Tres mujeres de color —que integran el Congreso actual de Estados Unidos— testificaron ante el Comité de Supervisión y Reforma de la Cámara de Representantes el 30 de septiembre. Hablaron sobre abortos que les practicaron y, en algunos casos, describieron el estigma asociado con ellos.
En la audiencia, titulada “Un estado funesto: examen de la urgente necesidad de proteger y ampliar el derecho y el acceso al aborto en Estados Unidos”, compartieron experiencias desgarradoras sobre las decisiones que enfrentaron.
La congresista Cori Bush, demócrata por Misuri, habló sobre abortar a los 17 años tras sobrevivir a una violación con una explicación sencilla: “Me violaron, quedé embarazada y decidí tener un aborto”.
También dijo que la terapia que recibió antes del procedimiento fue denigrante: recuerda que sintió que la miraban por encima del hombro y le aseguraron que, “si procedía con este embarazo, mi bebé tendría ‘las de perder’ porque el feto ya estaba malnutrido y su peso no era adecuado. Me dijeron que, si tenía a mi bebé, terminaría dependiendo de la asistencia social y de vales para comida”.
Después, según reportó The New York Times, la congresista Pramila Jayapal, demócrata por Washington, relató su historia. Tuvo un aborto “cuando era una mamá joven que cuidaba de un hijo muy enfermo y tenía problemas para recuperarse de una depresión posparto tan grave que llegó a considerar suicidarse. Su médico le dijo que un segundo embarazo a término sería muy riesgoso, tanto para ella como para el bebé”.
Por último, la congresista Barbara Lee, demócrata de California, dijo haber tenido un aborto en un “lugar de mala muerte” en México cuando era adolescente, antes de que el aborto fuera legal en Estados Unidos.
Estos testimonios se presentaron en relación con el debate en el Congreso sobre codificar el caso Roe contra Wade, con la que se busca proteger esa resolución de cualquier ataque de los republicanos, pero para mí la fuerza de estos relatos se debe a otro motivo: enfatizan una vez más lo difícil que es para muchas mujeres tomar esta decisión y la enorme libertad con la que otras personas se sienten con el derecho de interferir en esas decisiones.
En particular los hombres, quienes nunca han enfrentado una disyuntiva así y nunca tendrán que tomar esa decisión. Es necesario escuchar estas historias para comprenderlo.
Por una parte, el aborto nos cimbra hasta lo más profundo, pues nos obliga a considerar en qué momento un óvulo fecundado se convierte en una persona.
Para quienes creen que ocurre desde el momento de la concepción, no hay ningún argumento —sin importar quién lo presente— capaz de convencerlos de que está bien ponerle fin a un embarazo, porque para estas personas solo se trata de matar bebés.
Sin embargo, hay que preguntarse si es posible decir que un montón de células es un niño. ¿Un feto es un niño? Estos debates de inmediato caen en terreno filosófico o religioso.
Desde 1973, la resolución de Roe contra Wade ha protegido el derecho de la mujer a optar por un aborto antes de que el feto sea viable fuera del vientre materno, aproximadamente a las 24 semanas de embarazo.
Ahora, esta resolución también corre peligro.
Escuché el testimonio de estas mujeres con gran humildad, desde una perspectiva distinta y privilegiada, porque mi cuerpo no está hecho para cumplir este propósito. La capacidad de llevar una vida dentro de sí y ofrecerla al mundo es un poder tremendo y un inmenso regalo. Pero llevar a término un embarazo sencillamente no es lo mejor para muchas mujeres cuando descubren que están embarazadas.
En ese momento, su cuerpo se convierte en un campo de batalla. ¿Hasta qué etapa del embarazo siguen en control y a partir de cuándo deben rendirse ante la realidad de que son el vehículo para otra “persona” que crece en su interior? ¿En qué momento se elimina la capacidad de elegir?
Por definición legal, cuando es viable, independientemente de las creencias de cada persona.
También debemos recordar la culpa que han expresado muchas mujeres que se han practicado abortos, aunque ahora puedan decir que ya la superaron. ¿Por qué debería una mujer sentir culpa por haber tomado una decisión difícil? Ya tienen bastante con qué lidiar como para que el resto de la sociedad opine sobre sus elecciones.
En los primeros meses después de la concepción, cuando una mujer ya está segura de estar embarazada y antes de que el feto sea viable, es necesario que se sienta en libertad de tomar decisiones sobre su cuerpo, su salud y su futuro. Esta libertad no debería estar sujeta a aprobación comunitaria. No debería ser ilegal.
La legislación aprobada en Texas que prohíbe la mayoría de los abortos después de seis semanas de embarazo, antes de que muchas mujeres siquiera se percaten de que están embarazadas, es indignante y ofensiva. Coloca al gobierno, e incluso a ciudadanos vigilantes con facultades delegadas, entre una mujer y su médico.
Parece que nos encontramos en un lugar muy peligroso en Estados Unidos, al igual que la resolución del caso Roe contra Wade se encuentra en un peligro no visto en épocas recientes. Se siente como estar en un precipicio en el que empujamos a las mujeres al pasado y a los callejones. Parece que de nuevo estamos al borde de criminalizar la capacidad de elegir.
Si los hombres se embarazaran, esto nunca habría pasado. Los hombres no lo tolerarían. Las mujeres tampoco deberían tolerarlo.
Charles M. Blow se incorporó al Times en 1994 y desde 2008 es columnista de Opinión. También es comentarista de televisión y escribe a menudo sobre política, justicia social y comunidades vulnerables.