Si cuela lo de nación

Si sintiera España como mi nación la defendería como la defiende el PP, sin complejos, con honor y aferrándome a su integridad. Por eso mismo, como siento Cataluña como mi nación, deseo que sea soberana y libre, y lo digo y lo escribo sin tapujos y, por supuesto, con todo el honor. Me parece que planteándolo así, el debate tiene más interés, porque es más sincero y es un debate entre hombres y no entre cobardes.

El autonomismo es una cobardía. Es una cobardía de España y es una cobardía de Cataluña. Ni el café para todos refleja ninguna realidad -y es simplemente un ortopédico invento que, por cierto, favorece la corrupción-, ni conceptos como un mayor autogobierno resuelven el problema de fondo entre España y Cataluña, que es el de la soberanía.

El último rumor es que la sentencia sobre el Estatut va a salir entre el 14 y el 18 de febrero. Han corrido tantas filtraciones, tantos chismes y tan truculentos, que el Tribunal Constitucional está ya totalmente desprestigiado, por partidista y tardón. Salvo Montilla y sus empleados, que como mediocres, y funcionarios, sólo buscan salvarse ellos mismos, todo el mundo espera que la sentencia sea demoledora. De un lado, los españoles que defienden España con honor están horrorizados, y con razón, ante la posibilidad de que se reconozca que la máxima autoridad judicial en Cataluña es el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y no una instancia estatal. También ante el concepto de bilateralidad, que no es que rompa España, pero sí que establece un statu quo entre Cataluña y Madrid que no es lo que un español de verdad está precisamente ansiando de ver. Es evidente, y lo acepto, que la Cataluña que describe el Estatut no cabe en la Constitución ni en la idea de España que yo tendría si me sintiera español. Y, vamos, si cuela lo de nación, si España traga que Cataluña es una nación, hasta yo me voy a escandalizar, y tendré que replantearme la sincera admiración que siento por una de las naciones más importantes de Europa.

Del otro lado, los catalanes que no renunciamos a la libertad de nuestra nación exactamente por los mismos motivos que los españoles de pro quieren mantener España unida, los catalanes que no renunciamos a nuestra libertad colectiva, porque sería como renunciar a nuestra dignidad, de ningún modo deseamos una sentencia absolutoria para este Estatut totalmente insuficiente, por muchos avances que contenga. Por decirlo claro: no queremos un Estatut, sino una Constitución. No queremos ni mayor ni menor autogobierno, sino un Estado. Todo el mundo sabe que así como el nacionalismo es un movimiento natural en Cataluña, el independentismo es normalmente reactivo y crece, sobre todo, cuando con más contundencia se pronuncia una idea de España. Que nadie tenga ninguna duda de que fue Aznar, con su modo descortés de referirse a Cataluña, quien encumbró a Carod-Rovira. La Cataluña normal, la Cataluña no excitada, siempre había votado, muy mayoritariamente, a una Convergència que, desde hace sólo tres años, ha asumido algunas tesis soberanistas. En cualquier caso, una terrorífica sentencia del Constitucional nos vendría muy bien para convencer a los más moderados de que ya no nos queda otra que dar el gran paso.

Pero que quede claro que el problema, en su profundidad, no es de dinero ni de avanzar más o menos, sino de idea, de concepto. Siento todo el respeto del mundo por los que tienen una idea fuerte de España y a ese mismo respeto apelo para que se entienda que muchos catalanes tenemos una idea fuerte y libre de Cataluña. Muchas veces se dice que el independentismo catalán es minoritario, y se citan encuestas y sondeos que así lo reflejan. En democracia es poco consistente -y poco serio- establecer lo que un pueblo quiere con arreglo a extrapolaciones y encuestas. Si España quiere saber cuántos catalanes queremos la independencia, que tenga la valentía democrática de convocar un referendo legal y vinculante. Si España quiere hablar de mayorías y de minorías, que confíe en la musculatura de la democracia y que deje a mayorías y minorías expresarse en las urnas, que es donde el pueblo se expresa en democracia. Si España quiere saber qué queremos, que nos lo pregunte. Me parece un pacto razonable.

No sé si la sentencia va a salir o no a mediados de febrero. Sí que sé que, salga cuando y como salga, será el penúltimo acto de una opereta ridícula, carísima e insincera. Unos y otros, llevamos desde la restauración democrática haciendo ver que estamos hablando de algo de lo que en el fondo no estamos hablando porque en realidad hablamos de otra cosa. Y ya está bien. El tiempo de la farsa se ha terminado y después de tantos años de coexistencia, de conllevancia, autonomía, de autogobierno, de café para todos, de armonizaciones, de financiación, de archivos para arriba y para abajo, de soportarnos y de no soportarnos, nos debemos la última claridad de hablarnos cara a cara, como hombres de honor y no como empleados de supermercado, y de decirnos la verdad.

Salvador Sostres, periodista.