, dilución, acidez, etc., el «Penicillum» podía impedir el crecimiento de neumococos, estreptococos, gonococos y diferentes especies. Después de un año, envía su trabajo en mayo de 1929 a The Bristish Journal of Experimental Pathology. Aquellas diez páginas, ignoradas durante unos años, reflejaban en forma muy concisa, pero sistemática, un descubrimiento que iba a revolucionar la lucha contra las infecciones, y hasta la evolución de la humanidad. Fleming siguió tenaz con el «Penicillum». Las técnicas no eran fáciles, y a los científicos el tema les parecía de escaso interés.

En 1941, ya en plena Guerra Mundial, dos químicos ingleses, Chain y Florey, llamaron la atención sobre las posibilidades del «Penicillum». Con la industria en el Reino Unido volcada en la guerra, acuden a los Estados Unidos y logran poner en marcha la producción industrial de la penicilina. Fleming, generoso, no patenta su descubrimiento; esto permite una rápida difusión y comercialización del producto. Los heridos de los ejércitos aliados fueron los primeros beneficiados. Ya, sin tardar, la penicilina sería la primera arma salvadora de toda la humanidad frente a las infecciones.

Con algo de retraso llegaron sus días de gloria. En 1942 fue nombrado miembro de la Royal Society, y el 10 de diciembre de 1945 Fleming recibía de manos del Rey Gustavo V de Suecia el premio Nobel de Medicina y Fisiología, compartido con los químicos Florey y Chain. Ya Jorge VI lo había distinguido como Knight Bachelor. Recibió doctorados, honores y distinciones por todo el mundo, pero Sir Alexander Fleming jamás perdió su natural modestia. Se autodefinía como «el mito Fleming». Acompañado de su esposa, visitó España en 1948. Doctorado honoris causa por la Universidad Complutense, el Jefe del Estado lo condecoró con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio. Al año siguiente fallecería su mujer. En 1953 contraería nuevo matrimonio con la doctora Amalia Koutsouri-Vourekas, colega de trabajo en el St. Mary. Sir Alexander Fleming murió el 11 de marzo de 1955, debido a un ataque cardíaco. Reposan sus restos en la catedral de San Pablo. En la guerra y en la paz, son millones las vidas que la penicilina ha salvado. Como en otras muchas ciudades, Santander ha dedicado una de sus plazas, una rotonda en El Sardinero, a perpetuar la memoria de Fleming. Desde 1964, en la madrileña plaza de toros de Las Ventas hay un monumento con el que los toreros quisieron rendirle su homenaje. Las cornadas herían, pero la infección remataba. Hoy Sir Alexander Fleming es historia, pero además es vida.

Juan José Fernández Teijeiro, escritor y académico de número de la Real Academia de Medicina de Cantabria.

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