¡Sharón, despierta, Israel te necesita!

Por Marek Halter, escritor. Superviviente del gueto de Varsovia. Su última novela lleva por título Los misterios de Jerusalén (ABC, 03/09/06):

¿Lo habría hecho mejor Sharón? ¿O de forma diferente? ¿Habría reaccionado a la agresión de Hizbolá con la misma violencia que Olmert? Nunca he compartido los puntos de vista de Sharón, pero tengo que admitir que con el paso de los años fue ganando fuerza y perspicacia. Como amaba los debates también aprendió a escuchar. El Talmud dice: «Si uno escucha, además aprende». Por tanto, sabía también que la fuerza que amedrenta al adversario es aquella que no se llega a utilizar. Clausewitz tiene razón al decir que cuando se emplea la fuerza deja de ser tal para convertirse en violencia. Cuántas veces después de los ataques con misiles contra Israel los grupos terroristas de Gaza han contenido el aliento esperando un contraataque israelí que al final no se producía. Sharón era el único que decidía el modo, momento y lugar de la respuesta. Y eso contribuía a que no gozase de mucha popularidad, aunque despertaba respeto, o por lo menos temor, entre sus enemigos.

¿Podían sus sucesores continuar esta misma línea política? «No», respondía Hassan Nasralá el jefe de Hizbolá, en el periódico iraní Yomhuri-ye Eslami. «Sus sucesores son pequeños. Y no devolverán el golpe». Pero Nasralá estaba equivocado. Los dirigentes israelíes no pueden actuar como Sharón, no porque sean «pequeños», sino porque son diferentes. Por eso han sido elegidos por la mayoría de los israelíes.

No es casual que el gobierno de Olmert sea por su composición uno de los más pacifistas que ha habido desde la fundación del Estado. Ni un solo general forma parte de él, y sin embargo, cuenta con un representante del partido de los rentistas. ¿Habrá interpretado esto como una flaqueza Nasralá? Parece evidente que así es cuando uno lee sus declaraciones, así como las del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad. La reacción israelí ante el secuestro de los soldados los ha cogido por sorpresa. Ni el jefe de Hizbolá ni su protector iraní han entendido que, precisamente porque se estaban enfrentando a pacifistas, éstos se verían obligados a reaccionar más rápido y más duramente de lo que probablemente habría hecho Sharón. Cualquier vacilación por su parte habría sido interpretada como debilidad, cuando no como traición.

El secuestro del soldado Shalit por parte de un grupo perteneciente al entorno de Hamás podría y debería haberse resuelto con una rápida negociación. Sin embargo, el conflicto con Hizbolá ha cobrado unas dimensiones desproporcionadas para Israel. Quizá sea el conflicto más grave desde las guerras de 1948 y 1967. Siempre he defendido el punto de vista de que el problema palestino sólo se puede resolver con la creación de un Estado independiente, análogo al judío y vecino de éste. En este sentido, Olmert y Peretz se verán obligados, quieran o no, a negociar con los dirigentes palestinos, independientemente de que se llamen Abas o Hanie y de que pertenezcan a Al-Fatah o a Hamás. Así son las cosas. No podemos escoger a nuestro enemigo.

Del lado libanés nos encontramos con un problema muy diferente. La caótica política de EE.UU. en la región ha fomentado el surgimiento de un nuevo poder regional, Irán, que quiere poseer la bomba atómica a cualquier precio para reforzar su influencia en el escenario mundial. Y lo cierto es que los iraníes construirán ese arma nos guste o no. Andrei Sajarov me dijo que la posesión de la bomba atómica contribuye a que los que disponen de ella desarrollen mayor conciencia de sus responsabilidades.

No, la bomba atómica iraní no me da ningún miedo. No hace mucho en Ruanda perecieron un millón de personas a golpe de machete, y en Darfur matan y expulsan a cientos de miles con fusiles o con palos. Lo que me da miedo es la voluntad declarada del presidente iraní de acabar con Israel. Pertenezco a una generación que se vio obligada a aprender dolorosamente en carne propia lo que significa creer en las declaraciones de los políticos, sobre todo cuando anuncian lo peor y las masas parecen seguirles. Cuando Ahmadineyad exige a los israelíes ante el mundo entero que hagan las maletas porque si no lo hacen serán exterminados, entonces sí que le creo. Y le creo más cuando constato que tiene posibilidades de alcanzar su objetivo, sobre todo gracias a su «legión extranjera», Hizbolá, que ha tomado posiciones junto a la frontera norte de Israel.

El periódico Al-Sharq Al-Awsat, publicado en Londres, ha dado a conocer estos días la impresionante lista de las armas, misiles y proyectiles que Hizbolá ha dispuesto para el ataque a lo largo de la frontera libanesa. A esto hay que añadir su odio hacia Israel. Admito que semejante cúmulo de armas y discursos rebosantes de odio me da miedo. El 12 de julio de 2006, el periódico iraní Yomhuri-ye Eslami publicaba un discurso del jefe de Hizbolá. «Podemos barrer el norte de Israel con nuestros misiles y proyectiles». ¿Cómo no iba a tomarse en serio Israel un peligro de semejante calibre?

La cuestión que se planteará en Israel ahora concierne a la estrategia aplicada. ¿Era necesario bombardear Beirut o habría bastado con bombardear los búnker que Hizbolá tiene en la frontera, después de haber exhortado a la gente a abandonar el sur de Líbano? Estoy plenamente seguro de que se abrirá este debate en Israel, puesto que se trata de una auténtica democracia.

La comunidad internacional, en la medida en que existe, parece estar reaccionando. Pero, ¿no debería ocuparse ante todo del intercambio del soldado Shalit por los ministros de Hamás retenidos en Israel? Eso podría dar pie a la firma de un armisticio entre la Autoridad Palestina y el gobierno israelí que permitiría a Olmert iniciar la retirada de Cisjordania, que es el primer paso para la creación de un Estado palestino. ¿Y no se podría aprovechar esta movilización internacional para promover los contactos entre Siria e Israel a fin de que solventen sus desavenencias fronterizas y pongan fin al estado de guerra? Hay que ganar tiempo. El tiempo que hace falta para que las pasiones se enfríen y la razón vuelva a ocupar su puesto. La paz es posible. Y como es posible, es necesaria.