Sí, es el relato

Si vamos a inventar algo técnico que nos permita meter, no sé, veinte coches bombas al año para reventar la economía española, y mientras tanto no nos disuelven, pues tira, a probar. Pero, si no, dejemos de engañarnos, mirémonos las tripas, lloremos como niños lo que no supimos defender como hombres, y a hacer frente al futuro”.

El párrafo pertenece a un documento redactado en el año 2009 por un preso de la denominada izquierda abertzale y resume de forma muy gráfica el debate en el que Batasuna estaba inmersa en aquellos momentos. Nada de autocrítica, ningún remordimiento por el dolor causado, era una mera cuestión práctica: ETA ya no puede más, así que mejor dejémoslo.

Sobre la cabeza de los dirigentes abertzales revoloteaba, además de la extrema debilidad de la banda, la amenaza de cárcel que pesaba sobre ellos de no producirse bien la ruptura de Batasuna con ETA, bien el abandono definitivo de la violencia por parte de los terroristas. Se produjeron las dos cosas. Batasuna creó un nuevo partido que se desmarcó estatutariamente del uso de la violencia para alcanzar sus objetivos políticos y, poco después, concretamente el 20 de octubre del año 2011, ETA, acorralada por las fuerzas de seguridad y aislada social y políticamente, declaraba el final de la lucha armada; reconocía su derrota.

Sí, es el relatoMenos conocido es el hecho de que, pocas semanas después, dos dirigentes etarras dieron una cumplida y extensa explicación para su mundo, de las razones del abandono del terrorismo, en una entrevista publicada por un medio de comunicación vasco. El conflicto, dijeron, no se había acabado, pero ahora se trataba de resolverlo por otras vías; el abandono de la violencia era su aportación al nuevo ciclo político que se abría en el País Vasco. Gracias a la lucha armada, añadían, Euskal Herria había llegado a tener abiertas las puertas de la libertad. Y, sobre todo, hay quienes están empeñados en construir un relato, denunciaban, para “colocar a ETA en el origen del problema, en contra de toda la lógica”. De eso iba justamente la entrevista, de explicar su relato, una pieza esencial para el futuro de la izquierda abertzale.

Lo demás es de sobra conocido. Hace unos meses, con un denodado esfuerzo propagandístico y escaso éxito mediático, los terroristas entregaron las armas que aún les quedaban. O quizá, por ser más exactos, aquéllas de las que la actual dirección tenía noticia. Lo hicieron de la mano de los autodenominados pomposamente (ridículamente) “artesanos de la paz”. Los terroristas sabían que quedarse con unas armas que ya no les iban a servir para nada solo podría traerles molestas consecuencias penales. Pero no fue ese el mensaje que lanzaron. ETA y sus epígonos nos explicaron que ese acto unilateral era su particular contribución a la paz, en ningún caso el resultado lógico de su derrota. Se trataba de afianzar, una vez más, su relato.

Y llegó el estrambote final. Hace unos días ETA anunció que se disolvía. Había preparado para ello un particular calendario de festejos que comenzó con su penúltimo comunicado, destinado a, según sus propias palabras, “reconocer el daño causado en el transcurso de su trayectoria armada”. Sobre la mendacidad de su contenido no voy a insistir. Basta recordar que, lejos de reconocer el daño, lo que hace ETA en su comunicado es, una vez más, justificar sus crímenes, manifestar su “respeto” hacia aquellas víctimas que “resultaron damnificadas por el conflicto” y pedir perdón a aquellas otras “que no tenían una participación directa en el conflicto”, pero habían sufrido por “errores o decisiones erróneas” de la banda. Una cínica catalogación que huye de la realidad: más de ochocientas vidas segadas por el fanatismo de quienes quisieron imponer sus ideas políticas a través de la violencia.

Este penúltimo comunicado iba acompañado de una insólita “nota explicativa” en la que los terroristas alertaban, una vez más, sobre el hecho de que “algunos han dado prioridad a la batalla del relato. Es una lástima que se obcequen de esa forma”. Pues sí, algunos estamos tan empecinados en defender nuestro relato; al menos tanto como ETA y quienes les apoyaron en imponer el suyo. No debería resultarnos una tarea difícil, ya que el nuestro es la verdad: el único conflicto que ha enturbiado la paz y la libertad de la que los vascos y el resto de los españoles hemos disfrutado desde la Transición ha sido la existencia de ETA y sus crímenes. La única verdad es que la democracia española sufrió mucho, es cierto, pero acabó venciendo a los terroristas, que no alcanzaron ninguno de sus objetivos políticos. Esa es la verdad y la defensa de la verdad es algo que les debemos a las víctimas inocentes de una banda de asesinos.

Según el plan de comunicación de la banda, el próximo día 4 ETA desaparecerá para siempre. Es la feliz consecuencia de la derrota que tuvo que admitir hace ya casi siete años. Desgraciadamente, sus huellas no se borrarán tan fácilmente. En mi último viaje al País Vasco pude comprobar que todavía existen quienes ven cómo sus hijos son acosados en los colegios, quienes tienen que pasar todos los días por delante de pintadas, incluso de placas, que ensalzan el nombre de los asesinos de sus padres y hermanos.

Es posible que tengan que pasar años y algunas generaciones para que esas cosas dejen de producirse. Pero de lo que estoy seguro es de que no acabarán si esas nuevas generaciones no llegan a conocer la verdad de lo que sucedió en su tierra, si no aprenden a convivir con quienes piensan de manera diferente a ellos, si no les enseñan que hubo un tiempo en el que unos desalmados mataron exactamente por eso, para imponer su pensamiento totalitario y supremacista.

Los demócratas hemos vencido al terror. Nos queda por delante la tarea de evitar que los derrotados impongan su falso relato. De hacerlo en paz, con nuestros instrumentos, los de la política democrática. Es la garantía de que la convivencia se recupera plenamente en el País Vasco.

Alfredo Pérez Rubalcaba fue secretario general del PSOE.

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