Si la Justicia abriese los ojos

La Justicia se representa con los ojos vendados y con una balanza para garantizar la igualdad ante la ley. Pero en días tan tristes como el de ayer, cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha fallado en contra de la doctrina Parot, ha sido esa inexplicable, por abrumadora, mayoría de jueces los que se han puesto una venda, cubriendo ojos y oídos para no leer ni escuchar a quienes desde el Gobierno de España, la Abogacía del Estado, las asociaciones de víctimas y la mayor parte de la sociedad, pedían que se mantuviese ese justo y necesario instrumento legal que permite que a mayor número de asesinatos, más larga sea la condena. Escribiendo con lágrimas en los ojos, pero con mi razón nublada solo por ese manto de tristeza que se posa sobre quienes de nuevo sufrimos la injusticia, hubiera deseado que la Justicia, esa en la que yo creo, se hubiera quitado la venda de los ojos y con un golpe de martillo en la mesa de ese alto y a veces no tan prestigioso Tribunal, hubiera dicho: «¡Basta!».

¿Acaso es que no ven ustedes lo que yo veo? ¿Dónde ha ido a parar la idea más elemental de lo que es justo e injusto? ¿No son ustedes capaces de entender que es en el justo castigo donde la víctima puede encontrar ese apoyo tan necesario para no tener la tentación de inclinarse hacia esa ley natural que es la venganza? Si damos la espalda a las víctimas una y otra vez no podemos esperar que ellas comprendan y respeten nuestros actos. Y creo que hoy, los representes en este Tribunal han cogido la balanza y han olvidado pesar los argumentos de quienes cumplen la eterna condena de vivir llorando la ausencia de sus seres queridos. Por el contrario han escuchado atentamente las razones de una asesina múltiple, sin más arrepentimiento que el de su conveniencia, sabiendo que festejará un veredicto que repugna a la razón y que aleja a los ciudadanos de su justicia. Y lo que es aún más chocante es que todo ello venga bendecido por esas dos palabras sagradas que son los Derechos Humanos.

Por primera vez mi sobrino, Alberto Jiménez-Becerril, cuyos padres fueron asesinados por ETA, ha roto su silencio para decirme: «¿Y por qué solo hablan de los Derechos Humanos de los presos?». Y no he sabido qué contestarle. Porque no estoy en la mente de quienes han emitido la sentencia, así que emplazo a quienes lo han hecho, concretamente al juez que representa a España, a que le explique no sólo a mi sobrino sino a todos los que seguimos sin entender, por qué han decidido inclinar la balanza tan abruptamente de la parte de quienes han asesinado sin piedad.

Deben saber los jueces que la balanza ha saltado por los aires, y con ella las esperanzas de las víctimas, con un fallo que desprecia a quienes tanta confianza en la Justicia han demostrado durante todos estos años, y que hace saltar de júbilo a los terroristas y a sus cómplices, ya sea en las cárceles, en las plazas o en sus escaños. Hoy no puedo más que decir que espero que no sean sólo las puertas del paraíso las que se cierren para estos asesinos que siguen sin arrepentirse, sino también las de las cárceles donde cumplen sus condenas, y que nuestros tribunales sepan guardar celosamente esa llave que daría la libertad a quienes no la merecen. Para quien como yo trabaja desde el Parlamento Europeo por conseguir un espacio de justicia, libertad y seguridad común, sentencias como la de ayer son un paso atrás de gigante, ya que alejan a nuestros ciudadanos del sueño de una Europa justa. Y sigo sin poder responder a ese desesperado «¿Por qué?». Porque hoy la Justicia ha sido solo ciega ante el dolor de los más vulnerables, las víctimas.

Por Teresa Jiménez-Becerril, europarlamentaria, Grupo Popular.

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